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FÚTBOL INTERNACIONAL

El Vélez, un equipo de barrio

El Vélez, un equipo de barrio que había conseguido un solo título de Liga en toda su historía, se consagró bicampeón de la temporada 1995-1996 al ganar los torneos Apertura y Clausura, los dos en que se divide ahora el campeonato argentino de fútbol. A fines de 1992, cuando repatrió desde Francia a Carlos Bianchi, el entrenador que fuera ídolo y goleador del equipo campeón en 1968, el Vélez inició una revolución silenciosa que le permitió salirse del círculo enfermo en el que giran la mayoría de los clubes argentinos. En menos dé cuatro años, el Vélez ganó, además de los tres torneos locales, la Copa de Clubes Campeones de América, la Copa Internacional, venciendo al Milán, y la Copa Interamericana.Es un club de segunda línea entre los históricos y los considerados grandes del fútbol argentino. Aun ganando todo, sus recaudaciones por venta de boletos no superan a las de Boca, River o Racing, porque la cantidad de gente que le sigue no ha crecido demasiado. Detrás del Vélez no hay barras bravas ni ultras, sólo aficionados del barrio de Liniers, al oeste de la capital federal, que llevan a sus familias cuando el equipo juega en casa. Son veinte mil o treinta mil personas, no más, de las que sólo entre tres mil y cinco mil le siguen a todas partes. La gente del Vélez, sus directivos, se enorgullecen de ser del barrio. Todavía perdura en ellos el ejemplo de un dirigente legendario, don Pepe Amalfitani, que administraba el dinero de los jugadores, depositaba a plazo fijo para ganar intereses, llevaba las cuentas en su libreta de apuntes y controlaba los gastos hasta en los detalles.El estadio del Vélez, que fue la subsede del Campeonato Mundial de Fútbol de 1978 -donde jugó España uno de sus partidos- lleva su nombre.

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Ese modelo económico no es el que predomina en la Argentina actual ni el que atrae a los dirigentes de los clubes más poderosos, inclinados a comprar y vender jugadores por cantidades para quedarse con las diferencias sin tener que rendir cuenta de nada.

La directiva del Vélez y un jugador de entonces, Carlos Bianchi, educado también en la escuela del barrio y del club que presidía Amalfitani, han logrado alcanzar el éxito deportivo con las armas en las que ya nadie parece creer: trabajo, esfuerzo, honestidad, modestia ante los objetivos, para alcanzarlos de uno en uno, y sencillez y transparencia en los procedimientos.

Los resultados están a la vista. El equipo es sólido, abnegado, duro de vencer, sacrificado para conseguir el balón cuando lo pierde y claro, ordenado, para jugarlo cuando avanza. No es un conjunto que se desespere por defender ni por atacar, parece siempre saber exactamente qué hacer y cómo hacerlo a cada momento. No se ajusta a una táctica determinada, y en cambio, aplica la que más le conviene según se a el rival.

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