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La ministra y la Historia

Quizá a alguno le ha llamado la atención que la ministra de Educación y Cultura haya tomado la iniciativa de plantear una cuestión que, en teoría, debería quedar remitida a tan sólo los expertos, como es la relativa a la enseñanza de la Historia de España. Lo cierto es que ya en otras latitudes ha existido una preocupación por este particular, en especial en el Reino Unido durante la etapa de Margaret Thatcher. La argumentación a la que ha recurrido ha consistido en señalar que en la educación obligatoria la Historia no sólo parece haber perdido identidad propia subsumida en otras materias, sino que queda reducida a unas vagas explicaciones estructurales, sin referencias cronológicas y sin alusión alguna a aspectos esenciales del pasado colectivo. Aunque quizá sea exagerado calificar de "calamitoso" el estado de la enseñanza de la Historia, no le falta a la ministra una gran parte de la razón. La misma creación, en el nivel universitario, de la carrera de Humanidades ha ido dirigida a ningunear las e incluso la falta de indicaciones sobre los programas de la ESO ha dado lugar a la más abigarrada disparidad en los contenidos.Sin embargo, en otro punto concreto, creo que el juicio de la ministra puede llevar a resultados desenfocados e incluso inconvenientes para la formación de las jóvenes generaciones. De su intervención ante un auditorio tan selecto como es la Real Academia de la Historia, puede derivarse la sensación de que existe en ella una prevención con respecto a la Historia más próxima a nuestra realidad presente. En efecto, la ministra aseguró que, "en la enseñanza obligatoria, la Historia se ha reducido a un somero estudio de la Edad Contemporánea, por no decir lisa y llanamente del mundo actual". Parece que considera más urgente la información sobre Julio César o Felipe 11. Si es así, no estaría en absoluto justificado, y además se menospreciaría una etapa- cronológica que tiene un status científico claro y admitido y un especial sentido desde el punto de vista formativo, aparte de responder a una necesidad muy, evidente en el caso concreto de España.

En la mayor parte de los países, el estudio de la Historia del Tiempo Actual (desde 1945 hasta el presente) ha merecido la creación de centros especializados. No es una Historia subjetiva o carente de reglas, sino que proporciona a quien la conoce la capacidad de comprender el tiempo que vive interpretándolo por sus causas inmediatas y con mayor profundidad que la avalancha de información que le dan los medios de comunicación diarios. Se ha dicho, con razón, que esta historia ofrece uno de esos planos generales cinematográficos que permiten contemplar la totalidad de un escenario mientras que otra información se queda tan sólo en el primer plano. El que la conozca tiene muchas más posibilidades de evitar ser un simplificador o un intolerante; sabrá, además, interpretar la realidad con una mentalidad a la vez de distanciamiento y de aprecio por los factores del pasado que siguen influyendo en el presente. La Historia del Tiempo Actual es un saber interdisciplinario por excelencia que proporciona una prueba evidente de cómo se conjugan en la realidad temporal los diversos niveles de las actividades humanas.

Pero, además, tiene especial sentido su conocimiento en España y por los españoles. La historia de nuestro país tiene una tradición gloriosa, pero no se debe olvidar, al mismo tiempo, que ha sido a menudo divisa y motivo de enfrentamiento. Un conocimiento ponderado y neutral de lo que fue la guerra civil contribuye a asentar la convivencia entre los españoles. El recuerdo del proceso por el que España llegó a la modernidad económica revela todo el esfuerzo colectivo de una sociedad en la conquista de unas mejores condiciones de vida. Conocer nuestra más reciente trayectoria histórica -que consiste en la transición, sin excesivos traumas sociales, desde una dictadura a una democracia- ha de contribuir sin duda a perpetuar y profundizar los hábitos democráticos. Precisamente el año pasado, con ocasión del vigésimo aniversario del comienzo de la transición, pudo comprobarse la pasión de todos los españoles, en especial los más jóvenes; por ese pasado cercano y el evidente peligro de la desmemoria. Sería una pena que las jóvenes generaciones -a base de ampliar sus conocimientos de épocas remotas desconocieran el origen de su presente.

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Javier Tusell es historiador.

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