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Reportaje:

Estalla la crisis de los pobres en EE UU

La legislación sobre el 'welfare' apoyada por Clinton intenta evitar la bancarrota del sistema de asistencia pública

Antonio Caño

Apenas recuperada del impacto del terrorismo, la sociedad norteamericana ha asistido este semana otro estallido mucho más profundo: la crisis de los pobres. El presidente Bill Clinton y el Congreso de EE UU han admitido públicamente que la nación reconocida como la mayor democracia de Occidente, la principal potencia económica del mundo, el buque insignia del capitalismo, no puede seguir atendiendo a sus pobres en la forma en que ha venido haciéndolo durante los últimos 61 años.Un sombrío Clinton, mostrando que ésta era una de las decisiones más difíciles de su vida, anunció el miércoles pasado su respaldo a una nueva ley que pone fin a los beneficios (en inglés se conoce como welfare) que los pobres norteamericanos ganaron con el New Deal. No es más que el reconocimiento de una realidad que las estadísticas reflejan desde hace años: los 40 millones de pobres han quedado al margen del fuerte crecimiento económico experimentado en esta década. El abismo que separa a ricos y pobres en EE UU ha crecido en los años noventa igual que aumentó en los ochenta.

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Tanto el presidente como el Congreso justificaron esta nueva ley como un intento de evitar la bancarrota en que caería el sistema de asistencia pública de continuar por más tiempo con el modelo actual.

Los propios beneficiarios del welfare reconocen que las cosas no pueden seguir como están. Muchos de ellos se sienten parte de un sistema de asistencia social que los hace eternamente, dependientes del Estado. Pero su preocupación no son las cuentas nacionales, sino su propio futuro. Su angustia es la de saber qué va a ser de ellos cuando dejen de cobrar el cheque del Gobierno del que ahora viven.

"He estado siguiendo este debate muy de cerca porque creo que el sistema tiene que ser modificado, pero no estoy de acuerdo con lo que se ha hecho", opina Louis Gooch. "Hay muchos que abusan y siempre los habrá. Alguna gente no intenta mejorar, no le importa qué pase con sus vidas. Pero la respuesta a eso no es castigamos a todos. Hay muchos drogadictos que se aprovechan del welfare y que jamás han tenido intención de trabajar. Yo soy alcohólico, pero siempre he trabajado".

"No sé qué será de mí"

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Gooch tiene 57 años y ha trabajado en empleos miserables durante 42. Ahora sufre artritis y le es muy dificil aceptar trabajos que requieran esfuerzo físico. Otro tipo de ofertas de empleo no surge. "He presentado cinco o seis solicitudes y nadie me ha contestado". De acuerdo a la nueva ley, si Gooch. no encuentra trabajo en dos años, perderá los 250 dólares mensuales que. cobra en la actualidad. "El alquiler que pago ahora es muy bajo, 25 dólares. Pero hasta esa cantidad puede ser muy alta si no tienes ni un solo dólar de ingresos. No sé qué será de mí. No voy a resistir ni una semana en la calle, no sabría qué hacer". Su hijo -se casó con 20 años, se divorció y es padre de mellizos- apenas tiene para mantenerse. "De hecho, ni siquiera sabe la situación en que me encuentro. Mis hermanos, y primos bastantes problemas tienen como para ocuparse de mí".Mary Goode, de 45 años; su hija, de 23, y su nieto, de 10, viven juntos con los 330 dólares que cobran del welfare por tener un niño dependiente de ellas. Ninguna de las dos trabaja. Según ellas, porque nadie les da un empleo. A partir de ahora, el cheque que reciben podría quedar recortado en un 25% si la hija no identifica al hombre que la dejó embarazada -cuando tenía 13 años. La ayuda desaparecería por completo cuando el niño cumpliese los 16.

"No estoy preocupada por mí. Tampoco por mi hija. Tengo miedo por mi nieto. El es el que sufrirá si mi hija deja de cobrar del welfare , afirma Mary. La hija, que ni siquiera se molesta en acudir cada mes a cobrar el cheque del Gobierno, lleva una vida que su madre no quiere detallar, pero que está lejos de conducirla hacia la búsqueda de un empleo.

El futuro puede ser especialmente incierto para los inmigrantes, que quedarán sin ningún tipo de ayuda pública, excepto para salud, si no asumen la nacionalidad estadounidense, cosa que sólo pueden hacer cinco años después de su entrada legal en este país.

Juan Romagoza, un médico que dirige un centro de caridad llamado Clínica del Pueblo, asegura que, según su experiencia, los inmigrantes sólo piden ayuda del welfare cuando están en situación desesperada. "Vienen aquí a trabajar, no a mendigar", dice. El doctor Romagoza, de origen salvadoreño, advierte que si desaparecen las ayudas públicas, aumentarán de forma alarmante la malnutrición de los niños y las enfermedades.

Decenas de casos como éstos de la ciudad de Washington se dan por todo el país en comunidades donde la pobreza, la marginación y la delincuencia van unidas en un círculo vicioso sin horizonte.

La mayoría de los miembros del Congreso -republicanos y demócratas- han entendido ahora que el welfare no es la solución, sino la causa de ese círculo vicioso. Muchos de los beneficiarios de la asistencia pública no quieren buscar un empleo porque al encontrarlo perderían el cheque del Gobiemo. Muchas mujeres quedanembarazadas para cobrar del Estado,y muchos ho M-bres no reconocen a sus hijos para que la madre pueda recibir la ayuda que se presta a las familias de un solo padre.

Los patrocinadores de la nueva ley dicen querer acabar con esas prácticas y crear un sistema en el que se estimule la ocupación de los .puestos de trabajo que el crecimiento de la economía norteamericana debería crear. Con ese propósito, dos días después, de aprobar la reforma del welfare, la Cámara de Representantes votó, por iniciativa demócrata, una ley para incrementar en 90 centavos el salario mínimo.

"Para aquellos que critican esta reforma, déjenme decirles que ninguna ley es perfecta, pero continuar con las cosas como están, como si no pasara nada, sería una especie de complicidad", afirma el senador republicano Alfonse D'Amato.

Patrick Moyniham, uno de los 21 senadores (de un total de 100) que votaron en contra de la ley, opina que "esto no es la reforma del welfare, sino el final del welfare. "Es el primer paso para des" mantelar un contrato social en vigor desde los años treinta. No tengo ninguna duda de quéel próximo paso será el de acabar con la seguridad social, con la asistencia sanitaria y con las pensiones".

William Dickens, un profesor de Brookings Institution que ayu dó a escribir una versión de la ley que el presidente Clinton presentó hace dos años y que fue rechazada por el Congreso, cree que es nece saria una reforma del sistema ac tual porque "se ha creado una cul tura del welfare. "Para algunos la asistencia pública se ha convertido en su carrera", afirma. Dickens discrepa, sin embargo, con el con tenido de la ley aprobada esta se mana, porque "no es más que una excusa para recortar el gasto público". "Los programas de trabajo no están adecuadamente recogidos. Para estimular a la gente a buscar empleo es necesario darles atención a sus hijos y preparación para ellos mismos. Además, al darle a los Estados el, control de los recursos. económicos del welfare, los gobernadores van a tener oportunidad de restar fondos de los grupos políticamente débiles (los pobres) para dárselos a secto res mucho más interesantes desde el punto de vista electoral".

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