De las medallas a los ojos
Una noche de agosto del verano pasado, me encontraba yo con mis amigos tomando una caña en un bar de Madrid. Debí despistarme porque, cuando quise darme cuenta, me encontré sola con una gamba a la plancha entre los dedos. Miré a mi, alrededor y vi que todo el bar estaba, boquiabierto ante la televisión. Parecían extasiados. Me asomé por curiosidad a la pantalla, pero me espanté ante las imágenes que vi: cinco cuerpos de mujer subidos al podio olímpico, pero ¡qué cuerpos!Lo que yo veía a través de las imágenes eran cinco chicas con signos evidentes de anorexia: subalimentadas y subdesarrolladas, al borde del colapso físico y psíquico. Sin, embargo, lo que yo vi no fue lo mismo que vieron mis amigos, ya que, al buscarles con la mirada para descargar mi indignación, lo que me encontré fue con unos seres en estado de alineación a punto de derramar una lágrima a ritmo de himno nacional. Más tarde, cuando recuperaron el habla, me confirmaron que ellos no interpretaban las imágenes de la misma forma en que yo lo hacía. Qué extraño, pensé.
A raíz de este incidente, y de otros que confirman la alienación en la que está sumida la población, al extremo de ver imágenes de salud donde hay imágenes de enfermedad, confieso que estoy siguiendo con cierto escepticismo los artículos y contra artículos sobre las gimnastas. Finalmente, la carta de Ramón Meseguer, aparecida el 19 de octubre en esta sección, me ha llenado de gratitud por la sensibilidad que muestra, y me ha devuelto la esperanza. El ha podido apartar la vista del oro de las medallas y fijarla en los ojos de las gimnastas, donde ha descubierto unas, miradas que lo dicen todo, y que tan bien ha descrito en su carta
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