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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El Secreto del oro

UN TABÚ histórico está a punto de caer, al menos en parte. La ley del secreto bancario en Suiza, aprobada en 1934, va a ser parcialmente derogada por otro texto legal que debería entrar en vigor antes de fin de año y que permitirá a una comisión ad hoc establecer el tránsito, paradero 'y monto del oro nazi. El llamado tesoro de guerra del III Reich fue depositado en 1945, con la derrota entre los dientes, en bancos de la Confederación Helvética. El hecho de que la ley de 1934 estuviera encaminada a proteger la identidad de los perseguidos del nazismo, y que el oro nazi procediera en buena parte del saqueo de bienes judíos en Alemania y territorios ocupados, no es sino la última y más dramática ironía del caso. El oro -lingotes robados de los bancos centrales de las naciones sojuzgadas por Hitler, bienes personales de judíos y no judíos, producto macabro de la fundición de dentaduras y objetos de todas clases de los hebreos gaseados en Auschwitz y otras infamias valdría hoy entre 600.000 y 800.000 millones de pese tas, cantidad que reclama el Congreso Mundial Judío comotardía compensación al despojo y al asesinato. ¿Por qué Suiza se decide ahora a atender una petición que desoyó durante medio siglo? En lo inmediato, el proyecto de ley y la creación de la comisión -formada por el apostólico número de 12 miembros- es una reacción de demorada vergüenza ante la reciente publicación de un informe del Gobierno británico que acusaba virtualmente a Suiza de ocultación y concupiscencia económica, y como factor más de fondo, a las presiones de Washington, en las que ha tomado un interés personal -y electoral- el presidente Clinton para que se hiciera la luz y la reparación posibles sobre el oro esquilmado a tanto inocente. Pero Londres tampoco está libre de sospecha, pues también tenía oro nazi que ahora ofrece devolver. Todo ello no significa, sin embargo, que la solución esté a la vuelta de la esquina. Se estima en Berna que la comisión. de expertos designados por la Confederación, que a su vez estarán sujetos a la regla de la confidencialidad sobre todo lo que no se haga público, estará formada en la primavera próxima y que sus trabajos durarán de tres a cinco años. En sus investigaciones tratarán de seguir la pista a los valores depositados en el país a la vez por víctimas, judíos o no, y verdugo del nazismo durante la guerra (1939-1945) y con anterioridad. Para ello no escrutará sólo entidades bancarias, sino también a todo aquel que hubiera tenido parte en el reciclado del tesoro, como abogados, notarios, compañías de seguros y otras empresas.

Aunque es prematuro determinar qué se va a hacer exactamente con el dinero recobrado, parece seguro que una parte se entregue al Congreso Mundial Judío, que ya ha llegado a acuerdos de principio con la Confederación, y quizá cabría sugerir que el resto hallara su camino hacia la constitución de. un fondo regido intemacionalmente para ayudar a víctimas de la p erjecución étnica, religiosa o política. En los Balcanes no faltarían candidatos a esa tan esperada munificencia.

Todo ello, finalmente, hay que enmarcarlo en lo que es revisión y crisis de la identidad histórica suiza, aquella a la que el helvético Jean Ziegler definió sarcásticamente en una obra de los años setenta como el país por encima de toda sospecha, diligente atesoradora y blanqueadora de los pecados económicos del prójimo. Una Suiza que, justamente, comenzó a interrogarse sobre su papel en la historia con ocasión, en 1992, del presunto 700º aniversario de su fundación.

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