Odio
¿De dónde sale ese odio patológico de los fundamentalistas musulmanes hacia la mujer? ¿De qué covachas del alma emerge esa sana miserable? El Corán no ordena esas atrocidades y el Islam no es eso, como insisten en explicar una multitud de eruditos árabes. No, esa crueldad torturadora debe de nacer de lo más negro y estancado del ser humano: del miedo, de la inseguridad, de la incultura; de la frustración y la debilidad absoluta, que hace que deseen ser verdugos porque es su única manera de ser algo.Ahora los talibanes han recluido a las mujeres en sus casas, las han cubierto de los pies a la cabeza con velos que ciegan y mantos que paralizan, y han cerrado las escuelas para niñas. Esto último es lo más aterrador: de qué catadura moral tiene uno que ser para prohibir el conocimiento, para condenar a todas esas mujeres a la extrema desolación de la ignorancia. Claro que los fundamentalistas son unos verdugos especialmente perversos: martirizan a sus propias madres, a sus hijas, a sus hermanas, a sus esposas. Su intimidad debe de ser una hoguera loca de dolor y de odio.
Lo que están haciendo los talibanes es un crimen contra la Humanidad, un genocidio, porque están matando en vida a la mitad de la población. A finales del segundo milenio no podemos permitir esas atrocidades, y las mujeres occidentales tenemos peso y poder suficiente para influir en ello. Basta con asumir ese poder, basta con mantener una postura pública firme: como los judíos, por ejemplo, tan hábiles defensores de lo suyo. Por ejemplo, debemos exigir que ni un sólo gobierno democrático reconozca y acepte a los talibanes. Esta tarde, a las 18.30, hay una concentración de apoyo a las mujeres afganas frente al Ministerio de Asuntos Exteriores, en Madrid. Es una manera de empezar la lucha.
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