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CLÁSICA

Emotivo recital de Victoria de los Ángeles en La Alhambra

Fue, en 1957 cuando Victoria de los Ángeles cantó por primera vez en el patio de los Arrayanes de La Alhambra, con un programa que iba desde Monteverdi a Falla. En los cincuenta y los sesenta su presencia en Granada tuvo continuidad, convirtiéndose en la artista vocal simbólica del Festival. No podía, por tanto faltar a una edición tan especial como la de este año, en que se conmemora el cincuentenario de la muerte de Falla. Un monográfico Falla con Victoria y en La Alhambra es, por muchas y variadas razones, un acontecimiento. Y una vez más, Victoria nos cautivó.El recital fue breve, pero intenso. La primera parte estuvo dedicada a las canciones de juventud (Preludios, Rimas ... ) y a las melodías francesas con texto de Teófilo Gauthier. Fue una exhibición de detalles: una frase aquí; un acento bien colocado allí, una exhibición de fonética francesa que recordaba aquellos comentarios de la prensa gala en que reconocían a Victoria como la mejor "cantante francesa" del siglo. Era, cómo decirlo, un sentido del canto equivalente a lo que en el mundo taurino suele hacer Curro Romero: un quiete ,una media verónica, la distancia justa para citar al toro con la ruleta de tamaño reducido... Victoria de los Ángeles hacía de la necesidad virtud, y sus limitaciones actuales eran sublimadas por una sabiduría vocal prodigiosa que despertaba admiración.

Con esto ya nos habríamos sentido satisfechos, pero la segunda parte nos deparó una de esas noches mágicas tan irreales como el propio marco sereno y maravilloso donde estaba ocurriendo. Psiché- con acompañamiento de flauta, violín, viola, violonchelo y arpa- nos sacudió con la fuerza irresistible de la intimidad. Las esencias del canto salían a flote una tras otra: un silencio, una modulación, un ir y venir entre el texto y los acompañamientos musicales. Y aún quedaba lo mejor, las Siete canciones populares españolas. Escuchar a Victoria cómo frasea en la Jota lo de "dicen que no nos queremos porque no nos ven hablar", o dejarse llevar por la Nana, o por los aromas profundos del Polo, es una experiencia inigualable a la que nadie hoy es capaz ni siquiera de aproximarse. El canto de Victoria de los Ángeles es de otra galaxia. No es cuestión de exhibiciones técnicas ni de estado de forma vocal. Es el canto en estado puro e iluminado.

La gran demostración de inteligencia y sensibilidad, de vida hecha arte, continuó con una canción sefardita, Como la rosa en la huerta, sin acompañamiento pianístico, que nos llevó al límite del infarto, y con la Seguidilla de la ópera Carmen, en que la gracia y la elegancia se dieron cita para finalizar un recital inolvidable, a cuyo éxito también contribuyó el pianista Albert Guinovart.

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