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Ciego desahucio

Un humilde conserje de Getafe pierde su casa, pese a haberla comprado, a manos de un subastero que pagó 295.000 pesetas

José Brenes, de 56 años, y su esposa, Eduarda Martínez, de 55, se dieron ayer un madrugón de escándalo. A las cuatro ya estaban en pie, haciendo maletas, entre lágrimas de rabia.A decir verdad, apenas habían pegado ojo. La de anteayer era la última noche que pasaban en su piso de la avenida de los Reyes Católicos, 31, de Getafe (144.600 habitantes), y los nervios les desbarataron el descanso. Apenas cinco horas después, José y Eduarda franqueaban para no volver el umbral de su casa, con una orden de desahucio entre las manos.

Su historia de desdicha -un piso de segunda mano, un inquilino sin escrúpulos que hipoteca el inmueble tras habérselo vendido, un subastero que lo adquiere al ridículo precio de 295.000 pesetas- acababa de consumarse: el matrimonio Brenes se quedaba sin casa pese a haberla pagado hasta la última peseta: más de dos millones de los de 1981. Eran las 8.38 cuando la secretaria del Juzgado irrumpía en el piso (el 7º B, y el ascensor, averiado) con la orden de desalojó por delante. Su labor no resultaba grata, pero ella misma se encargó de dificultarla: "Esto parece un circo", exclamó al comprobar el cúmulo de familiares, vecinos y medios de comunicación. "y usted, la payasa", le rebatió un líder vecinal.

A las 8.51, Eduarda salía de la casa y se fundía, entre sollozos, con hermanos, cuñados y sobrinos. A las 9.08 alguien comenzó a descolgar los cuadros del pasillo; dos minutos después írrumpían con sus cajas de herramientas unos operarios en la cocina y procedían a desmontarla. El modesto piso de 64 metros cuadrados del barrio de La Alhóndiga, el más humilde de Getafe, pasaba a nuevas manos: las del subastero José Sancho Esteller (los subasteros son pujadores profesionales que negocian con casas que se adjudican muy baratas).

Siete alturas más abajo, en la calle, más de 200 vecinos del barrio mostraban su solidaridad con la familia afectada. Encorajinados, pero pacíficos, haciendo innecesario el abrumador despliegue policial (ocho furgones y dos coches). Brenes, conserje del Ayuntamiento de Getafe, asistía a la escena desde el rellano del portal. "Estoy enfermo, tengo una disfunción renal del 50% y mucho me temo que acabaré en la máquina de diálisis. ¿Cómo hago frente yo a otro piso?".

Unos amigos de la familia les han dejado, provisionalmente, una vivienda en el Sector III, un barrio ubicado al sur de Getafe. Podrán disponer de ella mientras la hija de estos amigos, de 19 años, no se, case. "Se lo agradeceremos todo el tiempo que vivamos", resumía Eduarda la imagen de la Virgen de los Angeles, patrona local, prendida en la solapa- con los ojos vidriosos. "Estas desgracias sirven, por lo menos, para comprobar que mucha gente te quiere". Pese a la tensión, Eduarda tuvo tiempo de consolar a su cuñada Rosario, que desde una silla de ruedas no paraba de gritar: "¡Qué canallada, qué canallada!".

Afuera, el portavoz de Izquierda Unida en el Ayuntamiento de Getafé, Gregorio Gordo, no dejaba títere con cabeza.

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"Un sistema jurídico que permite una injusticia así es para cuestionarse muchas cosas". "La subasta salió por 200.000 pesetas cuando este hombre había pagado más de dos millones. Que haya buitres carroñeros que viven de las desgracias de los trabajadores es muy lamentable". Otros vecinos buscaban con la vista, "como jefe y como alcalde", a Pedro Castro (PSOE). Pero no estaba allí. "Soy gobierno y no puedo asistir a cosas así", se excusó.

La secretaria del Juzgado número 1 padeció una lluvia de huevos cuando, acabado su trabajo, bajó a la calle.

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