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Tribuna
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América Latina: de la transición a la crisis

A raíz de que los movimientos de capitales hacia América Latina volvieran a ser positivos, a finales de 1989, la idea dominante durante cinco años en los análisis efectuados sobre el continente latinoamericano ha sido la de la transición. Transición hacia la modernización, y, más concretamente, hacia la democracia. Chile se ha convertido en el paradigma de esta evolución favorable y todavía se sigue hablando de su transición democrática con tanta admiración como se habla de la de España desde los Pactos de la Moncloa. Los juicios referentes a Argentina y Brasil son también favorables, aunque con grandes reservas. Los banqueros consideran que las oportunidades de crecimiento continuado en Argentina son excelentes y que la vida política de este país se está rehaciendo. En cuanto a Brasil, después del notable tratamiento dado por las instituciones al asunto Collor, la elección de F. H. Cardoso ha suscitado grandes esperanzas en un país que sigue siendo, no obstante, el campeón mundial de la desigualdad social y en el que la violencia campa por sus respetos, tanto en las ciudades como en el campo, pero en el que, en general, se respetan las libertades políticas. De Centroamérica se hace esta misma valoración positiva, tras el éxito de la pacificación en El Salvador, la calina relativa que reina en Guatemala o la sorprendente evolución de Nicaragua, después del triunfo. obtenido en unas elecciones libres por Chamorro. Pero éstos no son más que algunos de los aspectos más llamativos de una favorable evolución política y económica del continente. La apertura internacional de las economías ha provocado, ciertamente, la ruina de muchas industrias protegidas hasta ese momento mediante barreras aduaneras y políticas de sustitución de las importaciones, aunque hay muchos que creen que éste era un reto necesario, sobre todo en Argentina, donde puede decirse que se ha pasado de una economía de rentas a una economía de producción. Finalmente, el último elemento importante de esta visión optimista: el debilitamiento de la lucha armada de Sendero Luminoso en Perú tras la detención de Abimael Guzmán.¿Cómo no dejarse llevar por un cierto optimismo razonable ante todos estos hechos convergentes, siendo consciente de la inmensidad de, los problemas que quedan por resolver pero confiando en la creciente capacidad de estos países para encontrarles una solución democrática?

Y, sin embargo, esta visión me parece hoy bastante equivocada. En primer lugar, porque a los países que acabo de citar pueden oponérseles otros ejemplos, sobre todo México, Colombia y Venezuela, a los que podríamos añadir Ecuador. Después, porque aunque en el conjunto del continente han tenido éxito las políticas antiinflacionistas, como ha sucedido últimamente en Brasil, la desigualdad social sigue aumentando -incluso en Chile-, mientras que la cuota correspondiente a la economía latinoamericana en el conjunto de la economía y del comercio mundiales no deja de disminuir.

En los tres grandes países citados, la apertura al exterior -ya sea a través del comercio normal y las maquiladoras como en México, del petróleo como en Venezuela o de la droga como en Colombia y cada vez más en México y Perú- ha traído consigo una dualización de la sociedad cada vez mayor. El México rural del sur, el de los ejidos, se está vaciando, mientras que sus empobrecidos habitantes se hacinan en Ciudad de México o emigran a Estados Unidos. Y, sobre todo, los sistemas políticos se derrumban, minados por la corrupción en Venezuela, la violencia y la corrupción en Colombia, o como consecuencia del presidencialismo desarrollado por Salinas en México.

Mientras que en Chile, Uruguay, Brasil y Argentina -y quiero añadir también Bolivia- el sistema político se refuerza a pesar de que todavía no es capaz de incrementar la integración social, en los países del norte del continente se va descomponiendo y permite aumentar las desigualdades sociales y regionales.

¿De dónde proviene esta impotencia política que define la crisis que actualmente padece una gran parte de Latinoamérica? No hay una respuesta clara a esta pregunta, ya que los análisis se limitan a estudiar casi siempre situaciones nacionales; puede que también sea porque la respuesta pondría en tela de juicio muchas ideas tradicionales e intereses creados.

Creo que hay una hipótesis que se impone, especialmente si consideramos que no sólo es válida para América Latina, sino que también podría aplicarse fuera de ese continente e incluso en la propia Europa. En los lugares donde no ha desaparecido el antiguo sistema de participación política ampliada, el denominado sistema nacional-popular, la descomposición sigue su curso y lo que en su momento fue un instrumento de integración social se ha convertido en un medio que defiende el modelo de Estado intervencionista y movilizador que no reacciona más que para defenderse a sí mismo.

El ejemplo de México es el más importante, sin lugar a dudas, teniendo en cuenta la naturaleza de partido prácticamente único que había alcanzado el PRI. El sistema político se corrompió con el dinero del petróleo en la época de López Portillo; las reformas de De Lamadrid, en su conjunto positivas, no consiguieron destruirlo; ahora se ha derrumbado bajo los golpes de Salinas, que no hizo avanzar en absoluto la democracia pero creó con su PRONASOL un neopopulismo y clientelismo de Estado. La situación de Venezuela es más sencilla, puesto que el país nunca dejó de depender del petróleo y de los esfuerzos realizados para constituir alrededor de un Estado clientelista un sistema en el que los sindicatos participan ampliamente mientras la miseria se acumula en los ranchitos. Colombia, que nunca ha tenido un régimen populista propiamente dicho, al menos desde la II Guerra Mundial, no está en realidad demasiado alejada de ese modelo, ya que el antiguo régimen oligárquico se desarrolló hasta el punto de que sus partidos desempeñan el papel de un doble Estado nacional-popular, a la vez que están penetrados por el narcotráfico. Ecuador, finalmente, acaba de demostrar que seguía apegado a la fórmula que tantos resultados positivos obtuviera en tiempos de Roldos y Hurtado, pero que desde entonces no ha hecho más que deteriorarse.

Este mismo análisis puede aplicarse -con modificaciones obviamente importantes- a los

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países latinos de Europa, España, Francia e Italia, que han mantenido durante el mayor tiempo posible una política de protección de las clases medias públicas y de desarrollo del intervencionismo estatal. El sistema estalló en Italia, lo que ha hecho posible que desde la victoria del Olivo sea el primer país que intenta buscar una solución nueva. En España había revestido una forma mucho más moderna, y sólo se va agotando lenta y parcialmente; el sistema sigue siendo muy fuerte en Francia, un país paralizado por la defensa de las clases medias privadas y sobre todo públicas, que no tienen ningún reparo en presentarse como representantes de los intereses populares cuando su actitud contribuye a aumentar la marginación de sectores de la población cada vez mayores.

La reconstrucción del sistema en Chile, Brasil, Argentina, Bolivia, e incluso Uruguay, se ha llevado a cabo a partir de la destrucción del sistema anterior, con coste social y humano extremadamente elevado por lo general -salvo en el caso de Bolivia-, sobre todo en Argentina y hile; pero también se ha producido gracias a la inteligencia política de los dirigentes de esta democratización posautoritaria.

¿Qué se puede hacer en los países que todavía viven la crisis el antiguo sistema político? Se impone una única solución: acabar con la política de centro en beneficio, por una parte, de una política de derechas preocupada por la competitividad económica internacional y, sobre todo, de una política de izquierdas basada en la movilización de las categorías excluidas y marginadas. Esto supone que dichas categorías no vuelvan a ser arrastradas hacia el callejón sin salida de las guerrillas poscastristas. El ejemplo más conseguido de esta nueva tendencia es el de Bolivia, con esa transformación del katharismo debida a Víctor Hugo Cárdenas, que ha hecho que el reconocimiento de las autoridades indígenas contribuya a la construcción del Estado de derecho. Más conocida es la labor de Rigoberta Menchú en Guatemala. Víctima del etnocidio que ha golpeado duramente a los quichés, y más allá del fracaso perfectamente analizado por Y. Le Bot- de la unión de las guerrillas urbanas y los movimientos indígenas, Menchú se convirtió en gran protagonista del movimiento por la paz, apoyada principalmente por movimientos de mujeres.

Pero el foco de atención que atrae ahora todas las miradas es México. Los zapatistas de Chiapas están abandonando las aventuras sin salida y el comunitarismo que carece de objeto, puesto que las comunidades se han roto en pedazos, y han logrado un gran eco nacional al unir en sus programas la defensa de los explotados y la ampliación, o reconstrucción, de la democracia. En México no habrá una solución hasta que el PRI no caiga y el PAN suba, o incluso gane, y hasta que no se organice un movimiento de fuerzas populares, que deberá atacar el complicado problema de su expresión política sin dejarse arrastrar a una resurrección del antiguo populismo, que no tiene futuro ni aquí ni en la República Dominicana, donde la derrota de Peña Gómez ha marcado el fin de un tercio de siglo de tentativas populistas.

Podría añadirse que Colombia ha sido el primer país que ha indicado el camino a seguir con la transformación del M-19 en un partido político. Su fracaso, y la continuación de la violencia política que frecuentemente degenera en bandidaje, no impiden que sea también por esa vía por donde puede hallarse la solución de los males de Colombia.

En el sur del continente ha llegado el momento de iniciar una evolución controlada hacia la izquierda, una necesidad que se re conoce especialmente en Chile. En el norte, sin embargo, y especialmente en México, se impone un tipo de transformaciones más radicales: la eliminación de la política de centro y la formación de movimientos de reconstrucción nacional y democrática que luchen contra la desigualdad, la exclusión y la corrupción, que ahora van en aumento. América La tina ya no necesita un Estado populista, sino la formación de fuerzas populares que combatan la desintegración social.

Alain Touraine es sociólogo y director del Instituto de Estudios Superiores de París.

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