"Black Beauty" no se enteró de nada
El periodista Carlos Carnicero, que iba en el vuelo IB 6621 desviado a Miami el pasado viernes, relata cómo vivió esta aventura
Si el filme hubiera sido norteamericano, los espectadores hubieran entendido que Saad Ibrahim, un ciudadano árabe de origen libanés, quisiera desviar el avión hacia La Habana. Nadie sabe muy bien, todavía, por qué quiso ir a parar a- una cárcel norteamericana.
Faltaban algo más de tres horas de vuelo cuando José María Fernández Rico, el presidente de la división inmobiliaria de Argentaria, se percató de que un pasajero seguía al sobrecargo en dirección a la cabina del avión del vuelo IB 6621 con destino a La Habana. José María dijo en voz alta a su compañero de asiento, en primera clase: "Mira qué pinta de terrorista tiene ese tío".
A partir de ahora, a José María Fernández Rico nadie podrá discutirle sus dotes de observador. Joven, mediana estatura, moreno, con barba poblada y vestido con una chilaba que acentuaba el desaliño de su indumentaria, el pasajero era un terrorista de manual y actuó como no podía ser de otra manera.
A partir de ese momento, el comandante Echave y la tripulación del avión desplegaron toda su inteligencia para mantener la calma entre los pasajeros. El punzón que Saad Ibrahim apoyó en el cuello del sobrecargo era auténtico y no había motivos para desechar que el artilugio forrado de esparadrapos del que sobresalían dos cables eléctricos, pelados para establecer el contacto, no fuera una bomba de verdad.
El comandante Echave comunicó por la megafonía a los pasajeros el cambio de destino. Por una razón de "fuerza mayor" había que desviarse a Miami como era el deseo del "pasajero que se encontraba en la cabina". Ése fue el instante decisivo en que Black Beauty entró en acción.
Ya habían proyectado dos películas insufribles. Una seudopolicíaca de Sandra Bullock y las patéticas aventuras de la liberación de una orca llamada Willy. La historia del caballo Black Beauty estaba destinada a distraer a los viajeros durante el secuestro. Intento baldío. Ni uno solo de quienes conocíamos lo que estaba ocurriendo mostramos el más mínimo interés en los esfuerzos de este caballo inglés por enamorar a una yegua trotona.
"Está tranquilo, apenas habla español y no hay quién le entienda en inglés", nos informaba cada poco tiempo algún miembro de la tripulación. Para entonces, los empresarios españoles, pasajeros en primera, se habían quitado la corbata con el convencimiento de que los terroristas tienen prejuicios de clase.
Todo el mundo aparentaba mucha calma, pero la procesión iba por dentro. El recuerdo del vuelo 800 de la TWA y la psicosis antiterrorista por los Juegos de Atlanta hacían suponer un gran despliegue en el aeropuerto de Miami. La gran incógnita era si Saad Ibrahim estaba sólamente loco o además tenía ganas de organizar una tragedia.
Cuando faltaba una hora para aterrizar, el comandante informó que en, el aeropuerto de Miami la temperatura era de 34 grados centígrados y el cielo estaba despejado. Lo formulaba como si fuera la noticia rutinaria de un vuelo convencional. Su siguiente comunicación, cuando iniciaba la maniobra de aterrizaje, fue más clarificadora. "El pasajero de la cabina" le había prometido que abandonaría el avión cuando éste se hubiera detenido por sus propios medios.
El resto también fue cinematográfico. Un grupo de 40 agentes del FBI, con uniforme y cascos de combate, irrumpió en el avión y se desplegó por los dos pasillos hasta la cola. El capitán, pistola en ristre, balbuceaba en espanol: "¡Esténse tranquilos y no se muevan!". Todo el mundo permanecio quieto menos Black Beauty.,Alguien se había olvidado de parar el vídeo, y el pura sangre inglés seguía corriendo detrás de la yegua, ajeno a las locuras de Saad Ibrahim.
En el aeropuerto de Miami nadie entendía que un terrorista quisiera ir a Estados Unidos, porque, a fin de cuentas, ya sólo queda guerra fría en el cerebro de los senadores Helms y Burton.
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