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Los Quince ya no cuestionan los cimientos de la moneda única europea

Los ministros de Economía y Finanzas de los Quince países de la Unión Europea (Ecofin), reunidos el sábado de modo informal en Dublín, apenas lograron ponerse de acuerdo sobre las pequeñas cosas en discusión. Este aparente fracaso revela una gran verdad: los ministros apuran la negociación del detalle de la puesta en marcha del euro porque ya nadie discute los grandes principios. El nacimiento de la moneda única europea, que hace apenas un año aún parecía una quimera, ya no es puesto en cuestión ni por el Reino Unido

El ministro de Economía británico, Kenneth Clarke, hizo una sorprendente loa a la moneda europea. Pronosticó que puede acabar siendo la cuna de una zona de estabilidad y de atracción de capitales que se traducirá en un aumento del comercio y del nivel de vida.El tradicional y retórico rechazo británico a la moneda europea empieza a tornarse en precavida cautela a la vista de que su nacimiento sólo puede ser evitado por una auténtica catástrofe económica.

El Ecofin hizo de la necesidad virtud. Sólo avanzó de verdad en la puesta en marcha del Estatuto Legal del euro, lo único verdaderamente urgente a ojos del mercado. Y en este caso del mercado real (el que ha de adaptar sus estructuras a la nueva moneda: la banca y la empresa) y no el ficticio (las bolsas de inversión especuladora que alientan los desacuerdos para mantener mayores posibilidades de beneficio con un mercado de divisas múltiple en la Europa del mercado único).

Hace justo un año, el Ecofin se reunía en El Saler (Valencia) en un ambiente de tensión y pesimismo precedido de un aluvión de declaraciones a diestro y siniestro pidiendo o rechazando la relajación de los criterios de convergencia. El ministro alemán de Economía, Theo Waigel, había lanzado una bomba de espoleta retardada al afirmar que veía imposible que Italia entrara en la moneda europea a la vista de sus cuentas públicas.

Rigor económico

Waigel supo aprovechar la confusión para hacer calar la idea de que era imprescindible conjurarse para mantener el rigor económico tras el nacimiento de la moneda europea. El trabajo subterráneo del alemán y la espectacular faena de aliño del entonces ministro español de Economía y presidente del Ecofin, Pedro Solbes, convirtieron aquella reunión en un hito: los ministros alcanzaron un amplio consenso sobre los escenarios de tránsito, dieron su primer espaldarazo serio al Pacto de Estabilidad y se pusieron de acuerdo en cambiar el nombre ecu por el de euro, mucho más aceptable para el consumidor alemán.

Seis meses después, en la ciudad italiana de Verona, el Ecofin volvió a dar un gran salto hacia adelante al asegurar la paz monetaria entre el euro y las monedas que se queden fuera. De allí nació la idea de sustituir el actual mecanismo de cambios del Sistema Monetario Europeo (SME) por un instrumento semejante que haría girar en torno al euro a las restantes monedas europeas. Allí caló también la convicción de dotar al Pacto de Estabilidad de algún mecanismo de sanciones que consagrara para siempre el saneamiento de las cuentas públicas. Ambos consejos informales marcan las grandes líneas de actuación en tomo a la moneda única europea: se habían puesto los cimientos y levantado las paredes maestras. Pero el camino se va estrechando: desde el sábado, ya nadie duda de que habrá un SME bis con bandas "amplias" (casi seguro del 15% actual); ya nadie cuestiona que habrá un mecanismo de sanciones relativamente automático aunque no podrá desencadenarse sin la aprobación de los Estados miembros.Quedan incógnitas importantes por resolver, como la cuantía de las sanciones, aunque parece que habrá un tope máximo. O definir cuándo un déficit público se considera "excepcional y temporal" y por lo tanto no acreedor de sanción, un tema de difícil consenso.

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