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Tribuna
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'Pornogimnasia'

A la tenista norteamericana Martina Hingis le regalaron un coche después de haber ganado un torneo. Apenas había cumplido los dieciséis años y, por lo tanto, no le sirvió de nada: no podía conducirlo. La gimnasta Nadia Comaneci deslumbraba en los Juegos Olímpicos y sólo llegaba a los catorce: a muchas otras niñas elásticas de la contemporaneidad les llega el oro antes que la regla porque así lo deciden sus padres, sus maestros y sus entrenadores. Es una opción: también en Gambia les cortan el clítoris a las pequeñas con el asentimiento de padres, maestros... y sacerdotes. Este diario traía anteayer el relato de la ginmasta María Pardo: entre todos los párrafos destacaba el diálogo que mantenía con sus padres. Debería ser texto canónico en el INEF.Mientras todo eso sucede, y hace mucho tiempo que sucede, los bienpensantes - esa gente que llena estadios y canchas- clama contra la pornografía que aparece en Internet. Obviamente se trata de gentes que no han aprendido a distinguir entre el mal y su vehículo. Internet es, por supuesto, un vehículo del mal, de igual modo que los automóviles, la línea telefónica, los discos microsurcos o las barras de los bares: ninguna novedad.

La novedad sería que alguien empezara a colocar determinadas prácticas deportivas en el lugar que merecen. Esto es, en el de la pornografía. Y que distinguiera, como es común en el ramo, las modalidades. Entre ellas, y bien exquisita y bien buscada y bien pagada, la pornografía infantil. La novedad sería que alguien exigiera para el deporte el mismo requisito que para la prostitución o la cárcel: tener cumplidos los dieciocho.

He leído el diario de María Pardo como si el gimnasio Moscardó fuera un burdel de Bangkok. Luego aún he leído la respuesta del Consejo Superior de Deportes: "Hay quien no puede aceptar la disciplina". Ese lacónico comentario de maitresse.

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