Madrid, sin contenedores de papel

Vengo de otra ciudad. Otra ciudad donde la realidad se rige por ciertas normas de sentido común. y de eficacia. Se llama Barcelona. Creo que todo el mundo la conoce, aunque sea de oídas. Añado: ni soy catalán ni me siento catalán ni padezco catalanofilia. Simplemente, he vivido en ella. Avatares de la vida que nos trae y nos lleva.Allí pude hacer más honda la costumbre de almacenar separadamente todos los residuos que el hombre urbano y moderno, al que estoy condenado a ser, produce. Semanalmente salía de mi casa con mis bolsas de Países, de vidrios y de plásticos. Depositaba cuidadosamente sus contenidos en un lugar cerca de casa donde había tres contenedores diferentes, sencillos, básicos, pero sumamente funcionales. Y me volvía a casa contento, feliz, satisfecho, como si ese gesto nimio y cotidiano me reconciliase con la ciudad, me hiciera más solidario con mis conciudadanos. Había otros seres que yo veía hacer lo mismo y tenía una sensación de complicidad. En el fondo tenía la impresión de que aquello servía para crear lo que, en pomposa expresión, llamamos conciencia ciudadana.Pero ahora estoy aquí, en Madrid. Vivo casi en el corazón mismo de la ciudad. Los montones de periódicos se apilan en mi casa porque no encuentro un contenedor donde depositarlos. Lo mismo podría decir de los recipientes de plástico. Para el cristal es un poco más fácil. Para las pilas no hay ningún problema, porque tales contenedores han crecido como hongos.

He llamado al servicio de información del Ayuntamiento, a la concejalía. Me introducen en vericuetos burocráticos que requieren un esfuerzo que no tengo. Me gustan las cosas fáciles, como a todo el mundo. Bueno, no a todo el mundo. Al Ayuntamiento de Madrid le gusta hacer las cosas difíciles. ¿Hasta cuándo?.-