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Crítica:JAZZ
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

De gala

Tras el aspecto hiperprofesional de The Manhattan Transfer bulle un espíritu amateur que confiere frescura y hasta cierta candidez a cada una de sus actuaciones.El longevo cuarteto vocal (17 años sin cambios de formación) se vistió de gala para el primer concierto de la gira con la finlandesa UMO Jazz Orchestra. Tim Hauser salió tocado con una reluciente chistera mientras un impecable chaqué de color crema realzaba los aires de galán de Alan Paul. Janis Siegel lució encajes de madrina sobria en contraste con el vestido ceñido en blanco y negro de Cheryl Bentine. El consenso musical se alcanzó de inmediato y sólo faltó profesionalidad en los responsables del sonido.

El arranque fue caótico. Los metales de la orquesta vapulearon sin compasión tímpanos y sensibilidades, y las voces se desintegraron en un volumen atroz. Y fue una lástima porque la protagonista era nada menos que la música de Count Basie. Más tarde, el cuarteto invocó el swing del blanco Benny Goodman, pero teniendo buen cuidado de advertir que el rey genuino del jazz en los años treinta era el negro Fletcher Henderson. Hubo, otros buenos detalles, como utilizar la voz pregrabada de Duke Ellington para presentar un almibarado homenaje a la recientemente fallecida Ella Fitzgerald o tratar con respeto un magno repertorio jazzístico encabezado por I remember Clifford, uno de los epitafios más bellos jamás escritos.

The Manhattan Transfer

Janis Siegel, Cheryl Bentine, Tim Hauser y Alan Paul (voces) con The UMO Jazz Orchestra. Centro Cultural Conde Duque. Madrid, 28 de junio.

Por supuesto, también se intercalaron piezas de más tirón comercial (Choo choo ch'boogie, Route 66, Tuxedo junction), todas ellas humildes tesoros de ese temario ligero y directo que el grupo borda a pesar de que, en este caso, tuviera por detrás a un pianista empeñado en combatir la tópica frialdad escandinava con la plúmbea espada del efectismo más frenético. Para entonces, el grupo ya había cambiado los tiros largos por trajes de faena. Puestos a pedir, un filtro difusor delante del escenario hubiera remitido también visualmente al glamour de mitad de siglo y habría cerrado el paso al batallón de decibelios sobrantes.

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