Palpar la oscuridad

Emma García, de 22 años, estudiante de Telecomunicaciones, dormía en la sección de Oftalmología del hospital Ramón y Cajal cuando los primeros gritos la despertaron. Su habitación estaba situada en la octava planta, la misma en la que se había desatado el incendio. Emma, que por la mañana iba a ser intervenida, se incorporó. "¿Has visto el fuego?", le preguntaron. Había empezado la evacuación. La joven, sin embargo, al ocupar una habitación situada en el extremo de la planta, y junto a la escalera de incendios, no tuvo que marcharse. Eso le permitió presenciar, por ejemplo, cómo las enfermeras se lanzaban, en busca de pacientes rezagados, hacia la sección donde había prendido el fuego. Se trataba de una zona peligrosa donde apenas se podía ver ni respirar. Todo lo cubría un muro de humo que las enfermeras atravesaban a ciegas para alcanzar las habitaciones y, al menos, palpar las camas. Luego, aunque con dificultad, respiraban más tranquilas. "Otros se dedicaban a calmar a la gente; algunos que salieron descalzos se cortaron con los cristales rotos de las bocas de incendio. Una señora, me acuerdo, no paraba de quejarse porque se había olvidado las gafas y gritaba que no veía nada", recuerda Emma."¡Hay fuego!". Así despertaron dos compañeras de habitación a M. G., de 73 años, ingresada en la séptima planta con diabetes. La mujer, dolorida, cogió su bastón y su bata. Al salir al pasillo le entraron los primeros ahogos. De pie, pero ayudada por los enfermeros, bajó hasta el segunda piso y de ahí a la planta infantil; donde la sentaron y le administraron oxígeno.
"Ha sido todo muy ordenado". Carmen Lafuente Díaz, de 76 años, se lo tomó con optimismo. Ingresada en la planta séptima para una revisión de su nefritis, la mujer fue despertada por dos enfermeros. Bajó tranquilamente hasta la capilla y, una vez allí presenció el reparto de mantas, el recuento de enfermos y a eso de las 3.30 la vuelta a las habitaciones. "Ni vi el humo".
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