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Tribuna:LOS LÍMITES DE LA CRÍTICA
Tribuna
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Execraciones

Novelistas en agraz y menos en agraz, poetas en agraz y ya maduritos (de edad) vienen llenando últimamente los mentideros madrileños y no madrileños de tupidas descalificaciones contra algunos críticos que no han sido favorables a sus intereses, mientras en los periódicos se publican caricaturas -sólo caricaturas- de lo que es el oficio de crítico en España.Así, un autor nacido en 1971 escribe y publica una novela cuyo protagonista es un crítico y profesor universitario, "un escritor frustrado" que, incapaz de urdir una ficción, secuestra a una alumna y le roba el original de una novela con la que consigue un gran éxito. Escritor "frustrado" y homicida: la secuestrada acaba muriendo de la mala vida que le da el crítico ladrón, quien de paso se carga también a la madre. El "escritor frustrado" era, pues, un asesino en toda regla. Roland Barthes, con más elegancia y sutileza, hablaba de "escritor aplazado", designando así la especial relación que une al crítico con la obra: el crítico -decía- suspende su yo para plegarse en su discurso al yo del novelista que se proyecta en la narración y, así, "permanece condenado al error... a la verdad".

Demasiadas sutilezas éstas del gran crítico francés cuando de lo que se trata para los increpadores es de que la crítica no cumpla su función, es decir, que no juzgue (crítica originariamente significa 'juicio').

Hay un suplemento literario de provincias que lleva años arremetiendo contra determinados críticos, cuyo pecado es no bailar al son que se le quiere marcar, con acusaciones dignas de juzgado de guardia en nombre de la pureza de intenciones y del rechazo a los supuestos mandarines de la cultura. Vates autonómicos se divierten mucho leyéndolo y lo difunden regocijados a otros vates regionales por correo. Es que da mucha risa ver al crítico en la picota.

Aquí lo único que importa es el elogio, cuantos más elogios mejor. El logio nunca es injusto. Si a uno le llaman "genial", excelente, aunque las películas de Woody Allen han puesto la palabra por los suelos. Si a uno le comparan con Cervantes, magnífico, aunque puede ocurrir que se trate de una hipérbole, pero, aun así, todo sea por la gloria. Increpador hay que no ha dudado en afirmar públicamente que la crítica debe hacerse entre amigos y para amigos (y el palo, al enemigo). La verdad es que una afirmación como esta última es muy de agradecer porque aclara bastante las cosas. La cuestión es elogiar al amiguete y hacerlo a tope. Si lo hace un crítico profesional, vale, pero si lo hace el escritor amigo del amiguete, mejor, porque su comentario tendrá la ventaja, como ha señalado uno de estos increpadores, de que no será una reseña al uso, sino una nota imaginativa, fresca, inventiva, con ese sello especial que tienen los creadores cuando hacen crítica.

A esto último sólo cabe ponerle una pega, sólo una, pero importante: escribir un poema o una novela no da derecho a considerarse un creador en el sentido genuino del término. Eso de ser un creador obliga a bastante más. Hace algunos años, Mario Vargas Llosa relanzó la palabra escribidor en una divertida y excelente novela. La palabra permite distinguir con precisión entre los buenos escritores y los malos (los escribidores), que los hay, qué le vamos a hacer, porque en esto de la literatura pasa como en el dicho evangélico, que muchos son los llamados y pocos los elegidos: de toda la literatura latina -ocho siglos- apenas sobreviven de verdad una quincena de nombres; los demás carecen del menor interés. ¿Por qué iba a ser de otro modo en la literatura de los tiempos modernos?Si los críticos profesionales exhibieran los elogios y laudes, del todo punto excesivos, que han recibido por escrito de algunos increpadores antes de las reseñas no complacientes o después de las que resultaron favorables, el pleito quedaría definitivamente zanjado. Son para el rubor esas alabanzas. Es la apología lo que buscan la mayoría de los agraviados por la crítica: la apología, no el juicio ecuánime. En todo este embrollo hay un personaje importante, el único verdaderamente importante: el lector. Sólo él debe preocupar al crítico -en especial el de prensa-, porque es él quien tiene derecho a estar informado de lo que merece ser leído entre la oferta elefantiásica que sale a las librerías. Y esto añade una dimensión nueva a un fenómeno -la querella entre escritores y críticos- que dista de ser de hoy. Pero sí es de hoy el obsesivo afán por vender y justificar en nombre de las ventas masivas la intangibilidad del crédito personal. Si la crítica no sintoniza con las ventas, qué mala es la crítica. Y si no hay ventas, a lo mejor también es la crítica la culpable. A la crítica se le atribuye un poder del que carece. Ninguna crítica adversa es capaz de cargarse una obra valiosa: no es una opinión, sino una constatación histórica. Los libros buenos se abren camino siempre, antes o después. La actual crítica española, si de algo peca, es de ser demasiado tímida en sus juicios negativos.

Por lo demás, es evidente que entre los críticos, como entre los periodistas, médicos, abogados, informáticos... y es critores, los hay buenos y malos, y es también evidente que los críticos pueden equivocarse en sus apreciaciones y que la crítica puede y debe ser también criticada; criticada, no execrada: "Después del derecho a crear, es el derecho a criticar el don más valioso que la libertad de pensamiento y de expresión puede ofrecer". La cita es de VIadímir Nabokov. Se trata, pues, del derecho a criticar, no del derecho a execrar, que no existe. Las execraciones no valen, las practique quien las practique.

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