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Rumanía, sin esperanza

Los ciudadanos del país balcánico ,acuden a las urnas azotados por la corrupción y una inflación del 40%

Cuando hace una semana la cadena alemana Metro abrió en las afueras de Bucarest su primer hipermercado rumano, miles de personas hicieron cola desde el amanecer para perderse entre las estanterías de sus 10.000 metroscuadrados. La inmensa mayoría, sin embargo, solo acudió a mirar al gran centro comercial. "Con menos de 12.000 pesetas de sueldo es muy difÍcil permitirse algún lujo alimenticio", asegura Raluca Gheorghe, una privilegiada funcionarIa que a sus 49 años, y debido a su alta cualificación cobra mensualmente esta suma. "Mis compañeros ganan la mitad y ningunO tiene otro empleo". A pesar de que vive en un piso confortable, lleva seis años sin poder ir a las playas del vecino mar Negro. "Hasta 1990 viajaba de vez en cuando al extranjero. Ahora se vive mucho peor que entonces".Rumania ejemplifica mejor que ningún otro antiguo país comunista en transición,, quizá junto con BUlgaria, el altísimo precio social que Europa oriental está pagando por sus bocanadas de libertad. Tan difÍcil es encontrar a alguien que añore la pesadilla de la era Ceaucescu, de sangriento final va a hacer siete años, como a quien no considere que desde la caída del comunismo sus vidas han ido inexorablemente a peor. Todos, sin excepción, creen que su país está devorado por una corrupción que comienza en la cúspide. Quienquiera que, como resultado de las elecciones parlamentarias y presidenciales de hoy, lleve al país hasta el segundo milenio tiene por delante una tarea de titanes.

Carne, una vez al mes

La frustración de la funcionaria Gheorghe es no poder ahorrar para unas buenas botas de invierno, algo que antes tenia sin problemas. Para su vecina llana Nae, una jubilada que habita un barrio de clase media en Bucarest, el Primero de Mayo, el problema es comer con su pensión de 200.000 le¡, unas 6.000 pesetas. "No podría hacerlo sin la ayuda de mi hijo y mi hermano. Pero aún así compro lo imprescindible: verduras, leche. Como carne una vez al mes, cuando recibo mi paga, pero sé que soy una afortunada. Una vecina médica, también de mi edad, 60 años, ni siquiera tiene frigorífico y apenas enciende la luz o el televisor. Otros jubilados que conozco van a mercados de las afueras para poder comprar algún resto de carne o huesos que son mucho más baratos". Sigue por televisión la comparecencia de los 16 candidatos a la presidencia que prometen el gran cambio. Un tema, la pobreza, domina el monólogo de los aspirantes.

"No añoro el sistema comunista, pero no espero nada de las elecciones", dice la señora Nae, categórica al afirmar que su nivel de vida se ha desplomado y en su desprecio por el presidente Ion lliescu, "que fue comunista y sigue siéndolo en el fondo". Tiene la esperanza de que algo cambiará en el futuro, "no tanto para mí como para mi hijo", pero dice sentirse abrumada por la corrupción: "Debe de haber mucho dinero en Rumania, puesto que hay tantos, ladrones y todavía queda para que sobrevivamos el resto".

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En el único país de Europa oriental donde los antiguos comunistas se han mantenido en el Poder con cambios cosméticos, el camino al capitalismo está minado. Lejos del aparente glamour checo, húngaro o polaco, la realidad rumana es contundente en sus calles y en sus casas, en sus carreteras y en sus campos.

El indeciso reformismo del partido gobernante de lliescu, Democracia Social de Rumania, sigue manteniendo la economía básicamente bajo control estatal. Menos de la mitad de la riqueza tiene su origen en el sector privado (el 80% en la República Checa), y la inversión extranjera en Rumania, después de Polonia el país más extenso y poblado de la región, no llega a 2.000 millones de dólares en siete años. Menos de la sexta parte que Hungría. La privatización nunca ha acabado de despegar, pese a que 16 millones de personas son accionistas de 4.000 empresas estatales según el programa de privatización masiva por cupones iniciado el año pasado. En su lugar se han producido compras "políticas" por los directivos de numerosas firmas, leales del partido ex comunista gobernante. Los partidos opositores y la calle acusan al Gobierno de haber creado un Estado "de compinches".

Las estadísticas prevén este año un crecimiento del 4.5%, pero la inflación, que superará el 40%, devora las esperanzas de una sociedad cuya clase media ha desaparecido virtualmente. Mientras el lev se deprecia cada día frente al dólar en el mercado paralelo (ayer 1$ = 4.200 lev), los rumanos se han convertido en el epítome del arte balcánico para mantener la cabeza fuera del agua mediante la improvisación, las conexiones, las habilidades personales, el toma y daca, la chapuza o los parientes en el campo que cultivan una pequeña huerta. Cuando esta semana se anunciaba que el precio de la gasolina se va a triplicar entrando el año, un taxista de Bucarest, que como casi todos cobra en función de la cara del pasajero, incluídos los nacionales, sonreía como si la cosa no fuera con él.

Pese a este paisaje, o quizá por él, nada motiva más a la clase dirigente rumana que una rápida integración en la Europa comunitaria y su pertenencia a la OTAN. 'Rumania, miembro del Pacto de Varsovia hasta 1991, fue el primer país de la región en firmar el programa de la Asociación para la Paz, y su Gobierno y sus Fuerzas Armadas se dicen listos para asumir en. la primera oleada la pertenencia a la futura Alianza Atlántica ampliada. Para despejar el camino, el presidente Iliescu firmó hace menos de dos meses con Hungría un esperado tratado de buena vecindad que garantiza fronteras y los derechos de las minorías. En Transilvania, que pasó en 1918 de Hungría a Rumania, viven más de millón y medio de húngaros cuyas demandas de autonomía han constituído durante los últimos años un permanente motivo de fricción entre Bucarest y Budapest. Hasta hace unos meses Iliescu tenía entre sus aliados parlamentarios a los más furibundos nacionalistas antihúngaros.

Mortalidad infantil

Uno de los anuncios televisados de la coalición centrista que hoy disputa el poder al partido gobernante hace hincapié en el auge de. los divorcios y la caída en picado de la natalidad tras los experimentos sociales de Ceaucescu, que incluían la estricta prohibición de abortar y multas para las familias con menos de cuatro hijos.

A mucha distancia de aquello, Rumania, 23 millones de habitantes, es hoy no sólo uno de los países con más baja tasa de nacimientos de Europa, sino el más alto en mortalidad infantil, reflejo de un sistema sanitario que no deja de deteriorarse a pesar de que la jubilada Nae, como el resto de los ciudadanos, paga 20.000 le¡ por consulta, la décima parte de su pensión, cada vez que acude a un especialista de la Seguridad Social. Un estudio del año pasado del instituto oficial que investiga la calidad de vida señala que la décima parte de las familias rumanas caen bajo el nivel de pobreza absoluto, y que casi dos millones de hogares sobreviven por debajo del rasero de subsistencia.

Por eso Dana (nombre ficticio), 23 años, estudiante del último curso de la licenciatura de Matemáticas, ha tomado el camino del medio. Desde hace meses se prostituye esporádicamente en los hoteles de lujo de la capital rumana mientras intenta conseguir un visado para emigrar a Canadá. Contratada como otras muchas chicas educadas de su edad por una organización con la que comparte ganancias al 50%, lleva una doble vida que, en su caso, le permite pagar los gastos médicos de mi madre y hacer una hucha en dólares para cuando acabe mis estudios y pueda marcharme".

Otro rey balcánico en la sala de espera

Una gran bandera monárquica ondeaba esta semana en Bucarest en la multitudinaria marcha con que la oposición cerraba la campaña electoral. Nadie entre los manifestantes, muchos de ellos jóvenes, parecía prestarle mucha atención; pero tampoco nadie parecía sentirse incómodo. Pocas personas fuera de Rumania van a estar más pen diente del resultado de las elecciones que un rey sin corona de la dinastía alemana Hohenzolern-Sigmaringen. Se trata de Miguel I, que con Simeón de Bulgaria forma la pareja de monarcas balcánicos con aspiraciones de volver a sus respectivos y vecinos países, de los que salieron tras la victoria comunista en la II Guerra Mundial.Para Miguel de Rumania, de 75 años, una victoria de la coalición opositora, en la que hay algún partido abiertamente promonárquico, significará la posibilidad de regresar a Bucarest como ciudadano. Incluso si el presidente Iliescu, un apparatchik ex comunista, renueva por tercera vez su mandato le va a ser difícil, en la actual relación de fuerzas en Rumania, impedir la vuelta de un hombre que cuando pisó brevemente su país en 1992 fue acogido jubilosamente por centenares de miles de sus conciudadanos. Uno de los principales argumentos utilizados por lliescu contra la coalición centrista que le disputa el poder es que su líder, Emil Constantinescu, pretende restaurar la monarquía en Rumania. A los campesinos, su espina dorsal electoral, Iliescu, que siente por Miguel la misma aversión que el conde Drácula por los crucifijos, les ha dicho en esta campana que el regreso del rey significaría la confiscación de sus tierras para devolvérselas a los antiguos terratenientes.

"El dictador Ceaucescu no tenía miedo del rey Miguel; pero lliescu sabe que carece de legitimidad y siente pánico", explica en francés Simina Mezincescu, que al frente de la fundación Rumania del Futuro intenta mantener viva la llama monárquica en Rumania. "Aquí, a diferencia de Bulgaria, no se hacen sondeos sobre el sentimiento monárquico de los ciudadanos; pero los norteamericanos encargaron uno hace dos años y más de un 30% de los rumanos quería la vuelta del rey", asegura.

Entre fotografías de la familia real en Suiza, ajados muebles de estilo, grandes cuadros y jarrones con flores, la señora Mezincescu asegura en su amplia y vieja casa de Bucarest, reflejo de un tiempo ido, que "el rey no va a volver como tal, sino como ciudadano". Acaricia, sin embargo, la posibilidad de que un nuevo reparto de fuerzas en Rumania permitiera a medio plazo la celebración de un referéndum que abriera el camino a la eclipsada monarquía. "El rey ya ha pedido visado para venir de nuevo esta Navidad. La reina Ana lleva visitando Rumanía desde 1993".

Miguel I, que carece de descendencia masculina, cumplió un destacado papel en la miserable Rumania de postguerra. En 1944 organizó un golpe contra el dictador pronazi Ion Antonescu. Los aliados entregaron su país a los rusos en Yalta, en 1945, año en que el partido comunista se hizo con el control de Rumania. Dos años más tarde, en diciembre de 1947, el monarca fue forzado a abdicar. Fue el último rey balcánico en huir.

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