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Crítica:CINE: 'SECRETOS Y MENTIRAS'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Oro puro cinematografico

Quienes no hayan pasado por encima de la sucinta ficha que recuenta las principales parcelas de autoría de Secretos y mentiras que precede a este comentario habrán echado de menos en ella la identidad del autor de la escritura del filme,, básica en cualquier película de fuste, y ésta lo es. No es un olvido del comentarista ni tampoco que Secretos y mentiras carezca de escritura y de autor o responsable de ella. Todo lo contrario: su escritura es admirable, además de evidente; uno de los guiones más rigurosos, penetrantes y libres que se han escrito para el cine reciente. Lo que ocurre es que su autor no puede encerrarse en un nombre, ni su fuente es una pluma conducida por una mano.Es otra cosa, y lo más cercano que puede decirse sobre su procedencia es que ésta se encuentra, simultánea o alternativamente, en el director de la película, probablemente también en su equipo técnico y con toda seguridad en la decena de asombrosos intérpretes que osaron (profesionalmente a tumba abierta) meterse dentro del campo de la cámara sin haber dejado fuera del alcance de la lente unas cuartillas llenas de los diálogos memorizados que tenían que decirse entre sí y de las indicaciones de sus gestos y reacciones.

Secretos y mentiras

Director: Mike Leigh. Fotografía:Dick Pope. Música: Andrew Dickson. Intérpretes: Brenda Bethlyn y Timothy Spall. Reino Unido, 1996. Estreno en Madrid: cines Arlequín, Palafox, Acteón, Vaguada y Alphaville (versión original subtitulada).

No existían, mientras se filmaba Secretos y mentiras, tales cuartillas. Los intérpretes llegaban en blanco cada mañana al lugar de rodaje y allí, en un embrujado juego de pimpón de ideas y ocurrencias frente a las del director y su cámara, fueron componiendo día a día la ficción que ahora nos regalan y que oculta su singular y laboriosa creación in situ detrás de una sorprendente confluencia de inventivas. Un trance insólito de inspiración colectiva finalmente ordenado y decantado por un director de escena superdotado, que extrae de la expansividad del grupo interpretativo la formidable serie encadenada de síntesis dramáticas por donde transcurre Secretos y mentiras, que así se convierte en una conjugación insuperable de documento, comedia, drama y melodrama, que merece estar en el corto puñadito de cumbres del cine que han ocurrido en las pantallas de ahora.

Hay una escena en la zona de arranque de esta extraordinaria película que puede orientamos en la busca de un punto de vista que nos permita entrar en las, claves formales de lo que vemos en la pantalla y adentramos en sus leyes. Se trata de la escena del primer encuentro entre la madre protagonista y su hija desconocida. Si se mira con detenimiento este momento de gran (de grandísimo) cine, no es dificultoso percibir la explosiva mezcla entre contención y exceso, entre naturalidad y sobreactuación, entre irrealidad y verosimilitud y entre humor y dolor, que contiene. Y la belleza, la audacia y el riesgo que entraña toda la película se desvela allí de pronto.

Incardinar

Interpretar se convierte aquí en incardinar. Sostener, como hacen Leigh y sus dos geniales actrices, tal encuentro supone más que representarlo vivirlo, pues mientras transcurre asistimos en vivo a la dinámica de su creación, prodigio de inventiva que en este filme alcanza un tan alto refinamiento que nos sitúa en el borde de la perfección. Porque, una vez abierta por esta llave maestra la interioridad del relato, moverse dentro de los intrincados itinerarios poéticos, dramáticos, mentales y sentimentales de Secretos y mentiras es respirar cine excepcional a pleno pulmón.Es el signo de una obra de arte mayor, oro puro cinematográfico, a cuyos quilates hay que añadir el del coraje que entraña un enfoque formal tan arriesgado como el que aquí afronta la batuta de Mike Leigh frente al grupo de virtuosos de la composición escénica que orquesta. Nada hay más lejano a la caída en el teatralismo que este genial experimento de teatralidad fílmica, de la estirpe de aquellos que sólo logran muy de tarde en tarde construir algunos genios -para orientamos, este mínimo botón de muestra: Kazan, Brando, Clift, Cukor, Murnau, Welles, Eisenstein, Dreyer, Isbert, Laughton, Lubitsch, Dieterle, Sirk, Mamoulian, Preminger, entre centenares- de la escena, cuando por excepción les dejan ponerse con entera libertad detrás y delante de una cámara.

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