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Sobre el afeitado

Una tarde de verano, hace ya de esto unos 30 años, descubrí un guijarro con mensaje a orillas del río Cuervo. Era un fósil de molusco, ovalado, perfectamente reconocible, y recuerdo que permanecí en cuclillas varios minutos antes de tocarlo. Luego, mirando de un modo diferente a las montañas, tomé la concha despacio y me alejé de allí con la grata sensación de estar pisando aunque a destiempo, el fondo de un viejo mar. Según pude saber más tarde, mi fósil tenía millones de años, que es cómo mentar la eternidad, y, claro está, desde aquel día no hay piedra o canto rodado que desmerezca mi atención.Y como ocurre con los moluscos, también las ciudades aportan recuerdos que de vez en cuando emergen por casualidad de su escondite. Algunas, como París, Roma o Viena, están preparadas para afrontar la aparición de estos vestigios, pero no así Madrid, que tradicionalmente cuenta con poca experiencia arqueológica y que quizá muy pronto, si alguien no lo remedia, haya perdido toda materia prima con la que practicar. Así es, lector silencioso: una diabólica obsesión por la socava y el agujereamiento (conocida en psiquiatría como efecto Gruyere), parece dominar a los dirigentes de este Ayuntamiento azul, sin que hasta la fecha se conozca la razón. Y agujereando estaban, precisamente, estos muchachos la plaza de Oriente -a más de uno le sonará el lugar como punto de peregrinaje-, cuando el infortunio se cebó con sus personas y les obligó a detener la maquinaria. Los arqueólogos encontraron allí unos muros viejos, medio derruidos, pertenecientes a la Casa del Tesoro y al Jardín de la Reina, edificios nobles y en activo allá por los siglos XVI y XVII. Más de un taco debió oírse por la zona. Deprimidos, pues, y obligados por las circunstancias, los jefes del Ayuntamiento pidieron un informe técnico a los dos directores de la excavación. Todo indica, sin embargo, que había trampa en la operación. Así, transcurrido un mes y apoyándose sólo en un informe firmado sólo por uno de ellos, el de la señora Esther Andreu, la Dirección Regional de Patrimonio decidió otorgar su permiso para echar abajo las murallas, dando así vía libre al proyecto imperial Sospechoso, desde luego; hediondo, a todas luces, inhabitual resolución ante dos informes contradictorios, y más cuando la institución que la dicta se encarga, precisamente, de conservar el patrimonio cultural.

De este modo, pese a la opinión contraria de numerosos expertos en el tema, incluido Manuel Retuerce (que, junto con la señora Andreu, fue el otro arqueólogo director contratado por el Ayuntamiento) hace unos días la piqueta entró por fin en acción y se llevó por delante unos recuerdos que rondaban los 500 años de edad. Algo huele raro en todo esto. Algo baja turbio: dirigentes del PP que rehúsan pronunciarse, funcionarios que se esconden, gente que no responde, zonas oscuras y una especie de aire perverso envolviendo el tema que me lleva a pensar, y no de refilón, en la existencia de maniobras bastardas, cuando no de corruptelas indignas.

Pero el PP no está solo. Además de la señora Andreu (a quien, arqueológicamente hablando, se podría considerar una especie de traidora), el alcalde Manzano cuenta también con los zumbidos de su primer trompetero, esto es: el diario Abc, que el martes 13 de agosto, en referencia a las murallas descubiertas, trataba el asunto del modo siguiente: "Los últimos hallazgos, que no han sido más que un camelo para impedir que el alcalde de Madrid se apunte el éxito popular de la gran remodelación del entorno del Palacio Real, han intentado reventar la voluntad decidida del Ayuntamiento de proseguir con una reforma imprescindible para Madrid...". ¡Cáspita!, y sin embargo, me repongo: en primer lugar, señores, esto está pésimamente redactado; a menos, eso sí, que el autor sea un preescolar. En tal caso: felicidades, amigo, y a seguir mejorando. Y en segundo lugar, cautela. Algo les pasa. Acerquémonos, pero con cuidado. A observar nada más; y es que a estos pollos sólo les ha faltado apostillar que alguien puso allí las fachadas adrede, para incordiar al alcalde Manzano, andaluz y mariano.

En fin: que cuando mis amigos no españoles vienen a Madrid, y para defender la estirpe ciudadana, yo les tengo que mentir. Y hasta ahora lo he hecho muy bien, porque están convencidos de que el Abc, pese a su formato, en realidad no es un periódico, sino un cómic surrealista de tendencia cripto-luminaria por así decir, y que, por añadidura, no se edita en Madrid, sino a la sazón en Sri Lanka, y cuyo glorioso contenido obedece, sin más, a exigencias del KGB, interesado en calibrar el empaque de las masas latinas. Todo ello, como se sabe, aparentando ser un periódico de humor. Confuso, extraño, lo que se quiera, pero era el único modo de hacer creíble la cosa ante mis amigos; y la prueba está en que se lo han tragado. Un recurso, digamos. Como aquel que oculta un forúnculo en la mejilla y, tapándolo con una tirita, simula haber sido víctima de la Gillette.

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