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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Primavera de Aznar

TRES MESES después de la investidura de José María Aznar como presidente del Gobierno, el dirigente popular ha ganado en imagen pública, como indican los sondeos. Pero los mercados no las tienen todas consigo; siguen atentamente los primeros pasos del Partido Popular en el Gobierno y reaccionan ante sus aciertos, sus errores y sus incertidumbres. En este corto pero simbólico periodo, el Gobierno de Aznar ha hecho cosas, ha anunciado más y es opaco sobré muchas otras que quedan pendientes. Pero la euforia económica que habían anticipado los populares no acaba de llegar.Probablemente este Gobierno será juzgado, esencialmente, sobre un futurible: la participación plena de España en la moneda única europea, desde el primer momento -en 1999 según las previsiones-, y a qué coste. El marco fijado por Maastricht condiciona al Gobierno. Ésta es una de las grandes diferencias a la hora de comparar la llegada al poder de los populares en 1996 con la de los socialistas en 1982, menos condicionados y con mayores expectativas y entusiasmos.

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Pero este diferente punto de partida no debe engañar a la oposición. Estamos ante un Gobierno con sólidos apoyos parlamentarios, Solidez reforzada por la falta de una oposición -que el PSOE no ha querido o podido aún practicar- y una prensa que a menudo actuó en orden cerrado contra el anterior Gobierno.

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Parecía que el PP sabía lo que quería hacer desde el primer día. Las dudas, las correcciones de rumbo -incluso de textos publicados en el BOE-, la búsqueda de soluciones innovadoras, la falta de previsión sobre el efecto de algunas de sus decisiones reflejan hasta ahora más la improvisación que un plan preestablecido. En parte puede achacarse a la realidad de la práctica del poder en un equipo falto de experiencia de gestión y que practicó no, poca demagogia desde la oposición. Así, sus grandes llamamientos a la reducción de altos cargos se han quedado -al menos de momento- en poca cosa, y en algunos casos, cuando se han hecho recortes, como en el Ministerio de Asuntos Exteriores, se ha mermado seriamente la capacidad del Estado.

El estilo de gobierno no suele ser agresivo, y el PP, en el poder parece tener otro talante que en la oposición. Ya no necesita crispar el ambiente, político. La vida política discurre con mayor tranquilidad y normalidad que en los dos años anteriores. En términos de la tan invocada regeneración de la vida democrática española, el Gobierno de Aznar ha abusado del decreto-ley en temas importantes pero no urgentes, en detrimento de la discusión parlamentaria. El control de la televisión estatal desde La Moncloa resulta tan descarado como el de sus predecesores. Y la expeditiva expulsión de los 103 inmigrantes ilegales de Melilla -que el propio titular de Interior calificó tardíamente de "nada modélica", pero a la que Aznar se había referido con un "había un problema y se ha solucionado"- resulta preocupante.

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