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Tribuna
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Videocámaras

Las videocámaras pueden ser más o menos eficaces, su emplazamiento es discutible, su carácter de fijas o móviles es una cuestión. Lo que no debería ser cuestionable es el uso de un medio que pueda contribuir a la detención de quienes queman hombres. Este objetivo sí es una defensa de los derechos humanos.De golpe, la derecha política se declara favorable a las videocámaras y la izquierda en su contra. A falta de nuevas ideas, cada uno recurre a su mostrenco libro de instrucciones. Los unos no sienten aprensiones por la represión, los otros enarbolan el tomo de los derechos humanos. La realidad, sin embargo, ha corrido a mayor velocidad que los dogmas. El terrorismo ha dejado ya de ser una catástrofe ocasional y exige un recambio de paradigma. Seguir invocando derechos ordinarios como si los ciudadanos no estuviera amenazados de muerte es un idealismo criminal. Es un angelismo oponerse a un medio antiterrorista en nombre de la intimidad de algunos paseantes. Lo que ahora atenta de verdad contra la intimidad es que al paseante le arranquen la vida. La sociedad moderna ha ingresado en un nuevo estado de excepción que reclama otra inteligencia de su orden. ¿Cuántos más deben morir en la explosión de un avión para que se remueva la intimidad de los bolsillos y las maletas? ¿Cuántos más deben ser carbonizados, cuántos tiros en la nuca deben contabilizarse para que se justifique mayor protección? Las empresas privadas no se andaron con contemplaciones instalando videocámaras en las esquinas para proteger sus bienes privados. Nadie se sublevó contra ello. Pero cuando se trata de proteger la vida pública, la izquierda se escandaliza en defensa de la privacidad. Escándalo farisaico: el terrorismo destruye el derecho a la vida; otros derechos deben cooperar al fin de ese terror.

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