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El bálsamo de Fierabrás

Un grupo humano que se hace cargo de una empresa con problemas, la primera tentación que tiene es la de montar un DIG (Departamento de Ideas Geniales). Una vez puesto en marcha, el DIG comienza a fabricar varitas mágicas. El contenido de esa magia, del bálsamo, del ungüento amarillo, siempre es el mismo: soluciones imaginativas y radicales a largo plazo y el olvido de las miserias actuales en pos de un futuro esplendoroso. Los nuevos mandos de TVE no han resistido esa tentación, han caído en ella. Los problemas de financiación, de contenidos, de personal, de modelo televisivo... no se han abordado porque "la solución para los males de la televisión pública está en la tecnología digital". Álvarez Cascos, el vicepresidente del Gobierno, lo acaba de ratificar hace unos días, intentando justificar así la urgencia respecto a la búsqueda de socios para TVE.Digital: perteneciente o relativo a los dedos. En este sentido, los responsables de TVE han demostrado desde el primer día su adicción a la práctica digital. A dedo pusieron en la calle a una lista (negra) de profesionales "desafectos"; a dedo, y con sueldos millonarios, colocaron a otros, y a dedo han buscado los socios para la operación estratégica que está detrás de la televisión digital. No se informó al "Consejo de Administración ni al Parlamento, como era preceptivo antes de anunciar cuantiosas inversiones y discutibles socios. Las cuestiones que suscita la operación son múltiples desde el punto de vista empresarial. Tan numerosas como las que levanta el proyecto desde la óptica cultural. La tecnología digital permite un aprovechamiento mucho mayor del espacio radioeléctrico, ya sea en anclaje terrestre (repetidores) y mucho más si es a través de satélite. Con el sistema de cable y fibra óptica, la capacidad de emisión es prácticamente ilimitada. El avance es espectacular, pero, como suele ocurrir con parecidos descubrimientos, éste plantea, al menos, dos problemas económicos: 1) el contenido, el rellenado de esos tan numerosos canales; y 2) el cobro del producto. La avalancha de oferta televisiva hará que los contenidos no puedan ser generales, sino específicos. Es decir, estamos ante el nacimiento de la televisión temática, y ello implica un cambio sustancial en el uso del televisor.

Hasta ahora, el televisor ha sido un electrodoméstico, es decir, un instrumento de uso colectivo, generalmente familiar. La tecnología digital conduce a un uso individualizado, y para ello la concepción que el usuario tenga del televisor ha de ser distinta de la actual. Si ese cambio en la demanda no se produce, o se produce parcial y lentamente, el sistema tendrá dificultades en su implantación. Hasta ahora, la financiación de las televisiones, y ello es bien claro en España (exceptuado Canal +), se basa sustancialmente en la publicidad. La televisión temática habrá de ser de pago o no será. Actualmente sólo el precio de un descodificador digital alcanza las 75.000 pesetas. Las resistencias al cambio por parte del usuario, que ha de pasar de familiar a individual, de recibirlo gratis a pagar, y el elevado coste, tanto de la instalación como del multiproducto, conllevan riesgos empresariales que es preciso evaluar con cautela antes de embarcarse en tales aventuras. Empero, es prácticamente cierto que el futuro de la televisión será digital, pero no será ni fácil ni rápida su implantación. Por todo lo cual resulta insensata cualquier alegría, como la demostrada con sus comportamientos por los responsables de TVE, seguramente animados por el grandioso DIG que se instaló en la sede de la Presidencia del Gobierno tras la llegada de Aznar al palacete de la Moncloa.

Si, aprovechando la lengua común, se desea ligar la operación tecnológica a un mercado potencial en castellano, como es el de Latinoamérica, el primer problema a resolver no son los socios, sino los contenidos. Vale decir, primero conviene saber qué producto nuevo se va a vender. Por eso resulta algo más que chocante que se anuncien los socios sin haber pulsado antes la opinión, ni de las otras cadenas públicas y privadas españolas, ni -ya se dijo- del Consejo de Administración propio, ni del Parlamento que controla RTVE, ni de los expertos... ni de nadie, excepto de aquellos que, tocados por el dedo munificente, parecen destinados a ser los "pocos" elegidos como socios sin haber llamado a los "muchos". Es decir, los señores Azcárraga y Murdoch.

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La obsesión por la propia imagen, de la que ha dado muestras suficientes el PP, no augura nada bueno respecto a una política de comunicación que en este caso debiera incrementar la influencia cultural de España, en el más amplio sentido del término, y no el manejo partidario- en el sector de la comunicación que opera dentro de las fronteras españolas. No se concibe que las cadenas españolas, sean públicas o privadas, no hayan sido convocadas. Tampoco se entiende que se haya obviado el posible Interés de otras cadenas exteriores, especialmente de las europeas.

Por lo que se sabe, Televisión Española, que ya tiene una presencia y un prestigio en Latinoamérica (para no hablar de la agencia Efe o de la privatizable Compañía Telefónica, empresas a las que también se quiere cooptar), cada vez que ha entrado en relación con la empresa que preside Emilio Azcárraga (Televisa) ha salido trasquilada. Con estos antecedentes, ¿por qué esta elección? La pregunta no es retórica y exige una respuesta desde el punto de vista empresarial, pero también, y sustancialmente, desde el cultural. Es evidente que a Televisa le interesa la entrada en España, cosa que ha intentado varias veces sin éxito, pero ¿es Televisa el mejor socio posible para reforzar la presencia de TVE al otro lado del Atlántico? A José María Aznar se le atribuye una estrecha relación amistosa y política con Emilio Azcárraga; ello sería suficiente motivo, no para descartar a Televisa, pero sí para que la asociación con esta empresa mexicana vaya precedida de un estudio y un consenso de los cuales carece en estos momentos. La opacidad con la que se ha iniciado la operación, cuyo grado de concreción se desconoce, y las prisas que muestran los responsables políticos del Ente Público RTVE más inclinan a las sospechas de favoritismo que a otra cosa. En democracia, los Gobiernos son cambiantes por naturaleza (quizá con la excepción del PRI, partido al que pertenece el señor Azcárraga, y que está en el Gobierno de México desde los tiempos de Plutarco Elías Calles -1924-); por el contrario, las empresas, públicas o no, han de tener vocación de permanencia. Cosa que una opción estratégica como la descrita ha de prever. En otras palabras: lo que se haga sin consenso, el próximo Gobierno lo puede revocar y con toda razón. No sólo el Gobierno, también los futuros socios debieran de tener esto muy en cuenta.Joaquín Leguina es diputado socialista, y estadístico.

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