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Hay casta española

Parece que "ni los perros conllevan una amabilidad exagerada", según nos tiene advertidos Arthur Schopenhauer (véase Parábolas, aforismos y comparaciones, página 154, Edhasa, 1995). Bajo esa misma persuasión actúan los más caracterizados panegiristas de José María Aznar al ocupar también la vanguardia de los exabruptos encendidos. "¡Caballo, que estás muy consentido!", gritaba un monosabio mientras sujetaba al semoviente por la brida en tanto que el veterinario le zurcía la cornada para evitar la salida del paquete intestinal y sacarlo de nuevo al ruedo de Cubas de la Sagra cuando todavía no se estilaba el peto protector reglamentario en las monturas de los picadores de nuestros días. Con el mismo aguante en el ruedo ibérico asistimos también ahora a un interesante intento, que causa admiración en todo el mundo. Se trata de la combinación en las mismas páginas diarias del halago más fervoroso y del insulto más desabrido. Sin que el uso esmerado del panegírico se interprete por nadie en clave de seguidismo gubernamental, ni el recurso a la descalificación rotunda suponga pérdida de afinidad política, cancelación de partida de padel, ni indisposición alguna para seguir recibiendo las mejores Filtraciones informativas del poder aznarista.La última fotografía del Meteosat permite examinar las capas altas de la atmósfera y pronosticar que la percusión seguirá teniendo un papel preponderante en la próxima orquestación política. Pero los analistas más finos se esfuerzan en adivinar las razones capaces de explicar por qué algunos desaciertos incluso graves merecen indulgencia plenaria mientras que asuntos menores concentran fuertes animosidades. Está claro que el caso GAL proseguirá siendo cuestión informativa de relevancia entre otras razones porque se ha creado una demanda en el público y porque desde La Salceda el padrino Mario Conde sigue deseoso de armar esa gran polvareda donde se pierda el rastro de sus desmanes. Pero el cambio de inquilino en La Moncloa representa para el del bombo una notable pérdida de capacidad de intimidación, y, si esa merma se confirma, las consecuencias económicas y políticas pronto quedarán a la vista. Por el momento, los compañeros de viaje de José María Aznar no están dispuestos a mirar sólo hacia adelante y prescindir del espejo retrovisor. Reconocen al presidente del PP sus logros para unir a la derecha e instalarla en el Gobierno, así como su inmensa tarea cumplida en la eliminación de recelos y en la evaporación de las inseguridades de partida, pero consideran inaceptable que se les escamotee el programa máximo tan acariciado: dar con González en prisión. Se comprueba, como escribe Unamuno en las páginas de En torno al casticismo, magníficamente reeditadas en la colección Cien Años Después de Biblioteca Nueva por Juan Pablo Fusi, que "de la raza española nadie habla en serio, y, sin embargo, hay casta española... porque hay castas y casticismos espirituales por encima de todas las braquicefalias y dolicocefalias habidas y por haber". También hace falta casta, con la que se anuncia que va a caer sobre los pensionistas, los funcionarios, los asegurados o los usuarios de la sanidad pública o de las autovías en construcción, para abrir un ciclo de celebraciones como la que se anuncia en la plaza de Las Ventas a propósito de los cien primeros días de Gobierno. Entre tanto faltó tiempo en la agenda de José María Aznar para recibir al presidente del PP de Cataluña y dos piezas tan relevantes del organigrama como el ministro de Asuntos Exteriores, Abel Matutes, y el de Defensa, Eduardo Serra, resisten a pie firme el aguacero más despiadado desde su estreno gubernamental, sin que se haya escuchado una palabra de respaldo procedente de La Moncloa.

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