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Crítica:57ª QUINCENA MUSICAL DONOSTIARRA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Berezovsky, un grande del piano

Cada día, las plurales convocatorias de la Quincena encuentran respuesta masiva en el público donostiarra. El viernes, mientras en la sala Excelsior del María Cristina el octeto de violonchelos de Ariscuren exponía su peculiar repertorio español, en el Teatro Victoria Eugenia The Sixteen, conjunto de voces y orquesta creado y dirigido por Harry Christopher, erigía el oratorio Israel en Egipto, de Haendel.Christopher, desde 1986, cuando añadió instrumentos al coro que fundara diez años antes, practica un estilo interpretativo del barroco equidistante del exceso historicista y del libertinaje romántico, gracias al cual, sin embargo, fue posible la resurrección y nueva estimación de las ingentes creaciones de Bach, Haendel, Scarlatti o Purcell. También goza el grupo británico de una gracia: la naturalidad. Cantan las treinta voces mixtas y tocan los instrumentistas como si cumplieran la obligación del servicio religioso, esto es, al margen del menor divismo y atentos a poner en evidencia las significaciones del texto. Israel en Egipto, tan rico en números corales, abunda en áreas y dúos; ya sabemos su forma de antemano, pero siempre nos atrae la pura sustancia musical.El éxito fue grande y tuvo con tinuación el sábado en el mismo Victoria Eugenia con la presentación de la Sinfónica de Radio Francfort dirigida por Dimitri Kitaienco, premio Karajan 1969. Como solista del Tercer concierto, de Rasmaninov, tuvimos a un joven y muy definido valor: Boris Berezovsky (Moscú, 1969), premio Chaikoski en 1980 y valor en alza. Posee una técnica preciosa de ejecución que pone en todo momento al servicio de muy refinados y rigurosos conceptos musicales. En sus manos, la vena filoromántica de Rasmaninov, recobró toda su autenticidad, nos llegó desde un sentimiento íntimo a través de unas calidades sonoras de suaves coloraciones, datos todos con los que se identificó plenamente Kitaienko. Después, maestro y sinfónica desentrañaron el mundo no siempre claro del Poema divino, de Scriabin. El esfuerzo interpretativo de una obra tan grande y fatigosa fue llevado a cabo con muchas calidades, riqueza de contrastes e imaginación sonora, lo que valió a los músicos visitantes muchas ovaciones.

Sin embargo, la más intensa impresión de la jornada fue ese lúcido pianista de 27 años, que hoy es un triunfador y mañana será un mito.

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