La que armó el venerable
Fidelio de Beethoven es una ópera de ideas; una fábula sobre la libertad, la utopía y el amor conyugal. Con un pie en el Mozart de La flauta mágica, da un paso adelante en la búsqueda de una ópera nacional alemana apoyándose en los valores del idealismo. El romanticismo popular lo pondría Weber, con lo que Wagner tendrá una parte del camino desbrozado para su encuentro con las señas de identidad músico-teatrales de una cultura.Herbert Wernicke plantea Fidelio contrastando la oscuridad con la luz. Su dramaturgia tiene un punto de referencia en la obra plástica de Bruce Nauman. Sobre un plano inclinado, se mueven los cantantes en las tinieblas de un espacio duro, claustrofóbico e inquietante en el que los objetos -la plancha, la pala, la mesa- alcanzan notoriedad por su carga significativa, y en el que la luz viene del fondo, un fondo al que se dirigen Florestan y Leonora únicamente cuando la libertad está al alcance de la mano. Frente al blanco, negro y gris dominantes, el choque de la escena final con el coro vestido de calle es una explosión de color y alegría que mueve a la emoción desde la percepción más musical y desde la inteligencia de un pensamiento tan filosófico como sugerente plásticamente. Pocas veces el espíritu de la Novena sinfonía ha estado tan cercano.
En Solti, sin embargo, la emoción viene a partes iguales entre la sabiduría musical y una extraordinaria energía juvenil que roza lo milagroso jamás pierde la tensión musical. Y en una ópera es fundamental mantener el pulso dramático. La Filarmónica de Viena alcanzó a sus órdenes los límites del prodigio.
Cheryl Studer
El reparto vocal fue de lujo y recuperó a una Studer que tal vez con esta obra inicie una deseada recuperación tras unos años de desigualdades. El canadiense Ben Heppner demostró que es el mejor tenor del momento, Ziesak y Pape dejaron clara su musicalidad y su extraordinario progreso, y Roberto Saccá no desentonó aguantando con solvencia y frescura el nivel que le imponían sus compañeros. Si a esto añadimos la sensacional actuación del coro de la ópera de Viena podemos comprender que la función concluyó en un clima de triunfo excepcional.Pero el rey de la noche fue Solti. Las atronadoras exclamaciones que recibió en cada una de sus salidas a saludar fueron un justo reconocimiento a su espléndido trabajo. La que armó el venerable. Verle feliz deambulando por el escenario con sus cantantes fue una de las imágenes de la noche. Una noche de las que hacen grande a un festival como Salzburgo y, lo que es más importante, de las que hacen grande a la ópera y la convierten en el mayor espectáculo del mundo.
Babelia
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