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Pescadores de bienestar

Los considerandos neoliberales del desguace parcial del Estado de bienestar son muy claros: las cuentas públicas no salen, porque el monstruo insaciable en que se ha convertido el sistema de protección social que hemos creado engorda tanto que ya no cabe en la casa; por ello, o le despojamos de las enormes cantidades de grasa acumuladas y le ponemos a dieta rigurosa, o destruye en poco tiempo nuestras economías. Dos y dos son sólo cuatro y las tendencias demográficas y del empleo hacen insoportable para los ocupados cotizantes ayudar a los parados, socorrer a. los enfermos y mantener a unos pensionistas que cada día tardan más en morirse. El vuelo del Estado compasivo ha llegado a su fin y es mucho mejor optar por un aterrizaje de emergencia que esperar, impávidos, el agotamiento total del combustible. Se acabó la fiesta.Pese a la extrema gravedad que los ultraliberales atribuyen a la bomba de relojería de las cuentas sociales, el anumerismo popular y la raigambre social de los derechos adquiridos les aconsejan la venta pública de los recortes presupuestarios en el envoltorio de la ética intergeneracional, un verdadero filón descubierto, para fines más nobles, por los ecologistas. Con este auxilio, el mensaje queda, más o menos, así: "No podemos cometer la crueldad de entregar un sistema en quiebra a nuestros hijos", "aseguremos responsablemente las pensiones de nuestros nietos", etcétera, para terminar diciendo: "No es que a nosotros nos guste recortar, pero es una cosa de simples matemáticas". Es decir, los ricos, que nunca necesitarán la protección del Estado, se ven obligados a tomar estas medidas, pero no disfrutan perjudicando a los más débiles; es más, en sus conciencias parece haberse producido la angélica reconciliación de la moral y la racionalidad económica intuida por Adam Smith cuando escribió: "Por más egoísta que quiera suponerse al hombre, sin duda hay algunos elementos en su naturaleza que lo llevan a interesarse por la suerte de los otros, de tal modo que la felicidad de éstos le es necesaria, aunque de ello nada obtenga excepto el placer de presenciarla". En definitiva, se pretende plantear el recorte como un asunto puramente técnico, adornado con ribetes de moral para ingenuos, cuando en realidad estamos ante un asunto que tiene detrás una enorme carga ideológica y está rodeado de intereses económicos muy considerables y concretos. El liberalismo económico se sintió muy agredido con el protagonismo que el advenimiento de los seguros sociales y la universalización de la Seguridad Social le dieron al Estado y ve ahora una oportunidad histórica de recuperar terreno, así como. de vengarse de gentes como Bismarck y lord Beveridge, pese al impagable servicio que hicieron a la causa del capitalismo en momentos muy delicados.

Pero vayamos a los hechos. España gasta 2.600 ecus por persona en prestaciones sociales, la mitad que Alemania, Francia y otros cuatro países de la UE, sin contar con paraísos como Suecia, que dedica a este menester más de 8.000 ecus por habitante. En términos relativos, el porcentaje del PIB destinado a gastos sociales es en España entre 5 y 10 puntos inferior al de países como el Reino Unido, Francia u Holanda. Si a esto añadimos el hecho de que todos estos países europeos mantienen un bien dotado Estado de bienestar desde hace varias décadas (con la acumulación de capital y servicios públicos que ello supone) y que España alcanzó el modesto nivel de prestaciones actual hace sólo diez años, llegaremos a la conclusión de que mientras unos ciudadanos europeos disfrutan su protección "de la cuna a la tumba", a otros les cubre sólo de pascuas a ramos. Afirmar en estas circunstancias que hay que lograr una mayor eficiencia en el gasto público español parece razonable, peto asegurar que las posibilidades del Estado de bienestar están agotadas en nuestro país es una broma de mal gusto, por decir lo menos.

Respecto al deber moral adquirido con nuestros descendientes, seamos serios: no existe hoy un modo directo por el que las generaciones presentes puedan transferir recursos a las futuras, por ingeniosos que sean los mecanismos financieros. Las pensiones de hoy se pagan con las contribuciones de los trabajadores actuales, que tienen que consumir menos para que los jubilados disfruten de recursos. Del mismo modo, las pensiones del siglo XXI las pagarán quienes trabajen entonces y serán mayores o menores en función de la renta generada y la voluntad social de redistribuirla. Robert Solow, mirando por el retrovisor hacia nuestros ancestros, señalaba hace algunos anos que "en vista de lo pobres que ellos fueron y lo ricos que somos nosotros, quizá pudieron haber ahorrado menos y consumido más": añadiendo, sin que nada supiera del Pacto de Toledo, que "el futuro puede ser demasiado importante para dejarlo al capricho de las expectativas erradas y los altibajos de la ética protestante' .

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¿Por qué, entonces, tanto alboroto? Los ultraliberales que alientan de esta guisa el desmantelamiento de la protección social saben que, además de ensayar sus ideas, le bailan el agua al nutrido grupo de agazapados pescadores de bienestar, que espera una temporada repleta de cuantiosas capturas. Algunos ricos Estados miembros de la UE han empezado ya a proponer el recorte presupuestario de los Fondos Estructurales que socorren a los países más pobres de la Unión y no tardarán en recurrir a una especie de ética con fronteras para sugerir otro tanto respecto a los Fondos de Cohesión. Es la estrategia de los pescadores de altura: las mercancías y los capitales pueden circular libremente, las condiciones de convergencia en la Unión Económica y Monetaria deben ser terriblemente iguales para todos, pero los equilibrios sociales y la solidaridad interterritorial quedan para los Estados miembros. Cada mochuelo con su olivo.

Los otros pescadores, los de bajura, han empezado ya a extender sus redes en las proximidades de cada sala de conferencias en que intervienen los técnicos portadores de malos augurios, ocupantes nada ocasionales de sus púlpitos cuando no beneficiarios directos de su mecenazgo cultural. El objetivo es ofrecer, a la salida de los aterrados asistentes, impresos de inscripción en fondos privados de jubilación, servicios privados de sanidad y educación, seguros privados de desempleo y toda la gama de productos alternativos al sistema público. La mar está más propicia que nunca, el banco de peces da para rebosar las bodegas y valen todas las artes de pesca. Además, qué maravilla, le hacen un gran favor al país, porque el pensamiento económico políticamente correcto acusa ahora a las excesivas atenciones públicas que reciben los más necesitados de casi todos nuestros males. La ola conservadora que conduce la economía de este tiempo empieza a inundarlo todo y es bastante consecuente que, detrás de ella, se esconda una verdadera flota lista para convertir en botín los restos del naufragio anunciado por el Estado de bienestar. Por lo menos hasta que Neptuno se enfurezca.

Roberto Velasco es catedrático de Economía Aplicada en la Universidad del País Vasco.

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