Culitos respingones
Un respeto al cabaret: aquí están las grandes plumas, las lentejuelas, las pesadas colas de los trajes, los colores. Y las chicas de piernas largas y sonrisa fija; morena y roja de labios bembones. Se giran y, sobre esas piernas largas, hay unos culitos vivos y respingones. Ah, el Caribe, comprende uno. Respingones, muy jóvenes, más bien inocentes. Es un espectáculo casto y hasta ingenuo. Es un remedo de gran cabaret: el Tropicana de La Habana, atracción mundial para turistas. Caro: para que entren las visitas y ayuden a la revolución.Una de sus compañías viaja por el mundo para lo mismo: 4.000 pesetas en el Nuevo Apolo de Madrid, lleno -un día de trabajo- desde la primera hasta la lejana última fila, y todos los laterales, y los pisos. Tamayo pagará bien a esta compañía, pero sin duda le quedará suficiente para fletar a Cuba un avión de víveres y medicinas: como gratitud por el éxito, como solidaridad.
Tropicana
Compañía de Cuba. Intérpretes: vedette, Marlen Olano; solistas vocales, Pepe Maza, Esperanza Portuondo, Mayoa Mitchell, Joel Roca, Ernesto Pérez; primeros bailarines, Lupe Guzmán, Jorge L. Vázquez; primeras modelos, Amelia Suazo, Idalmis Rodríguez, Yahy Pedro; coro, Ileana Delgado, Gladys Hidalgo, Joel Roca, Ernesto Pérez; cuerpo de baile, Len Ramos, Ileana Margarita Pérez, Ludmila Castro, Naybett Grasset, Yuskebis Rodríguez, Roxana Mariela Miré, Julio César Pedroso, Rafael Rubio, Elíseo Leyva, Lázaro Antonio León, Orlando A. Sotolongo, Jorge N elson Guevara; figuras invitadas, Los Papines, Grupo Acrobático RAL.. Orquesta Tropicana dirigida por Wilfredo A. Cuesta. Vestuario, Rafael de León. Escenografía, Onelio Larralde. Luces, Jorge F. Stewart. Sonido, Roberto Martínez. Director artístico general, Santiago Alfonso.
Ese enorme público de un teatro grande iba más que a las luces y los sonidos y las señoritas: estoy seguro de que iba allí por solidaridad con un pueblo castigado por la brutal civilización occidental. No entro -aquí- en política, en juegos de dictaduras y de democracias; entro en un pueblo cercado y bloqueado, como otros, y que resulta además, ser un pueblo nuestro.
Vuelvo al cabaret: sí, se traslucen unas figuras especiales, unos quiebros de cintura; poco a poco, van ganando, van cubanizando el espectáculo internacional. La música, excelente: no sólo los bongós o los güiros, no sólo la percusión, sino el cobre, el piano. El ritmo. A veces es sólo ritmo: como el de los fabulosos Papines, con sus bongós y su gracia y su musicalidad: consigue que un público tan soso y tímido y poco musical como el español participe y lleve el ritmo. Y a veces es sólo cuerpo atlético, músculos y un arte de componer la figura, como en los acróbatas del Grupo RAL.
Me pareció distinguir en la letra de una canción la palabra "cubanía": lo que diríamos quizá cubanidad, o cubanismo. Es igual: trasciende la isla querida, la música que es una de las más importantes entre las populares del siglo XX.
Queda dicho que gustó mucho: que se estableció la corriente entre el escenario y el público, que la simpatía circuló y que hasta donde no había arte había ingenuidad artística.
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