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El 'qat'

Acabo de regresar del Yemen habiendo probado qat y me tropiezo en los periódicos con que los talibanes, en Afganistán, han anunciado colgar a todo aquél que -descubran tomando alcohol. El qat es la droga nacional en Yemen, tanto como Afganistán es el gran suministrador de heroína a Europa. En el Yemen no matan por una copa de vino pero puede acarrear una indefinida reclusión en sus mazmorras inmundas. El qat, sin embargo, se consume en las calles, en los comercios, en las oficinas, a cargo de los policías urbanos, de militares que están patrullando o de ministros que comparecen en televisión. De una parte, la sustancia se auna a la comunicación mística con Alá y, en otra, hace el papel de un apoyo psicológico y antinutritivo que alivia el desamparo y el hambre.No se trata de ninguna droga elaborada; sólo es un vegetal. El Corán prohibe consumir productos tóxicos que alteren el estado anímico y de ahí la prohibición del alcohol; en el Corán no se habla de la cerveza o del vodka pero efectivamente no hay lugar donde se despache nada parecido. Toda cerveza que se sirva en un restaurante es sin alcohol pero el camarero puede aparecer con un carrillo hinchado hasta el tamaño de una bola de tenis porque trabaja mascando qat, pasea mascando qat y hace el amor con qat.

Un 90% de la población adulta, después de la comida del mediodía, tiene a su lado una bolsa de plástico lIena de ramas de qat cuyas hojas mastica sin interrupción hasta la noche. No se pierde el juicio con el qat. A mí, como debutante, me hizo perder, sobre todo, los nervios. Unas tres horas después de haber masticado unas treinta hojas tiernas empecé a sentirme preso de alguna enfermedad que podría ser el comienzo de una perturbación o un tifus difícil de precisar. No padecí esos sudores que había leído en una guía de viaje pero tampoco se me premió con la aparición de un placer intenso, según aseguran los nativos. Lo que siguío, tras un malestar asociable a la peor experiencia del Cafergot, fue el efecto equivalente a haberme tragado diez tazas dé un café impuro. En esas condiciones asistí a una cena ante la que había perdido el apetito y sentía una inconsolable sed. Todos los masticadores de qat se acompañan allí donde van con una botella de agua mineral o hervida; la del grifo no es potable ni en Sana.

Los yémeníes son de los pueblos más honrados, cordiales y acogedores y no sólo por el qat, pero gracias a esta planta, dicen ellos, se acrecienta la comunicación, las charlas en las reuniones del diwan, se hacen mejor los tratos, las fiestas y la relación sexual. Estimulante, astringente, afrodisíaco, nocivo al fin para el cerebro, el qat que se conoce en Yemen y países colindantes desde hace siete siglos es pariente de la cafeína pero más caro y rotundo. En Yemen, donde el consumo se ha incrementando espectacularmente con la movilidad social, la crisis y la urbanización, el agricultor está arrancando actualmente y sin tregua plantaciones de frutales o café para dejar sitio al qat diez veces más rentable que cualquier cultivo.

El salario mensual medio de un yemení es de 10.000 y los 15.000 riales, siendo un rial de valor semejante a una peseta. Un ramo de qat de calidad media puede rondar los 400 riales. Para los consumidores diarios y no adinerados es más que un gasto principal. ¿De dónde sale la capacidad de compra? Unas veces sólo sale del hambre y la limosna. Otras, según el director del Yemen Times, Abdulaziz AlSaqqaf, de la pequeña corrupción.

Del Yemen, uno de los países más pobres del mundo, subordinado al sur de la península arábiga, no se acuerda nadie. Contemplando su panorama de marginación y miseria entre una arquitectura de belleza fantasmal, esta tierra de la reina de Saba, hace constatar el engaño de la economía global. Con el actual modelo de progreso esta y otras poblaciones del mundo se están convirtiendo en una onírica bola de qat que gira dentro de sí, fuera de toda órbita, machacándose a diario sobre sí misma.

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