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Monrovia vuelve a la vida

La capital liberiana retorna lentamente a la normalidad sin que haya desaparecido por completo la amenaza de la guerra

Alfonso Armada

Cadáveres y escombros han sido retirados de las calles de Monrovia, devastada en abril y mayo por hordas de fighters (combatientes) adolescentes que sometieron a la capital de Liberia al pillaje, la destrucción gratuita, la crueldad desaforada y el crimen sin castigo. Las facciones han abandonado oficialmente una Monrovia en la que vuelve a pulular la vida y donde los comerciantes tratan de borrar a duras penas el rastro de las cenizas. La bella ciudad levantada en el estuario del río Mesurado por esclavos estadounidenses libertos a comienzos del siglo XIX es hoy la estampa de un Estado que trata de volver a existir, sin que la amenaza de la guerra civil haya sido conjurada.Sobre el cemento de la estación de servicio de Mobil, en el cruce entre las calles Benson y Newport, un hombre yacía con un tiro cerca de la oreja. De la herida manaba sangre que escribía sobre el suelo una palabra indescifrable. Era un día tórrido del mes de mayo pasado. El cadáver estaba caliente, y desde las rendijas de su, ventana, sobre el supermercado Stop and Spot, Faruk Saad Vilar, de 33 años, Tibunés nacido en Las Palmas y con pasaporte español, contemplaba la escena. "Es una de las muchas que no olvidaré". Ahora ha vuelto a abrir su bien surtido y ordenado supermercado justo en el centro de Monrovia. La gasolinera de Mobil también ha vuelto a prestar servicio. "No perdí todo porque pagué". A punto de irse a Líbano para pasar junto a su mujer y su hija un mes de vacaciones, Saad Vilar, que vino a Liberia en 1985 "para hacer dinero", cree que el país "no para de dar vueltas en círculo. No se puede confiar mucho en el futuro". Un nuevo acuerdo entre las facciones que se disputan Liberia desde que fue derribado el dictador Samuel Doe, en 1990, ha permitido a las tropas africanas de la Ecomog desplegarse en toda Monrovia y en buena parte del país, entronizar el 2 de septiembre a la enérgica ex senadora Ruth Sando Perry como presidenta interina y sacar a los fighters de Monrovia. Pero no han sido desarmados los 60.000 jóvenes a las órdenes de los señores de la guerra. Las amenazas del pasado inmediato siguen todas en pie.

En el centro de la calle de Newport ya no queda ni rastro del cadáver calcinado de un hombre con un extintor incrustado en el estómago, y en la esquina con la avenida de Seku Turé no se ve ya al grupo salvaje que aquellos días de mayo desafiaba a los enemigos de la tribu krahn, en el cercano BTC (Cuartel de Entrenamiento de Barclay), con lanzagranadas y Kálashnikov los más avezados, cascos de refrescos vacíos los más pequeños, y hasta un inmenso óleo de la Ultima cena que agitaban en medio de la calle en un carnaval delirante de gritos y disparos. Voces, cláxones y martillazos han sustituido a los tiros en las calles de Monrovia, y no se ve a grupos de adolescentes campando libremente con armas en la mano. Pero tras las camisetas y la mirada altiva de los jóvenes mejor alimentados uno adivina a aquellos mismos fighters que aterrorizaron Monrovia y la hicieron suya durante más de dos meses. Un religioso sin pelos en la lengua y con décadas de experiencia liberiana, que no confunde la caridad cristiana con la estupidez, no se fía: "Los fighters están dentro de Monrovia y con las armas debajo de la cama". Sobre Charles Taylor, el principal señor de la guerra liberiano y el que desencadenó las luchas de abril y mayo al intentar detener al líder krahn Roosevelt Johnson y hacerse con todo el poder, lo tiene claro: "El único Taylor bueno es el Taylor muerto".De la calle de Newpon parten senderos pedregosos dé aguas fe cales, caminos de chabolas y casas requemadas a los que ha vuelto una sombra de vida. La lluvia incesante y el calor húmedo cuecen una atmósfera pesada y triste. Casas arrasadas hasta los cimientos, viviendas saqueadas apenas amparadas por tejadillos de hojalata. Albert Z. Beer, de 37 años, es uno de los casi 120.000 ciudadanos de Monrovia que tuvieron que refugiarse durante más de dos meses en Greystone, un parque perteneciente a la Embajada de Estados Unidos que se convirtió en un penoso hormiguero humano. "Quemaron mi droguería y de mí casa se llevaron todo, las camas, la ropa, el televisor...", confiesa Beer en un hilo de voz. Su mujer escucha desde el umbral de la casa a oscuras. La tristeza y la falta de fe en el futuro afloran por doquier. A Henry P. Rhodes, de 36 años, profesor de Ciencias, le han quemado la escuela. Ahora, en su casa vacía viven tres familias. A Jesse Jallah, de 22 años, que no quiso hacerse fighter como sus amigos, le robaron los zapatos y le golpearon. Ahora sólo sueña con un visado para irse a Estados Unidos. "Mientras los fighters sigan armados no hay nada que hacer. Están cerca y pueden volver", advierte, Jallah. Su vecino Rhodes corrobora con pesar: "No puede haber futuro con tantas armas en manos de los fighters.

La única forma de entrar o salir de Monrovia cuando la guerra civil se ensañó con la capital era mediante helicópteros estadounidenses. El piloto y cónsul español Manuel Cuenca, que en las batallas de la primavera perdió tres aviones, ha vuelto a poner en marcha la compañía WEASUA, con dos aviones rusos de 40 plazas que vuelan tres días a Abiyán, en Costa de Marfil, y seis a Freetown,, la capital de Sierra Leona, los dos países limítrofes, donde decenas ,de miles de refugiados liberianos esperan tiempos mejores para volver a casa. Si antes los helicópteros tomaban tierra dentro de la Embajada de Estados Unidos, convertida en fortín, hoy ha vuelto a abrir sus pistas el aeropuerto internacional de Monrovia, donde una nube de seudopolicías, funcionarios de inmigración y gentes sin escrúpulos le hará ver en pocos segundos al viajero que entra en territorio salvaje.

A escasos 100 metros del hotel Mamba Point, el único abierto en medio del horror de abril y mayo había un checkpoint de la guerrilla de Charles Taylor. Ahora comparten acera un control de la fuerzas de Ecomog y un cochabroso quiosco de tabacos y bebidas. Ahí mismo, una mañana de mayo, un pobre hombre fue asesinado a palos, cuchilladas y disparos por una pequeña muchedumbre de jóvenes enloquecidos que sometieron a su víctima a una feroz corrida. El rastro parece borrado. Como la nueva clientela de hotel Mamba Point: si entonces estaba ocupado en su mayor parte por periodistas de medio mundo libaneses y expatriados adinerados que trataban de mantenen viva la esperanza de reabrir sus negocios, hoy es nido de chinos d Taiwán que quieren pescar en río revuelto, ruidosos pilotós ruso que saben venderse al mejor postor, ingenieros estadounidense contratados para reconstruir lo arrasado y hombres de negocios que no han olvidado que Liberia es un país rico en el que hay minerales y caucho que comprar y armas y municiones que vender.

En la calle, mientras tanto, la vida: vuelve contra viento y marea: pintores, albañiles, médicos, jóvenes europeos de organizaciones no gubernamentales, vendedores, taxistas, traficantes, prostitutas, curas, camareros. Hasta las escuelas han comenzado a abrir sus puertas. El enemigo acecha, pero acaso esta vez Monrovia, consiga aventar sus propias cenizas.

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Ha salido el 'Inquirer'

El techo de la redacción es el cielo. No han sido retirados todos los escombros y los muros siguen siendo testigos de los lamparones que deja el fuego. The Inquirer, el principal diario de Liberia, sufrió en abril la misma suerte que la mayoría de los periódicos que trataban de hacer oír su voz en medio del caos: su sede fue pasto de las llamas. "Quemaron el edificio, pero no podrán quemar las ideas. Utilizaremos las cenizas para seguir limpiando esta sociedad", declaró entonces el editor de este diario independiente fundado en 1991 por un grupo de periodistas empeñados en difundir noticias "de forma objetiva, con honestidad y con la verdad como horizonte, sin patrocinadores económicos ni políticoscomo recuerda hoy el reportero Thorble Suah, de 28 años, en medio de un cuartucho a oscuras, donde el diario vuelve a la vida con dos rudimentarias máquinas de escribir y mucho coraje.

"Creemos que la vida volverá. Tras 36 acuerdos de paz necesitamos esperanza y estabilidad para vivir. El periódico cree que los fighters deben ser desarmados y volver a la escuela, porque la educación es lo mejor que se le puede dar a un hombre", manifiesta Bana Sackey, redactor jefe de información, en medio de las ruinas de su periódico. En ello no coincide con un religioso europeo que después de 30 años en Liberiateme que estos combatientes que han pasado el final de su infancia y buena parte de su adolescencia entregados a la violencia y a la crueldad son una "generación perdida". Tres veces por semana The Inquirer vuelve a las mismas calles de Monrovia donde hace apenas cuatro meses la única voz que se escuchaba era la de la muerte.

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