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Lébed y la guerra de sucesión en Rusia

"Nadie se sorprendería de ver aparecer tanques en las calles de Moscú", me comenta un politólogo justo cuando se iniciaba la semana más caliente que ha vivido Rusia en varios anos. "Vivimos en una república ultrapresidencialista sin presidente. La guerra de sucesión ha provocado el caos en un país extenuado por la crisis económica y que ya ha agotado su paciencia". Cada día proporciona una nueva oleada de revelaciones sobre la corrupción en los círculos dirigentes. Y para desmoralizar aún más a quienes sobreviven con míseros salarios, pagados con meses de retraso, el Gobierno ha prometido una mejora de la economía a partir de... 1998. De repente, y sin previo aviso, Borís Yeltsin aparece el jueves 17 de octubre en las pantallas de televisión para expresar su cólera contra Alexandr Lébed, secretario del Consejo de Seguridad, y para firmar -en directo-, con una mano temblorosa, el decreto de su destitución.He visto esta escena en casa de unos amigos que recuerdan a Yeltsin "fuerte como un toro". Apenados por verle tan deteriorado, lo están aún más por su decisión. "No es el corazón lo que funciona mal en él, es la krycha [la azotea]", me dice uno de ellos llevándose el dedo, a la cabeza. ¿Qué es lo que en realidad se reprocha a Lébed? ¿No haber sabido o querido integrarse en un equipo directivo que bate todos los récords de impopularidad y que ofrece al país un espectáculo indecente con sus peleas bizantinas? ¿Haber realizado un acercamiento a otro general, Alexandr Korzhakov, reverenciado por Borís Yeltsin durante 11 años? ¿Ser capaz, él solo, de hablar con los chechenos y haber puesto fin a la guerra en el Cáucaso? ¿O tal vez, sencillamente, su falta, más grave es haberse convertido en un héroe popular recibido en casi todos los sitios con gritos de "Lébed, presidente"?

El decreto del Yeltsin ha provocado una verdadera conmoción en la opinión pública. En Moscú, donde el presidente ruso logró el 82% de los votos en las últimas elecciones, no he encontrado a casi nadie que se haya declarado a favor de la decisión del cese. Por todos lados aparecen inscripciones escritas con tiza en las paredes que dicen: "Yeltsin-Judas". En los transportes públicos los rusos expresan de buen grado sus opiniones a un extranjero rusófono. Según ellos, se deduce que el carismático general, tras haber logrado la paz con Chechenia como había prometido, iba a cumplir su segunda pro mesa: descriminalizar la economía, acabar con las mafias y restablecer una vida normal. Su confianza en la determinación y en la capacidad del general no tiene límites. Algunos llegan a afirmar que si Lébed apoya a alguien tan poco brillante como el general Korzhakov se debe a que "seguramente ha actuado honestamente" en medio de los mafiosos del Kremlin. "Hace cuatro meses", me dice un estudiante de la Facultad de Periodismo, "el Judas- Yeltsin nos dijo que el general Lébed estaba predestinado a convertirse en un presidente excelente, en su preferido para sucederle y, de hecho, el único posible; se ha aprovechado de la popularidad de Lébed para conseguir la reelección y hoy lo escupe como si fuera un chicle".

Estos reproches dejan translucir también una gran inquietud: Yeltsin habría "tomado partido por la guerra en Chechenia" porque ha mantenido en su puesto, al general Kulikov, que aún pretende obligar a los chechenos a deponer las armas. Por otro lado, como siempre ocurre en Rusia, algunos consideran que el zar ha sido víctima de los boyardos que le engañan y le hacen tomar decisiones equivocadas. "Ha sido el ryjyi [pelirrojo] quien se ha cargado a Lébed", se oye comentar por casi todas partes. El pelirrojo es Anatoli Chubáis, jefe del Gabinete presidencial, el hombre más odiado de Rusia, también apodado "el camarada de los vales", porque ha dirigido una privatización denominada popular, realizada mediante vales, que debía permitir que todo el mundo pudiera comprarse algún día "un Volga", pero que, al desviarse de su objetivo, sólo ha dado lugar a que una reducida minoría acumule fortunas astronómicas. En Moscú, la vox populi pretende que el ryjyi es un agente de Estados Unidos que Clinton ha impuesto a su amigo Yeltsin.

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La oleada en apoyo de Lébed desencadenada en Rusia no se traduce en manifestaciones callejeras. Al parecer, han tenido lugar reuniones espontáneas en los cuarteles, sobre todo entre las divisiones de paracaidistas, pero los medios de comunicación no hablan de ello. En Tula, a 180 kilómetros de Moscú, los partidarios del general han formado un comité que le pide que postule por el cargo de gobernador de la región. No hay nada que evidencie que Alexandr Lébed, candidato a la presidencia de la república, quiera, entretanto, ocupar un sillón de gobernador. Uno de, sus colaboradores más cercanos, que conocí cuando todavía era profesor de Filosofia, me ha comentado. que el general es a menudo imprevisible, incluso para sus allegados. A su alrededor ha reunido a un equipó variopinto en el que trabajan desde, Konstantin Borovoi, fundador de la Bolsa de Moscú, a intelectuales de izquierda que no se sienten a gusto con las confusas teorías de Ziugánov: "Alexandr Ivanovich nos ha dicho que tiene mucho que aprender de nosotros para llenar sus lagunas en cultura política y en cultura a secas. Es un hombre sencillo, de buen carácter y que no oculta sus ambiciones.. Está convencido de poseer una misión a nivel nacional, y ahí radica su fuerza. No tiene prisa y está seguro de que alcanzará el poder a través de las urnas".

La víspera de ser destituido, Lébed fue ovacionado en la reunión del consejo militar de las tropas de paracaidistas y se pronunció en contra de la decisión del ministro de Defensa, nombrado por recomendación suya, de reducir el número de efectivos de este cuerpo. El mismo día dio la razón a los oficiales del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas que reclaman una paga que se les adeuda desde hace cuatro meses. Han llegado a lanzar un ultimátum al Gobierno para el 25 de octubre, amenazando con "tomar las medidas oportunas" una vez cumplida esa fecha. En los discursos y en los pasquines difundidos por estos oficiales de élite también aparecen ataques muy violentos contra el "pelirrojo americano" -Chubáis- que demuestran que el Ejército ruso no está mudo. Mi interlocutor, que pertenece al entorno de Lébed, me ha asegurado que el general no incita a la rebelión y cuida su relación con el Ejército únicamente para imposibilitar la

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K.S. Karol es periodista francés especializado en cuestiones del Este.

Lébed y la guerra de sucesión en Rusia

Viene de la página anteriorreanudación de las hostilidades en Chechenia. Esta explicación no parece convencer a la clase política moscovita, que teme la popularidad de que goza Lébed en la opinión pública y en el Ejército. En la Duma, todos los partidos, a excepción del grupo Iablóko, de Grigori Yavlinski, han acordado una sagrada alianza para apoyar a Yeltsin frente a Lébed. El presidente, agradecido, ha concedido por primera vez una audiencia al portavoz de la Cámara, Guenadi Seleznev, a quien, sin embargo, consideraba como el peor de sus enemigos. Para sellar su alianza anti-Lébed, todos los líderes de la Duma, de Ziugánov a Zhirinovski pasando por el elocuente cineasta Govorujin, han comparecido juntos en una rueda de prensa anunciada a bombo y platillo y han criticado con virulencia los acuerdos logrados por Lébed con los chechenos.

Según ellos, el general habría traicionado a los 200.000 rusos que viven en Chechenia, habría atentado contra la integridad territorial del país y habría favorecido la creación de una república terrorista que incluso estaría capacitada para realizar terrorismo nuclear. Al escuchar esto se hace difícil no recordar la ocurrencia del poeta Tiuchev: "No se puede comprender a Rusia con la razón". En efecto, he leído el discurso que Alexandr Lébed ha pronunciado recientemente en una sesión especial de la Duma a puerta cerrada. Describe minuciosamente la terrible situación en la que se encontraba en mayo el Ejército ruso en Chechenia. Unos 14.000 soldados de las fuerzas del Ministerio del Interior se encontraban en Grozny rodeados por 3.000 guerrilleros chechenos con una enorme movilidad y eficacia, bien dirigidos y con un perfecto conocimiento del terreno. En algunos barrios cerca de la plaza Minutka, 1.181 soldados estaban atrapados, sin comida, sin agua y sin medicamentos. En casi todos los sitios, las municiones se habían agotado. Las bajas se elevaban a 496 muertos, 1.407 heridos y 182 desaparecidos. Algunos destacamentos, presos de desesperación, alzaban la bandera blanca. Y no se trataba de reclutas de 18 años: los batallones de élite de Krasnodar y de Togliatti, con fama de aguerridos, deponían las armas. ¿Era necesario en estas condiciones prolongar las hostilidades?, se preguntaba Lébed. Es cierto que en su discurso no escatimaba críticas al responsable de este desastre militar, el general Kulikov, ministro del Interior, que en virtud del decreto ministerial 1.330, de 25 de diciembre de 1995, es el encargado de mantener el "orden constitucional" en Chechenia. Pero este último se mantuvo en silencio. Los diputados tampoco pusieron en duda los hechos ex puestos. Sólo han alzado su voz contra Lébed tras su cese, para hacerle el reproche absurdo de no haber obtenido la capitulación de los chechenos. ¿Y qué decir del voto masivo de la Duma -258 votos frente a 38- a favor del general Kulikov, el hombre que ordenó el bombardeo de pueblos chechenos, provocó miles de víctimas civiles, rusos incluidos, y logró que toda Chechenia apoyase a los independentistas? Kulikov se ha puesto en ridículo en televisión al acusar a Lébed de "bonapartismo" y al afirmar que "contaba con 1.500 combatientes chechenos para tomar el Kremlin".

Borís Yeltsin hubiera deseado sustituir a Lébed por otro general de prestigio, Borís Gromov, antiguo comandante en jefe en Afganistán. Pero éste rechazó la oferta. Por tanto, el elegido ha sido el anodino Iván Ribkin, un antiguo comunista, más tarde diputado por el Partido Agrario, que después se incorporó al Kremlin y finalmente fue derrotado en toda regla en las elecciones a la Duma. Hará todo lo que diga el "pelirrojo". El Consejo Seguridad Nacional ya notendrá influencia alguna. "Cuando las instituciones pierden todo su crédito, una tras otra, se termina por abonar el terreno para la dictadura. Yo no he vuelto a Lébed, pero desde luego le prefiero a una junta de coroneles o de capitanes", me ha dicho un amigo, que no escluye una situación a la portuguesaa.

El 9 de septiembre, Helmut Kohl suplicó a un Yeltsin enfer´o que no hiciera nada contra Lébed, que goza de prestigio en Chechenia. Su consejo no ha sido contado con el apoyo de Clinton. El precio de este error puede ser muy alto. Porque, con Lébed, la opinión pública rusa se sentía en cierta medida tranquilizada ante el relevo (en elpoder). Tras su cese, y teniendo en cuenta el desesperado estado de Yeltsin, se corre el riesgo de que la sucesión se produzca en las peores condiciones.

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