Simpatía
Muchos son los textos publicados -sobre todo, los difundidos en los periódicos- que producen en el lector una simpatía que te gustaría transmitir al autor que dice algo que haces tuyo.El que escribe, imagino, buscará esa complicidad que hoy he encontrado en el hermoso artículo de Soledad Puértolas a propósito de la gasolinera Porto Pi en los bulevares -que fueron- de Madrid.
No es muy corriente encontrar sensibilidad escrita sobre la ciudad y su arquitectura que no proceda de los ámbitos profesionales que la manejan y explican. Conviene que este punto de vista dominante sea matizado con otras percepciones más francas.
Sí, las obras de la ciudad que llaman nuestra atención piden -igual que lo publicado- la complicidad del paseante. Es verdad que, a veces, algunos edificios se imponen a nosotros: se han construido para eso; fáciles y directos, han nacido para hacerse notar -algunos, sólo por su tamaño-. Con esto no se quiere descalificar lo monumental como inductor Pasa a la página siguiente Viene de la página anterior de sensaciones legítimas. Pero lo que me ha interesado del artículo es que se haya detenido en una obra menor, aunque importante por su significado en la poco conocida historia de la arquitectura contemporánea en España.
Me complace observar cómo ha sabido recoger el guiño que lanza esa obrita que, con su silenciosa reencarnación, ha venido a despertar los recuerdos: una obra de arquitectura puede llegar a verse como si de un juguete se tratara. Es de agradecer que se mire con templanza la arquitectura moderna y, en fin, constatar que la arquitectura más entrañable puede degustarse con una leve sonrisa en los labios, como le gustaba decir a Alejandro de la Sota.- José Angel Vaquero Gómez.
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