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Aun no amanece

Juan José Millás

Yo creo que las vidas humanas tienen formas geométricas, es decir, que las hay con aspecto de cubo, de trapecio o de círculo. La otra noche, en la radio, alguien dijo que la suya era idéntica a la de una calle de Madrid que empezaba en un vertedero y terminaba en un descampado. Las ciudades en las que se vive determinan mucho la geometría existencial. En ese mismo programa, por ejemplo, una señora aseguró que su vida tenía la forma de la plaza de Oriente.-¿Y está también en obras? -preguntó la locutora.

La señora afirmó que sí, que estaban haciendo en su vida un aparcamiento subterráneo, para que pudiera dejar el coche en él quien ella sabía. No quiso ser más explícita por si su marido, que trabaja de vigilante nocturno, estaba escuchando la radio. Otro oyente llamó para corroborar que el tiempo, efectiva mente, posee propiedades espaciales y que el suyo, cuando ya había cumplido 65 años, imitaba los volúmenes de la catedral de la Almudena, con sus capillas laterales, sus tumbas y todo lo demás, qué horror. A continuación, una señora de 50 años confesó que su existencia era réplica exacta de El Corte Inglés de Goya.

-Hace poco -añadió- me fui de ejercicios espirituales a la sierra, con unas amigas, y al hacer un examen de conciencia del pasado me di cuenta, de que lo tenía dividido en secciones, como unos grandes almacenes. La planta baja, por ejemplo, contiene todo lo que me sucedió hasta los 10 años: bisutería y bolsos de piel principalmente, aunque también hay algo de perfumería y cosmética.

-¿Y la ropa interior?

-La ropa interior está en la cuarta planta, junto a los pensamientos de lencería fina.

Telefonearon los típicos bromistas que utilizan estos programas nocturnos para reírse de la gente. Uno, aguantándose la risa, aseguró que tenía un hijo de vida infudibuliforme y una hija que arrastraba desde hacía tiempo una existencia dactilada. También llamó gente arracimada, vermiforme, vesicular y, ataudada.

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Yo estaba en la cama, boca arriba, con las manos debajo de la nuca, porque no me podía dormir por culpa del calor o de los remordimientos, e imaginaba que mi vida tenía forma de pasillo. Es decir, que cuando pienso en ella desde esta edad en la que el pasado ocupa ya más que el porvenir no veo otra cosa que una sucesión de habitaciones dispuestas linealmente. Todas ellas pertenecen a diferentes edificios madrileños, muchos de los cuales ya han desaparecido. Así, por ejemplo, uno de mis primeros recuerdos es el de un cuarto de estar donde hay un brasero y una radio, aunque no sabría decir si el calor procede de ésta o de aquél. Al abrir la puerta de esa habitación entro en una clase de matemáticas donde un energúmeno con sotana me pregunta a gritos la tabla de multiplicar. Huyo corriendo de esa agonía y penetro en el dormitorio de la adolescencia, que a su vez me conduce a una estancia sin identificar, llena de sombras, donde se desnuda una mujer.

Tengo la impresión de que mi vida ha transcurrido sobre todo en lugares cerrados, porque de súbito alcanzo una habitación en la que se abre una boca de metro, me parece que la de Diego de León, por la que desciendo para tomar un tren que me lleva hasta una garita cuartelera, donde hago guardia con un fusil que no sé manejar.

Una existencia, vista así, desde las habitaciones en las que uno ha consumido las horas, resulta poca cosa. Por eso me gustaban, más que la mía, las vidas de la gente que llamaba al programa. Una mujer de mi edad dijo que su pasado tenía la forma del barrio de Prosperidad, donde transcurrieron su juventud y su infancia, de manera que ahora, al evocarlas, recorría sin darse cuenta sus calles. Yo también soy de la Prospe, así que me fui imaginariamente a una biblioteca pública que entonces había en Marcenado, donde pasé muchas horas, y estuve esperando a esa mujer, por si nos conocíamos y podíamos recordar aquellos tiempos, pero no vino. Entretanto, el, programa, que tenía forma circular, se cerró y aún no amanecía.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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