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FERIA DE OTOÑO

Cogida grave de Eugenio de Mora

A Eugenio de Mora le cogió dos veces el novillo y a la segunda le pegó la cornada. Se temía la posibilidad. No porque estuviera torpe el torero ni porque el novillo desarrollara sentido sino porque en la faena de muleta se estaba produciendo el toreo verdadero; la lidia auténtica, donde un torero valiente y enterado se mide con un toro de casta.La observación parecerá surrealista pero la fiesta siempre fue así, hasta que vinieron los figurines modernos a desnaturalizarla, al amparo del triunfalismo, la desorientación y el desconocimiento de la materia táurica que hay en las plazas. La emoción connatural al arte de torear viene de ahí: un toro de casta,, un torero con la valentía suficiente para plantarle cara dándole sus ventajas.

Lorenzo/ Mora, Morante, Pireo

Novillos de Carmen Lorenzo (6º devuelto por inválido), con trapío, dessta. 6º, sobrero de Sotillo Gutiérrez, terciado, flojo, manejable.Eugenio de Mora: pinchazo y otro saliendo cogido; sufre cornada grave que afecta a los vasos femorales (ovación que recoge la cuadrilla en el tercio). Morante de la Puebla: pinchazo y estocada corta baja en el 1º; estocada (oreja); pinchazo, estocada perpendicular ladeada, rueda insistente de peones que tira al novillo, otra cuandiguales de presencia, mansos -5º de solemndidad-, nobles en general en el último tercio, 1º con cao se levanta -aviso- y descabello (vuelta); pinchazo y estocada corta (ovación)'. El Pireo: metisaca atravesadísima, dos pinchazos bajos, otro hondo, rueda de peones -aviso- y descabello (silencio); tres pinchazos -aviso-, descabello y se tumba el novillo (silencio). Plaza de Las Ventas, 1 de octubre. lª corrida de feria. Tres cuartos de entrada.

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La cornada afecta a los vasos femorales

El novillo de Carmen Lorenzo era de aquellos. Novillo importante, interesantísimo, el mejor de la tarde pese a la mansedumbre declarada que había mostrado en el primer tercio. Cambió en el segundo y, llegado el último, embistió recrecido, atento a todo movimiento del lidiador, fijo en la acometida, codicioso y fiero.

Eugenio de Mora construyó su faena de poder a poder. No perdió nunca -su terreno; antes bien, lo ganaba, cargando la, suerte. Aguantó las senas acometidas en sendas series de redondos, también al, natural, y volvía a pasar por la derecha cuando el novillo se venció en el transcurso de un muletazo ceñido y le pegó la voltereta. No ocurrió nada irreparable entonces. Sí después, en la suerte suprema. Eugenio de Mora se perfiló por segunda vez y en su determinación de asegurar la estocada, entró derecho -a toma y daca- y, en el embroque, sufrió la cornada.

Acabó de matar al novillo Morante de la Puebla, que entraba en turno a continuación y desplegó un toreo radicalmente distinto al anterior. Las versiones del arte de torear Son tantas como cuantos toreros lo interpreten; todas válidas si se ejecutan desde la autenticidad.

Morante, a ese segundo novillo dócil y suavón, ya no, tan encastado, le hizo una faena de gusto y detalles, oscilante entre la vaciedad y la estética, entre la superficialidad y la filigrana. Hubo más de lo segundo, principalmente en aquella tanda quieta la planta, someros en el trazo y de inverosímil ligazón los naturales, que resultaron una preciosidad.

Le dieron una oreja al Morante de la Puebla y no le dieron la del cuarto novillo, aunque lo toreó mejor, pues lo mató mal. A este novillo, otro pastueño ejemplar que se había comportado bravucón en varas (una variedad de la mansedumbre entre tantas) lo toreó por naturales con especial gracia y empaque.

Nada más empezar la faena de muleta ya se había echado la muleta a la izquierda Morante de la Puebla y a la segunda serie, espléndidamente abrochada con el de pecho, ya había hecho los merecimientos suficientes para ser firme candidato a la oreja y a la puerta grande. Hubo también un kikirikí de torería excelsa -he aquí una suerte de remate y adorno -que, inexplicablemente, casi nadie conoce- y todo por junto conformaba una labor alegre e imaginativa, cuyo defecto quizá fuera prolongarla innecesariamente.

Al sexto novillo, que correspondió lidiar a Morante por el percance de Eugenio de Mora, le toreó peor. Ese novillo, boyante -en realidad sin excesivos problemas- se quedaba un poco corto o tardeaba algo, por pura flojedad, y precisaba obligarlo. Requería un toreo de mando y hondura que Morante no aplicó, pues repetía sus anteriores maneras. Y esta vez la superficialidad y la estética no cuajaron. El toro no se acomodaba al estilo repetitivo del torero, y a nadie debería extrañar. Es el torero el que ha de acoplarse a las condiciones del toro, según regla de oro de la tauromaquia eterna.

Iba tercero El Pireo, que con -un novillo de dulce embestir primero y un inofensivo borrego después, pegó numerosos pases fuera de cacho, todos ellos de una desesperante vulgaridad. Es decir, el toreo al revés. El toreo que no es toreo.

Cierto que plantarle cara al toro, ofrecerle el medio pecho -que decían los clásicos-, cargarle la suerte, cruzarse, ceñir su embestida, ligar los muletazos ganando terreno, tiene emoción y peligro, según había podido comprobar en sus propias carnes Eugenio de Mora, ese torero valiente. Pero nadie ha dicho que torear sea un seguro de vida; una norma recomendada por Protección Civil

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