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41º FESTIVAL DE VALLADOLID

Endeble arranque con cine australiano

La genialidad de 'Rompiendo las olas' empequeñece el concurso

El deslumbrador talento del cineasta danés Lars von Trier, que inauguró anteayer esta edición de la Seminci con Rompiendo olas, ensombreció su comienzo, ayer, con una jornada casi enteramente dedicada al cine australiano, que incluyó fuera de concurso a la interesante Shine y en concurso a las endebles Serenata de amor y La habitación tranquila. Más interés que esta programación monográfica tiene la monografía El cine australiano, editada por el festival y que cubre uno de los incontables vacíos sobre cine de la producción editorial española.

Sin llegar a estar cercados por el vacío, los cineastas y estudiosos australianos que acudieron ayer a Valladolid para dar la cara en defensa de sus películas pasaron casi inadvertidos. Protagonizaban el día, pero éste estaba invadido por la imparable resaca de comentarios desatada por la proyección, la noche anterior, de Rompiendo las olas, la audaz y bellísima película escrita y dirigida por Lars von Trier que el pasado mayo obtuvo el Gran Premio del Jurado en el Festival de Cannes.

Este extraordinario monumento de espiritualidad, que tiene la generosa osadía de trazar -a través del rescate de una secuela indefinible del peculiar estilo expresionista del gran Carl Theodor Dreyer, padre del cine danés- un camino mágico en el cine moderno, mediante el retroceso- a una de las fuentes básicas del clasicismo europeo, mueve y conmueve. Es decir: crea auténticas pasiones y, por tanto, genera detractores -los intrusos y papanatas publicitarios de la chapuza audiovisual- que aumentan involuntariamente su capacidad de irradiación y cargan de verdad a quienes salen cordialmente toca os e a contemplación de esta maravilla de ingeniería lírica.

Obra inteligente

Las rotundas vibraciones del talento de Lars von Trier acallaron, lo que no es justo, los más tenues alcances de Shine, buena película australiana escrita y dirigida por, Scott Hicks, que clausuró el pasado Festival de Venecia y que se presentó aquí en exhibición fuera de concurso. Es una obra inteligente, penetrante y que crea inquietud, pese a padecer algunas arritmias graves, que se resumen en ésta: inoportunas aceleraciones argumentales que hacen pasar la mirada demasiado por encima de algunos recodos del tortuoso itinerario mental del personaje protagonista, un muchacho pianista de gran talento, un artista superdotado, pero ahogado por las agobiantes frustraciones de su padre -interpretado por el gran Armin Mueller-Stahl, que vuelve a actuar -de forma eminente-, un judío australiano superviviente de los campos de exterminio nazis. Un muy notable filme sobre las fronteras entre el genio y la locura, que hubiera merecido mejor día para su recepción.Concursaron otros dos filmes australianos. A Serenata de amor, escrita y dirigida por Shirley Barrett, le ocurre lo que a tantas películas actuales frustrantes: está correctamente dirigida pero mal escrita. A esta historia de dos hermanas muy jóvenes que se disputan el sexo de un tipo maduro le falta vigor en el entramado y densidad y trepidación en la peripecia argumental, lo que conduce a un guión sin carne, que suele ser el preludio inevitable de un cadáver de película.

Algo así, pero en clave de novedad algo rebuscada y pretenciosa, le ocurre a La habitación tranquila, donde Rolf de Heer -siempre en obsesiva busca de transgresiones fáciles- intenta y no logra dar duración de hora y media a un guión cuya trama hubiera conducido, de haber sido medida por ojos con un mínimo sentido de la síntesis, a menos de una hora de metraje, lo que es indicio de un error garrafal en el armazón del curioso relato de una niñita que, harta de oír parlotear a sus papás, decide, y cumple, no volver a abrir la boca en su vida.

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