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Músico desde otra dimensión

Andrés Fernández Rubio

Calificado como intérprete genial y verídico, maestro de maestros, capaz de situar al oyente ante el hecho musical como algo irreversible, la leyenda de Sergiu Celibidache va más allá de la música. Estudioso del budismo y simpatizante del gurú indio Saï Baba, obsesionado por la fenomenología y las matemáticas, egomaníaco y provocador, sus diatribas no se paraban en lo convencional. "Por naturaleza soy exagerado, siempre me han interesado los extremos", dijo durante una de sus visitas a Madrid momentos después de haber asegurado que la joven intérprete Anne-Sophie Mutter, protegida de Karajan, era "como una gallina tocando el violín".Al morir Furtwängler en 1954, su sucesor no fue Celibidache, que había estado al frente de la Filarmónica de Berlín durante los años de desnazificación de Furtwängler, sino Karajan, un hecho que le hirió tanto que no volvería a ponerse delante de la orquesta hasta 37 años después. Celibidache se convirtió en una especie de lobo solitario heterodoxo, apátrida en su calidad de miembro ilustre de la diáspora cultural rumana, un director que no debutó como titular en Estados Unidos hasta 1984 porque nadie aceptaba sus demandas de un mínimo de 12 ensayos. "He resistido", declaraba en Madrid en referencia a la presión del mercado. "Siento la enorme satisfacción de no haber cedido jamás a un solo compromiso. Para ello, he tenido que pelearme con una larga lista de cretinos investidos de una dudosa autoridad".Su propia autoridad la irradiaba desde el podio en forma de verdad artística, con la melena blanca y una expresión angélica que le hacía parecer como trasportado a otro mundo. Con su capacidad asombrosa para aclarar sentimentalmente la estructura de la música, Celibidache deja en el recuerdo de los aficionados españoles -fue un asiduo visitante desde los años cincuenta y hablaba español- versiones incontestables de obras de Bruckner, Debussy, Ravel, Brahms, Fauré o Bela Bartok.

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