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Stalin y España

Antonio Elorza

"Irujo: Nin no ha aparecido. Negrín: Qué importa? Es uno más. (Consejo de Ministros, 25 de octubre de 1937).Cuando se cumplen 60 años de la intervención de la URSS en la, guerra civil, no corren buenos tiempos para la imagen de la política de Stalin en España. Santiago Carrillo es prácticamente el único que se atreve a recordar las que juzga sus intervenciones, positivas, cuando en 1948 recomienda al PCE el trabajo en los sindicatos franquistas o, 12años antes, al llamar a la moderación a Largo Caballero apuntando a una vía parlamentaria al socialismo. Pero estas evocaciones, sacadas de contexto, tienen poco valor para contrarrestar la confortante visión dualista, mezcla de Orwell desfigurado y Disneylandia revolucionaria, que nos proponía hace unos meses Ken Loach en su Tierra y libertad.

La imagen de la revolución auténtica, la anarcopoumista asesinada por la espalda, ha resurgido con singular fuerza. Lo resumía a fines de junio el editor de un programa sobre nuestra guerra en France 3: quienes más le dolían eran "los vencidos de los vencidos", los revolucionarios utópicos ejecutados a miles por los estalinistas. Seguían las fotografías de los representantes rusos en España, víctimas también de Stalin, y una sola "de quien permaneció fiel al amo", Togliatti, blanco habitual en este tipo de composiciones, algo que nos permite entender que el blanco. real era la deriva del comunismo hacia la democracia.

Las cosas son, no obstante, más complejas, y tanto por lo que concierne a los supuestos ángeles de la revolución -que en el caso del ánarcosindicalismo fueron los primeros en anotar las propias limitaciones como en el de esa fuente supuesta de todos los males: el PCE manejado por Stalin. Advirtamos que no se trata de buscar una exculpación, sino una explicación, partiendo de que el estalinismo fue algo más profundo que el conjunto de decisiones de un personaje malvado y al parecer, por lo que toca a España, contrarrevolucionario. En realidad, la particularidad de Stalin consistió en definir un modo de hacer política, de relación con el otro (competidor, adversario o aliado circunstancial) desde una doble perspectiva de instrumentalización y destrucción según las metas perseguidas. Esto marcó al movimiento comunista en su conjunto, pudiendo incluso, como ocurre en la España de 1936-1937, arruinar el contenido de su estrategia política. Reconstruir esta lógica del comportamiento puede tener más interés que una película de buenos y malos, proporcionando de paso una explicación a la paradoja de que una, política destinada inicialmente a defender con todo rigor la democracia republicana y la unidad de las fuerzas obreras desembocase en una situación de radical aislamiento comunista.

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Porque, efectivamente, Stalin no buscaba en el verano de 1936 imponer el dominio soviético sobre España. Los sueños de, una "revolución española", remake del Octubre ruso de 1917, dominantes en el primer bienio republicano, habían cedido paso desde meses atrás a. una, política de frente o bloque popular, apoyada en uña doble estimación. Primero, que en la situación política de España prevalecían los riesgos de una contrarrevolución, sobre las posibilidades revolucionarias. Y segundo, por encima de todo, resultaba preciso para la URSS dar prioridad al empeoramiento de la situación internacional, con la subida en flecha de la amenaza hitleriana, lo cual quitaba todo encanto para Moscú, a cualquier perspectiva de revolución social hecha a espaldas de Inglaterra y de Francia. Era un puro juego de suma de vectores, donde para nada entraban consideraciones de preferencias por la democracia, aunque esa defensa de la democracia fuera el resultado concreto, de la aplicación de semejante enfoque a España, con especial insistencia desde que las tropas de Hitler ocupan. Renania a primeros de marzo de 1936. Para fijar como objetivo central la defensa de la democracia española, Stalin no tuvo que esperar a asustarse ante las realizaciones revolucionarias que siguen al comienzo de la guerra.

El control de Stalin sobre el PCE era muy estricto desde que en 1932, como delegado y tutor por cuenta de la Internacional Comunista, tomase las riendas del partido el argentino Victorio Codovilla, dueño absoluto de las decisiones internas hasta 1937, y más tarde implicado en el asesinato de Trotski en México. El secretario general, José Díaz, actuó durante estos años como simple asistente. En principio, una pequeña orquesta roja garantizaba que informaciones y consignas circularan diariamente entre Madrid y Moscú, pero en la práctica lo que llamaríamos la autonomía del mayordomo por parte de Codovilla fue bastante amplia, dado su control de las informaciones transmitidas a la casa" y, en el tiempo de guerra, la rapidez con que se sucedían los acontecimientos. Es así como, tras sus primeros dislates, notificando desde el 20 de julio que el levantamiento militar estaba prácticamente vencido y que lo fundamental era entrar en el Gobierno, puede tomar decisiones importantes en contra de las directrices de la IC: por ejemplo, la propia entrada de ministros comunistas en el Gobierno de Largo Caballero. El nombre en clave del búlgaro Dimitrov, situado, con Manuilsky, el representante del PCUS, al frente de la IC, era modestamente "Dios", pero el enlace con España nunca fue tan eficaz como el logrado con Francia. Ello explica que mientras desde Moscú se proponia una política de fortalecimiento de la unidad y renuncia al poder político, por parte del PCE, la dinámica del estalinismo funcionara por sí misma en España, con toda su agresividad, modificando el contenido de la política propuesta de apoyo a la República y atención preferente a la escena internacional. Esa actitud de cautela, adoptada por Stalin, explica la adhesión temprana de la URSS a la política de No Intervención, así como,el retraso dé su implicación a fondo en la guerra, cuyo punto de partida podría situarse en la decisión, de 18 de septiembre de 1936, por la cúal el secretariado de la IC acuerda enviar a España organizaciones de voluntarios, lo que serán las Brigadas Internacionales. En la misma línea se sitúan los reiterados llamamientos desde Moscú para que el PCE apoye y no se oponga a Largo Caballero, hasta que desde el interior se logra imponer una actitud negativa, tras la caída de Málaga. Ni siquiera cuando llegue al poder un hombre propicio al entendimiento con los comunistas, Juan Negrín, cesará Codovilla en su táctica de desborda

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Antonio Elorza es catedrático de Pensamiento Político de la Universidad Complutense de Madrid.

Stalin y España

Viene de la página anteriormiento, secundado ahora por otro delegado, el izquierdista Stepanov, tras el asesinato de Andreu Nin. Mal, se cumplía la inequívoca consigna lanzada por Dimitrov al PCE el 19 de ulio de 1936: "No abandonar las posiciones del régimen democrático y no salir del límite de la defensa de la República

La doble cara de la política soviética sale entonces a la luz con toda claridad. De un lado, Togliatti / "Ercoli" es enviado a España por Dimitrov y Manuilsky, verosímilmente para superar el izquierdismo, y poner fin a la férrea tutela de Codovilla sobre el PCE: "El método de trabajo de Luis hacía inútiles las reumones del buró político, privándoles de toda importancia", hará, constar Pasionaria, nada desafecta a la Persona del argentino. Pero por otro lado, posiblemente al comprobar los obstáculos que el marco jurídco republicano opone a la pretensión de Stalin de organizar en España a costa del POUM una reedición a menor escala de los procesos de Moscú, y ante el malestar generalizado que suscita en otras fuerzas políticas la brutal y tosca eliminación de Nin, el timonel decide cambiar de rumbo y proponer unas elecciones en plena guerra, de forma que la hegemonía del PCE quedase garantizada y anulado el contenido pluralista del Frente, Popular. Surgiría así "una democracia de nuevo tipo". Es entonces cuando desde España se bosqueja lo que luego será el régimen de democracias populares. El proyecto recibirá una repulsa casi general y pasa a mejor vida con el hundimiento del frente de Aragón. Pero es una muestra dé cómo la voluntad de instrumentalizar, (a socialistas y republicanos) y destruir al oponente (en este caso, el chivo expiatorio poumista) dinamitaba desde, el interior lo que inicialmente un designio de proporcionar un sólido apoyo obrero a la democracia republicana. La primera victima del estalinismo fue así la propia política de Frente Popular que constituía la la estrategia de la Internacional Comunista en España. Algo parecido le había de suceder, andando el tiempo, a Santiago Carrillo con su eurocomunismo.

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