_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

¿Rusia en la OTAN?

Xavier Vidal-Folch

Rusia se opone a la ampliación de la OTAN. ¿A que absorba sus antiguos satélites, por vergüenza histórica ante la plasmación más evidente de su descenso a la categoría de ex superpotencia? ¿A la extensión del territorio aliado hasta el límite de sus fronteras, porque suponga un peligro militar o una humillación para su orgullo nacional? ¿A quedarse marginada del proceso por miedo a la soledad política y de seguridad? La clase dirigente, ¿se opone por reflejo condicionado o sólo por la presión nacionalista de la opinión, como acaba de sugerir en Noruega el ministro de Defensa, Igor Rodiónov, a sus homólogos occidentales?Probablemente se opone a todo eso y por todas esas razones al mismo tiempo, aunque nadie sabe en qué combinación exacta. El caso es que la oposición se redobla y el tiempo no disuelve los miedos de Moscú. Por eso, los Dieciséis le han puesto sobre la mesa la oferta de cooperación más intensa posible (integración aparte) que hayan lanzado en su historia.

Las propuestas rompen tabúes históricos y configuran un régimen de cuasi adhesión: planificación militar conjunta del mecanismo que sustituya después de diciembre al despliegue militar en Bosnia, la IFOR-2; oficinas de enlace permanentes y reuniones continuas a todos los niveles; participación plena en las fuerzas combinadas multilaterales, "separables pero no separadas" (Combined Joint Task Force), el nuevo diseño flexible para casi todas las operaciones futuras de la Alianza; un mecanismo de consulta permanente eficaz ante las crisis; acuerdos para la interoperabilidad tecnológica y la no proliferación nuclear.

En la práctica, la única diferencia de este régimen de asociación con la calidad de miembro de la Alianza Atlántica es que éstos últimos están comprometidos en la defensa mutua colectiva en caso de que otro de los socios sufra una agresión. Ése es el núcleo duro de la Alianza, el principio uno para todos, todos para uno consagrado en el artículo 5 del Tratado de Washington.

Para dar solemnidad a la nueva oferta, el norteamericano William Perry rescató la idea aireada hace año y medio por la Unión Europea -en el Consejo informal de Carcassone- de firmar un tratado o carta bilateral. Enseguida, Borís Yeltsin ha respondido que adelante con un acuerdo, pero previo a cualquier ampliación de la OTAN, mientras otros ministros siguen denostándola. El nuevo episodio parece dar la razón a los analistas para quienes Moscú juega en este asunto un poco de farol, a la subastilla de ver qué logra. Pero si no fuera así, ¿por qué no dar un paso más e integrar a los rusos enteramente en la Alianza, habida cuenta de que ésta no es ya la OTAN de la guerra fría y que Rusia no es la URSS? Cuando se formula esta pregunta, los políticos silban de escorzo.

Los grandes obstáculos para una operación así parecen ser tres. Primero, la enorme dimensión territorial del candidato, al que caben varias Europas) lo hace difícilmente digerible. Además, desborda el Atlántico -Rusia se desparrama por media Asia-, hasta el Pacífico. El tamaño desnaturalizaría la geografía de la Alianza. La objeción es seria. ¿Pero es también insalvable?

Segundo, Rusia es todavía un foco de posible inestabilidad. La transición democrática se prolongará y no son descartables rupturas autoritarias de nacionalismo agresivo. Precisamente ese miedo a estallidos imprevistos es la clave de que los antiguos miembros del Pacto de Varsovia, hambrientos de seguridad y estabilidad, hayan solicitado el ingreso en la Alianza. Rusia es insegura e inestable. Pero, ¿acaso la Alianza no acoge a otros miembros dudosamente democráticos e inseguros, que hasta invaden las islas del socio vecino, como hace Turquía?

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Tercero, la Alianza es el ágora en el que se concierta políticamente, entre EE UU y Europa, la hegemonía militar norteamericana. En ella se despliega y concreta, pero también se limita y se compensa. La Identidad de Defensa Europea que ahora se prepara no es más que la manifestación de un intento de modificar el actual equilibrio. Añadir a este espacio la función de digerir otro gran haz de problemas -el papel futuro de una superpotencia pasada, sus relaciones con el resto...- equivaldría a obturarlo. Es la objeción más política y más sólida.

Todo esto se discute en Bruselas, en Moscú y en Washington porque hasta los poscomunistas del Este, al contrario de los comunistas españoles, suspiran por entrar en Maastricht y en la OTAN, símbolos, para ellos, de prosperidad y seguridad. Y en España, ¿de qué se discute? ¿De cómo se interpreta un referéndum celebrado hace 10 años, antes de la caída del muro? Miré los muros de la patria mía.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_