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Tribuna
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Sentido común

Manuel Rivas

Veo que siguen entrando insumisos en prisión y se me insubordina el sentido común. Recuerdo que en el cuartel, después del "¡Rompan filas!", era el corazón el que gritaba ¡aire! como un chiquillo. El sentido común estaba en la cabeza. Pero callaba y cumplía órdenes lo mejor posible. El sentido común puede ser un buen soldado. Sabe que la vida transcurre a veces por el filo de una navaja, entre la propia conciencia y los deberes e imposiciones colectivas. Pero ahora es el sentido común el que no se explica nada, resuella y grita ¡aire!

Al sentido común le gustaría ser un liberal de verdad, a la manera de Thoreau, el norteamericano que, mediado el siglo pasado, se largó con unos pocos libros a orillas del lago Walden, construyó con sus manos una cabaña y escribió La desobediencia civil que tanto influyó en Gandhi. Aun así, este eremita se esforzaba por vislumbrar un equilibrio entre la conciencia personal y los deberes que establece la convención que llamamos Estado o Gobierno. "Se dice, verdad es, que toda corporación carece de conciencia; pero una corporación de hombres que sí la tienen es una corporación con conciencia".

Mientras se anuncia la profesionalización del Ejército en plazo muy breve, hay jóvenes a los que se les condena a prisión o se les castiga con inhabilitación absoluta una decena de años por no cumplir con el Ejército de recluta obligatoria. Esa inhabilitación supone que no tienen derecho a becas para sus estudios ni podrán ejercer cargos ni trabajar para las administraciones o empresas dependientes. El sentido común se me niega a hacer demagogia, aunque le sería tan fácil como quedar el último en Atlanta. Lo peor en estos momentos es la cárcel. Se mida como se mida, va más allá de la ley del Talión. "Es absurdo", ha dicho el presidente, "tener un Ejército de verdad y otro de mentira". Mi milí fue de verdad. También lo son las penas de los insumisos_.

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