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Toda la vida en una lista

Los afectados por un derribo sólo pudieron salvar documentos y mascotas

Antonio Jiménez Barca

Llegaron los técnicos municipales y dijeron a las 17 familias desalojadas desde el martes por los desperfectos del edificio: "Sólo sacaremos lo indispensable; no se puede hacer otra cosa. El inmueble está muy mal y mover trastos pesados puede ser peligroso. Apunten en una lista su piso, su puerta y el lugar donde guardan los documentos y alguna otra cosa que no pese, nada más".

Los propietarios de las viviendas situadas en la calle de Almansa, 58, en el distrito de Tetuán, se prestaron entre ellos cuartillas y empezaron, con la expresión en la cara del que vive un mal sueño increíble, a escribir lo más indispensable de la vida. La mayoría de ellos son jubilados. Muchos no se acordaban bien, dada la urgencia con la que fueron desalojados, dónde estaban los carnés de identidad, las escrituras de la casa, las fotos de la familia. Una mujer mostró al funcionario una mano agarrada a una hoja que contenía lo siguiente: "Ropa de los dos armarios y zapatillas. Encima de la mesilla, los apuntes del teléfono. En el cajón primero del mueble clarito, bolsita con documentos".

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A nadie se le permitió recoger la ropa. Pero una vecina, tras rogar a la policía, consiguió rescatar su canario. Otra lista: "En el armario de la izquierda, las joyas y los papeles. Encima del armario, una bolsa con dinero; en la mesilla, lo del médico". Lo peor estaba por llegar: cuatro horas después, a las seis de la tarde, un martillo hidráulico con un dedo mecánico y articulado procedió a demoler, pellizco a pellizco, cinco viviendas del inmueble.

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La señora musitaba, hablando para sí misma: "No tengo ni ropa interior para cambiarme. Todo se ha quedado ahí: los muebles, los recuerdos, todo". Otra afectada gritaba: "Yo entro ahí y me llevo mis cosas, y que me maten, pero que me maten con mis cosas". Más atrás, otra: "Y me han sacado la caja de los hilos, sólo la caja de. los hilos. ¿Y el dineral que tengo en ropa?Los armarios se despeñaban de una altura de dos pisos cargados de camisas y abrigos. Las lavadoras caían enteras a un montón de escombros donde revoloteaban las hojas arrancadas de los libros que hasta hacía quince minutos habían permanecido apilados en una estantería. Las cortinas quedaban colgando. Las lámparas bailaban al compás de la máquina. En una esquina del segundo piso, una cadena de música condenada al desastre colocada en un aparador imantaba las miradas de los curiosos.

Los vecinos, mientras tanto, se apiñaban, lloraban en grupos, gritaban a los cámaras de televisión para que enfocasen al destrozo y no a sus caras. Todo bajo el ronroneo del motor de la máquina y el estrépito y la nube de polvo que venía después de cada derrumbe.

Entonces, una mujer que lleva toda su vida, 68 años, en esa casa, abrió la verja que la separaba de los obreros y se dirigió al de la máquina. para pararle. A ella se sumó una decena de vecinos. Discutieron con la policía, con los técnicos, con quien hizo falta. La obra se paró un instante: el necesario para que la primera mujer rescatase del montón de ruinas un cajón con la cartilla del médico y. algunas fotos.

Al final, los técnicos se detuvieron. Derribaron cinco viviendas. Las otras 12 no se van a abatir inmediatamente. Los vecinos, que anoche volvieron a dormir en pensiones y en casas de amigos, deberán contratar, antes de cinco días, a un arquitecto para que asegure la recogida de los muebles de las casas salvadas. Y comenzar a pleitear con la empresa que construye en el solar colindante, cuyos representantes no acudieron ayer a la calle de Almansa.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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