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Dos personalidades sobre un sillín

Una pareja de peculiares ciclistas cuenta su diferente manera de salvar el tráfico de la ciudad

Antonio Jiménez Barca

Una ojeada a la foto de arriba basta para darse cuenta de las diferencias: a la izquierda, Juan Lluis-Yagüe, profesor de Educación Física en un instituto, de 42 años, fuerte, ecologista, vestido como para ir a un gimnasio a cualquier hora; a la derecha, Jaime Braschi, de 48 años, un auténtico dandi sobre las dos ruedas, elegante, tranquilo, ejecutivo de una gran empresa situada en la Castellana. Son dos maneras de entender la vida que coinciden en un punto: los dos van todos los días al trabajo en bicicleta.Juan utiliza una bici de montaña, más cómoda para ir en ciudad debido a que la posición que adopta el ciclista es más erguida y así puede ver más fácilmente los coches. Su casa está en la avenida de Reina Victoria y su instituto, en la avenida de la Albufera. En total, ocho kilómetros. No tarda más de 25 minutos. Claro que Juan le atiza bien a la bici: de media, suele llegar a los 30 kilómetros por hora. Ágil y de rápidos reflejos, este profesor se mete por cualquier calle, aunque esté atragantada de coches. Sostiene que las bicicletas tienen el mismo derecho -o incluso más- que los coches. Y no está dispuesto a dejarse arrebatar su porción de ciudad: "Yo ocupo menos, contamino menos, hago menos ruido y soy menos peligroso: tengo más derecho que cualquier automovilista a circular por las calles", dice. "Hay conductores que me miran con tirria, pero yo sé que otros me miran con envidia cuando sorteo atascos", añade. Juan no tiene dudas con respecto a las bondades de la bicicleta en la ciudad: "Está demostrado que la bicicleta es el mejor deporte que existe, después de andar; se consumen grasas y, si no se fuerza la máquina, no se sufren taquicardias ni se aceleran las pulsaciones". Para Juan, la bicicleta es más que un medio de transporte. Es una manera de ejercer la ética: %Con qué cara me presento a mis alumnos, a los que predico ecologismo y un sentido de la vida contrario al egoísmo, montado en un coche?".

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Braschi, por su parte, elige siempre los itinerarios más alejados del tráfico. Vestido como para asistir a un consejo de administración, este ejecutivo de Aravaca consigue todos los días llegar a su oficina de la Castellana pedaleando sobre parques, calles solitarias, aceras no muy frecuentadas y paseos sólo para peatones. Va muy despacio, saborea el trayecto y la mañana como otros saborean una sonata de Beethoven y por nada del mundo importuna al viandante.-"Por eso voy así vestido, para que los peatones no me tengan miedo", añade.

Braschi eligió hace seis años desplazarse al trabajo en bicieleta: "Porque el tráfico, literalmente, era una mierda, porque me estaba convirtiendo en una foca y porque odiaba el coche", dice. Ahora soy libre y feliz y eso se nota cuando llego al trabajo". Tarda 40 minutos y todavía recuerda cuando antes empleaba 20 sólo en aparcar. A la hora de la comida, en vez de atropellarse en el restaurante de la esquina, agarra de nuevo su bicicleta y busca por calles pequeñas cualquier bar que le convenga más.

No es profesor de Educación Física, ni siquiera un deportista al uso. "Hasta los 40 años no hacía nada de deporte", afirma. Por eso está en condiciones de sostener que cualquier persona "puede hacer lo mismo" que él. Su bicicleta es un espejo con dos ruedas de su carácter: distinguido, discreto y con cierto aire señorial. Un timbre como los que salen en las películas de hace muchos años corona un manillar limpísimo. "Pero con el estruendo que hay en esta ciudad nadie lo oye", cuenta. Carga con una cesta de mimbre y con un maletín de jefe de ventas de empresa.

Y su vehículo le ha servido, además, para conocer su ciudad: "Intento buscar itinerarios que no conocía, siempre estoy atento a los nuevos paseos para ver si sirven a la bicicleta".

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Estas dos distintas personalidades del sillín están de acuerdo en una cosa: "Cuando el alcalde dice que la bici en Madrid no sirve por las cuestas no tiene razón".

"Con las bicicletas modernas y sus cambios de piñones y platos, y buscando un desarrollo cómodo, se puede subir cualquier cosa", dice el deportista.

"Con un buen mapa, siempre se encuentra el camino llano", añade el dandi con una sonrisa.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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