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Tribuna:Relatos de verano
Tribuna
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Mala índole (1)

Javier Marías

Por Nadie sabe lo que es ser perseguido si no ha pasado por ello y la persecución no ha sido constante y activa, llevada a cabo con deliberación y determinación y ahínco y sin pausa, con perseverancia o con fanatismo, como si los perseguidores no tuvieran otra cosa que hacer en la vida que darle a uno alcance y antes buscarlo, acosarlo, seguirle la pista, localizarlo y a lo sumo aguardar la ocasión mejor para ajustarle las cuentas. No se trata de que alguien nos ponga la proa y esté dispuesto a arruinarnos si nos cruzamos en su camino o le damos oportunidad para ello, no de alguien que nos la tiene jurada y espera, espera, se limita a esperar y por lo tanto es todavía pasivo o rumia la preparación de sus golpes, que mientras son sólo maquinaciones no pueden ser golpes, pensamos que llegarán pero tal vez no lleguen, acaso le dé un infarto a nuestro enemigo antes de ponerse a la obra efectivamente, antes de aplicarse de veras a hacernos daño, o a destruirnos. O quizá se olvide, se calme o se distraiga y se olvide, y si no reaparecemos en su trayecto es posible que nos libremos, la venganza cansa mucho y el odio tiende a desvanecerse, es un sentimiento frágil y efímero, tan poco perdurable y difícil de mantener que en seguida deja su puesto al rencor o al resentimiento, cosas más llevaderas y más fácilmente recuperables, mucho menos virulentas y en modo alguno apremiantes, mientras que el odio siempre tiene prisa y apremia, lo quiero ya, lo quiero ya muerto, traedme la cabeza de ese hijo-puta, lo quiero ver desollado y con brea y plumas por todo el cuerpo, degollado y desollado, un despojo, para que ya no sea nadie y así se pare mi odio que me fatiga tanto.No, no se trata de que alguien nos perjudique si hacerlo se le pone a tiro, no son esas enemistades civilizadas en las que alguien tacha un nombre de la lista de convidados al baile de la embajada y se ve resarcido, o silencia en su sección de un periódico los logros del adversario, o deja de invitar a un congreso a quien un día le arrebató una plaza. No es tampoco el cornudo que se afana por devolver los cuernos, o lo que cree que es devolverlos, ni siquiera el hombre que te confió sus ahorros y fue estafado, compró por adelantado una casa que nunca fue construida o se empeñó hasta las cejas para financiar una película de la que jamás hubo intención de rodar un solo metro, es increíble cómo el cine engatusa y engaña a tantos. Tampoco es el escritor o el pintor que no ganó el premio que te fue concedido y cree que otra habría sido su vida si se hubiera hecho su justicia entonces, hace ya veinte años; ni siquiera es el peón apaleado mil veces por el capataz abusivo y sañudo que se arrimó al propietario, y que ansía la llegada de un nuevo Zapata a cuya sombra deslizará una navaja hasta el vientre de su verdugo y hasta la yugular del terrateniente de paso, porque ese peón está también instalado en la espera, por no decir en la ensoñación pueril en que incurrimos todos de vez en cuando para hacernos recordar nuestros deseos, esto es, para no olvidarnos de ellos, la reiteración parece estar al servicio de la memoria pero en realidad la difumina y la burla, y también la aplaca, relega las necesidades a la esfera del advenimiento y así nada parece depender ya de nosotros, nada depende de los peones y el capataz sabe que hay una amenaza vaga o quimérica, también él padece su ensoñación, la del miedo, que lo conduce tan sólo a extremar su brutalidad y su saña, para cobrarse por adelantado el navajazo en el vientre que sólo recibe en sueños, los suyos y los ajenos.

No, ser perseguido no es nada de eso, no es saber que podría uno serlo, no es saber quién vendría a matarlo si estallara de nuevo una guerra civil en estos países nuestros susceptibles y encolerizados, no es tener la certeza de que alguien nos pisaría la mano si con ella nos agarráramos al borde de un acantilado (no solemos arriesgarnos a eso, no en presencia de los despiadados), no es temer un mal encuentro que podría evitarse yendo por otras calles, o a otros bares, o a otras casas, no es temer el azar que nos encarnece o las tornas vueltas en nuestra contra un día, no es crearse enemigos posibles o probables o incluso ciertos pero futuros siempre, cometer agravios cuyo desagravio está emplazado en el tiempo no llegado, hay una dilación para casi todo, casi nada es inmediato ni existe y vivimos en la demora, en la vida suele haber sólo demora y anuncio y planes, proyectos y maquinaciones, confiamos en la pereza y el letargo infinitos de todo el mundo, en la pereza de que las cosas se cumplan y lleguen, y en la de hacerlas.Pero a veces no hay pereza ni letargo ni ensoñaciones pueriles, a veces -aunque es lo raro- hay la urgencia del odio, la negación de la tregua y la astucia y la estratagema, o si las hay son tan sólo improvisadas por la resistencia intolerable del perseguido, las hay sólo como contratiempo, sin más valor que la rectificación de la trayectoria prevista para una bala porque el blanco se ha movido y la ha esquivado. Esta vez. Nada más, o así se espera, y si el tiro se erró no cabe sino disparar de nuevo, y seguir y seguir hasta que caiga la pieza y se la remate. Cuando uno es así perseguido tiene la sensación de que sus cazadores no hacen más que perseguirlo y buscarlo las veinticuatro horas del día: uno está convencido de que no duermen ni comen, no beben ni tan siquiera separan, sus pasos envenenados son incesantes e infatigables y no hay ningún alto; no tienen mujer ni hijos ni necesidades, no van al cuarto de baño ni charlan, no follan ni van al fútbol, carecen de televisión y de casa, a lo sumo tienen coches para perseguirlo a uno. No es que uno sepa que algo malo podría pasarle un día o si se adentra por donde no debe, es que ve y sabe que ya le está pasando lo peor, lo más temible, y entonces el perseguido tampoco bebe ni come ni para; o a veces sí, se queda quieto más por el pánico que por tener la seguridad de estar guarecido y a salvo, y más que quietud es parálisis, como la de un insecto que no vuela o la de un soldado en su trinchera. Pero aun así no duerme más que cuando el cansancio priva de realidad y amenaza a lo que ya está ocurriendo, cuando la existencia pasada de tantos años se impone -tanto tardan en marcharse las costumbres, la existencia sin plazos- y decide por un instante que el presente es lo falso, la ensoñación o una pesadilla, y lo rechaza porque es anómalo. Duerme entonces y come y bebe, y folla si tiene suerte o si paga, charla un rato olvidado de que los pasos envenenados nunca se paran y siempre avanzan mientras' los propios siempre inocentes están detenidos o no obedecen, o hasta están descalzos. Y eso es lo peor y el- mayor peligro, porque uno no debe olvidar que si huye no puede descalzarse nunca, ni mirar la televisión, ni a los ojos de quien se le aparece de frente y podría retenerlo acaso, mis ojos sólo miran hacia atrás y los de mis perseguidores hacia adelante, hacia mi negra espalda, y por eso llevan las de alcanzarme siempre.

Todo vino por el señor Presley y esta no es una de esas frases idiotas que hacen referencia al disco que estaba sonando cuando nos entretuvimos o nos descuidamos o se nos fue la mano, ni a que fuera el ídolo

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de la persona que nos trajo el problema al obligarnos a asistir a un concierto para seducirla, o para contentarla al menos. Todo vino por Elvis Presley en persona o, como yo solía llamarlo hasta que me dijo que ese tratamiento lo hacía sentirse como su padre, por el señor Presley. Todo el mundo lo llamaba Elvis a secas con gran confianza y así lo siguen llamando sus adoradores y sus detractores aun después de muerto, quienes nunca lo vieron en carne y hueso ni cruzaron con él una palabra, o quienes entonces lo veían por vez primera, como si su fama lo convirtiera en amigo involuntario o servidor inconsciente de todos, y quizá eso fuera normal y hasta justificable aunque a mí me desagradara: ¿acaso no lo conocía el mundo entero, entonces? Todavía hoy lo conoce. Yo prefería sin embargo llamarlo señor Presley y luego Presley sin más, por el apellido, cuando me ordenó prescindir del elemento para él tan venerable, si bien no estoy seguro de que no lamentara un poco su orden, tengo para mí que le gustaba oírse llamar así alguna vez en la vida, Mr. Presley o señor Presley según la lengua, a sus veintisiete o veintiocho años. Y fue eso, la lengua o sus aledaños, el aspecto más ornamental, lo que me llevó hasta él, a ser contratado e incorporado a su regimiento de colaboradores, ayudantes y consejeros durante seis semanas en principio, las que debía durar la realización de su película Fun in Acapulco, creo que se estrenó en España con el título cambiado como de costumbre, no Diversión en Acapulco ni Marcha en Acapulco sino El ídolo de Acapulco, nunca la vi en España.

Pero sí compré aquí hace poco el disco correspondiente, la banda sonora original que me saltó a la vista en la tienda cuando buscaba algo de Previn. Me hizo gracia y me la llevé, me trajo recuerdos que durante mucho tiempo había preferido que fueran olvidos, como sin duda lo prefirieron todos los demás del equipo, y lo procuraron, y lo consiguieron: pues en el folleto explicativo del disco se sigue contando un viejo embuste ya consagrado, una historia falsa. En él se dice que Presley no pisó Acapulco durante el rodaje y que todas sus escenas se filmaron en Los Angeles, en los estudios de la Paramount, para evitarle desplazamientos y molestias, mientras un equipo de segunda unidad viajaba hasta México para hacer tomas de paisajes inertes o de lugareños en movimiento que luego serían utilizadas para transparencias, Presley recortado contra el mar y la playa, contra las calles en bicicleta y con niño a cuestas, contra los acantilados de La Perla, contra el hotel en que trabajaba o aspiraba a trabajar su personaje, un antiguo trapecista traumatizado llamado Mike Windgren, siempre recuerdo los nombres, más que las caras. La versión oficial ha prevalecido, como ocurre con casi todo, pero es una versión amañada, como suelen serlo las oficiales sin que importe quién las divulgue, un particular o un gobierno, la policía o una companía cinematográfica. Es cierto que todo el material que aparece efectivamente en la película -tal como se estrenó y tal como existirá ahora en vídeo- está rodado en Hollywood siempre que Presley se encuentra en escena, y la verdad es que apenas se lo perdía de vista en todo el metraje. Tuvieron buen cuidado de no emplear ni montar un solo plano con su presencia que no hubiera salido en los estudios, ni uno solo que pudiera contradecir esa versión de la productora y del entorno del señor Presley. Pero eso no significa que no hubiera otro material que fue descartado, escrupulosa y deliberadamente descartado en este caso, posiblemente arrojado a las llamas o guillotinado, convertido en pulpa de celuloide, no quedará ni rastro, ni un milímetro, ni un fotograma, o eso supongo. Porque la verdad es que Presley sí rodó en México, no tres semanas pero sí diez días, al cabo de los cuales no sólo abandonó el país sin despedirse de nadie, sino que se decidió que jamás lo hubiera pisado ni hubiera estado allí, ni diez días ni cinco ni uno, el señor Presley no se había movido de California o de Tennessee o de Missouri, lo mismo daba, no había puesto el pie en México ni por tanto en Acapulco, y quien habían entrevisto o visto los turistas y los acapulqueños -o como se llamen- durante aquellos días de febrero era sólo uno de sus numerosos dobles, tanto o más necesarios que nunca en esta producción dado que el personaje que interpretaba el cantante, a fin de superar el mal trago de haber dejado caer desde el trapecio a su hermano con el consiguiente descalabro moral para él y físico para el hermano volante -totalmente siniestrado-, debía arrojarse al Pacífico desde lo alto de los brutales acantilados de La Perla en la escena final o más bien prefinal de Diversión en Acapulco, un título, desde luego, para conseguir el cual nadie se devastó el cerebro. Esa fue la versión oficial del paso de Presley por México o más bien de su falta de paso; aún perdura, por lo que veo, y hasta cierto punto es comprensible. 0 quizá es más simple, quizá es que nunca hay manera de borrar lo dicho, sea verdadero o falso, una vez que se ha dicho: las acusaciones y las invenciones, las calumnias y los cuentos y las fabulaciones, desmentir no es bastante, no borra sino que se añade, antes habrá mil versiones contradictorias e imposibles de un hecho que la anulación de ese hecho una vez relatado; los mentís y las discrepancias conviven con lo que refutan o niegan, se acumulan, se agregan y Jamás lo cancelan, en el fondo lo sancionan mientras se siga hablando, lo único que borra es callar, y callar prolongadamente.

Han transcurrido treinta y tres años de aquello y hace ya dieciocho que murió el señor Presley, está bien muerto aunque lo conozca aún todo el mundo, y se lo escuche y se lo eche en falta. Y lo cierto es que yo lo conocí en carne y hueso y estuvimos en Acapulco, ya lo creo que estuvimos y estuvo y estuve, y también en Ciudad de México, a donde volamos más de la cuenta en su avión privado, viajes de horas, intempestivos, estuvo él y estuve yo, yo durante más tiempo, demasiado tiempo o se me hizo tan largo, el tiempo de las persecuciones dura como ningún otro porque cada segundo es contado, uno, dos y tres y cuatro, aún no me han alcanzado, aún no me han degollado, aquí sigo y respiro, uno, dos y tres y cuatro.Continuará

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