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Sin toro no hay triunfos

Carriquiri / Díaz, Mariscal, Ferreras

Novillos de Carriquiri (uno rechazado en el reconocimiento, otro devuelto por inválido), bien presentados, inválidos, pastueños. 2º, sobrero del Conde de Mayalde, discreto de presencia, manso, pastueño. 6º de Román Sorando, con poder, bronco.

Curro Díaz: metisaca bajo y estocada ladeada (algunas palmas); pinchazo hondo y estocada caída (algunas palmas). Luis Mariscal: estocada, rueda de peones y descabello (oreja con protestas); pinchazo -aviso- y estocada corta (aplausos y saludos). Antonio Ferreras: metisaca enhebrado, estocada delantera y rueda de peones (silencio); estocada caída y cuatro descabellos (silencio).

Plaza de Las Ventas, 29 de septiembre. Media entrada.

Salieron unos novillos de Carriquiri más un sobrero del Conde de Mayalde inválidos y pastueños -el sexto, de Román Sorando, no- y los novilleros los pudieron torear a la manera de los tentaderos. Es decir, que allí no había emoción ninguna, si se apura el tema tampoco nada que torear, y sin emoción ni fundamento, sin toro en definitiva, no valen los triunfos.Valían las consejas del peonaje, también las de los apoderados y familiares que pululaban por el callejón, pozos de sabiduría todos al parecer, y gritaban las normas básicas de la ciencia aplicada: "¡Tócale, pónsela, vámonos, vamos a gustarnos!", con el añadido del clásico "¡Bien, torero, bien!" a guisa de coda.

Y los novilleros le tocaban, se la ponían, se marchaban, iban a gustarse sin ningún inconveniente, pues con aquellos inválidos de dulce conformar, tocarles, ponérsela, irse, gustarse, y hasta darles de comer en la mano no requería ni sangre, ni sudor, ni lágrimas. Y si la familia les decía "¡Bien, torero, bien!", a lo mejor les estaba equivocando.

El sexto fue distinto asunto. El sexto sacó bronquedad y ahí ya hacía falta un valor auténtico, una técnica taurómaca que rebasaba la cantinela del poner, ir, oler, gustar y tocar. Antonio Ferreras, diestro bullidor, afrontó gallardamente el compromiso de torear ese novillo dificultoso, suplió mediante el valor lo que le faltaba de técnica, ensayó el natural, el derechazo y una trincherilla hermosísima pese a la embestida corta y avisada del animal y concluyó decorosamente la faena.

En ese sexto novillo sí hubo emoción, sí había qué torear. El novillo derribó dos veces porque tenía fuerza y también porque el picador pareció un torpe caballista. Se da mucho entre picadores, que no saben ni picar ni montar, y han convertido la torera suerte de varas en sórdida maña propia de desalmados matarifes.

Mal, lidiado el toro, al que Ferreras lanceó ajustado de capa si bien corría al rematar los lances -igual hizo en el anterior de su lote- llegó al último tercio con los resabios dichos y hubiera hecho falta allí un matador experimentado para sacarle partido.A los novilleros no se les puede exigir tanto; sólo voluntad y buena escuela, que no es poco. Ambas condiciones las reúne Luis Mariscal, que esperó a sus dos novillos a porta gayola (no exactamente: en los medios, y así no es) e inició sus faenas en igual terreno, una -la de la oreja- con pedresinas y pases por alto sin mover las zapatillas, otra mediante un temerario afarolado que no acabó en percance pues al ir a arrollarle el novillo tuvo el cierto de tirarse a un lado.

Al de la oreja, Luis Mariscal lo toreó reposado por naturales y derechazos, abrochando las tandas con pases de pecho, molinetes y trincheras, que habrían alborotado el cotarro si no llega a torear tan despegado.

Porque Luis Mariscal toreó despegado, consecuencia lógica de no cargar la suerte e incluso descargarla para enlazar los pases. Lo suyo -según se vio- es el toreo moderno, el que han impuesto las figuras, y de semejantes formas hizo alarde en su faena al quinto, casi toda a base de derechazos no siempre templados, en la que sufrió dos desarmes y algunos achuchones.

Curro Díaz estaba en la misma línea. Curro Díaz se dejó ir sin torear de verdad dos novillos de excelente boyantía precisamente por aplicarles ese toreo superficial y adocenado que se lleva. Alguien debería decirles a los toreros -podrían ser los peones, los apoderados y los familiares que pululan por los callejones, si tienen alguna noción- que además de poner, tocar, gustar y todo eso, el toreo es cruzarse con el toro cargándole la suerte, ligar, llevarlo sometido y acabar dominándolo. El toreo no es pegar un pase y salir corriendo, según hizo también Ferreras en el tercero con especial fruición.

Los que torean fuera de cacho, descargando la suerte, sin ligar y además sin toro, no quieren triunfar. Quieren un milagro.

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