Doble rasero para Bosnia y Chechenia
Nadie esperaba que Borís Yeltsin, una vez ganadas las elecciones, cumpliese con su promesa de paz en Chechenia, como tampoco ha de sorprender que el nuevo primer ministro del Gobierno de Israel, Benjamín Natanyahu, al final aplique una política muy distinta de la que había propuesto en su campaña electoral.Nos alegramos de que el triunfo electoral de la derecha israelí todo lo más retrase un proceso de paz que no ofrece otras opciones, así como nos duele que la guerra colonial en Chechenia no modifique el apoyo occidental a Yeltsin, pero en ambos casos que no se cumplan las promesas electorales deteriora, ciertamente, la imagen de la democracia, aunque tiene la ventaja de poner de relieve -y esto es lo que ahora me importa recalcar- los estrechos cauces a los que ha de acoplarse la voluntad de los pueblos, soberana únicamente en los textos constitucionales.
Las llamadas "constantes" de la política muestran los límites infranqueables que actúan a largo plazo, hasta el punto de que los países políticamente maduros suelen mantenerlas al margen de la lucha de los partidos.
Los especialistas en medir desafueros y genocidios nos podrán documentar sobre si fueron mayor es los cometidos por los serbios en Bosnia o por los rusos en Chechenia, si es más digno de la condena internacional Radovan Karadzic y Ratko MIadic o Yeltsin y sus generales, pero sobre todo importa que nos expliquen por qué la justa indignación que muestran contra los serbios no la expresan contra los rusos. Está bien que el Tribunal Internacional Penal de La Haya se ocupe de los crímenes de, guerra en la antigua Yugoslavia, pero ¿qué tribunal juzga a los crímenes del Ejército ruso en Chechenia?
La distinta reacción de la opinión pública occidental ante los conflictos bélicos locales constituye tal vez el mejor signo para orientarse en las relaciones de poder de la escena internacional.
La invasión de Kuwait constituyó un crimen de tal envergadura -al fin y al cabo, en la disputa estaban en juego las mayores reservas de petróleo del mundo- que no se permitió a los iraquíes, pese a haber caído en la cuenta de que habían interpretado mal un guiño de la potencia hegemónica, dar marcha atrás por mucho que lo intentaron, condenados a sufrir cientos de miles de muertos.
En el conflicto de la antigua Yugoslavia en buena parte somos corresponsables todos los europeos, aunque unos más y otros menos, al no haber respetado los dos principios fundamentales acordados en la Conferencia de Helsinki: el primero exigía el respeto de los derechos humanos por el que no se debieron tolerar las agresiones del Ejército Federal Yugoslavo a las minorías nacionales; el segundo, no modificar las fronteras estatales surgidas tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, por el que de ningún modo se debió reconocer la independencia tanto de Eslovenia como de Croacia.
En fin, habrá que explicar por qué ante la declaración de independencia de los países bálticos, hecho que sin duda está en el origen del desplome de la Unión Soviética, Estados Unidos amenazó con una intervención militar si los rusos los mantenían por la fuerza de las armas, y ahora es precisamente Estados Unidos el que apoya con su silencio el genocidio de un pueblo colonizado que lucha por su libertad, consciente de que la independencia de la república norcaucásica de Chechenia podría significar el primer paso en la descomposición de la Federación Rusa, con todas sus gravísimas consecuencias.
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