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El amor

Manuel Rivas

Él es jardinero. De muy pocas pala. Diríase que se expresa con los dedos, escribiendo en la negra tierra con las uñas. Sus flores preferidas son las menudas, esas a las que llama alegrías, primaveras y maravillas. Me presenta a su mujer. Comprendo que esté orgulloso y que le alumbre los ojos como dos tizones. Es muy guapa y va enjoyada con una sonrisa envidiable. "¿Sabes cómo la enamoré?", me dice el jardinero. "Pues tirándole piedrecitas. Ella pasaba siempre por esa acera y yo le tiraba chinitas".Guijarros como palabras. Sólo el trastorno del amor puede producir esa distorsión del lenguaje y aceptarlo como un orden natural de las cosas. Es más, como el mejor orden deseable. El mundo tiene sentido cuando el joven obrero de la canción de John Lennon encuentra su chica y puede afirmar all is right. Entre la primera mirada y el primer beso de Romeo y Julieta sólo transcurren 127 palabras. Un puñado de chinitas. Todo se pone patas arriba, es decir, todo está en orden. Y la condesa de Pardo Bazán puede decirle "mi ratoncito" al león Galdós sin que la naturaleza se perturbe.

Desde los tiempos de Eva, llamarle serpiente a una mujer parece un camino sin retorno. Pero la biología del amor destroza la vieja mitología. Y así, Antón Chéjov escribe a la actriz Oiga Knipper: "No te enviaré una foto mía hasta que haya recibido la tuya, ¡oh serpiente! En modo alguno te he llamado yo 'pequeña serpiente', como dices. Eres una serpiente, no una pequeña serpiente, una serpiente enorme. ¿Acaso no resulta halagador?". Sí que resultó. Dos años después se casaron .

La del jardinero tirándole piedrecitas al deseo es la declaración de amor más extraña que conozco. Pero la más bonita es una que relata el escritor Carlos Casares. "Si me quieres", le dice una niña a un niño en el parque, "te doy una peseta".

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