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El continente y la isla

Juan José Millás

Víctima de una naufragio existencial o práctico, buscas a las dos de la madrugada una calle por la que salir o ser arrojado a la M-30, cuando de súbito aparece ante tus ojos un chiringuito musical con neones tropicales que parece más bien una isla del Caribe. Abandonas el coche, nadas hasta la orilla de aquella extraña formación geológica y resulta que está llena de náufragos y náufragas con un vaso en la mano que, igual que tú, se han perdido después de cenar dando con sus escasas pertenencias en ese pedazo de realidad. Madrid está ahora lleno de estas islas que surgen de debajo de la tierra cuando se hace de noche para recoger los restos humanos que la maquinaria del día escupe por doquier. En una sola madrugada, si eres buen nadador, puedes realizar un crucero por seis o siete islas, cada una llena de replicantes de las otras donde, igual que en los espejos de una peluquería, se reproducen las nucas, las miradas y los escotes que han visto en la primera parte de la travesía. Te asomas a un escote de ésos, o a una conversación, lo mismo da, y encuentras los mismos pechos o los mismos adjetivos que unas horas antes se agitaban como mariposas en la isla de Manhattan, sólo que en español.Algunos de esos náufragos y náufragas, cuando amanece, no saben regresar a casa y han de vagar durante todo el día por oficinas o mercados hasta que a la noche se encienden otra vez las luces de neón del Caribe plástico y van al encuentro de sus compatriotas. Los más desorientados se transforman en mendigos que se arrastran por ciudades y suburbios hasta que un primo o una hermana, al llegar el invierno, los saca en Quién sabe dónde recuperándolos para la vida familiar con las dificultades emocionales seriamente dañadas. En esta clase de extravíos nos parecemos bastante a las abejas, muchas de las cuales, después de haber estado recogiendo miel durante una jornada animal, se pierden al regresar a la colmena y zigzaguean de un lado a otro, siendo expulsadas de todos, hasta que dan con una isla de luz halógena donde perecen abrasadas. Por la mañana, aparece su cadáver junto al de dos o tres mariposas africanas que entraron por error en un cuarto de estar con cortinas estampadas y flores de tela al que tomaron por una isla vegetal, igual que nosotros vemos en los recovecos de neón de la M-30 o de la Castellana un trozo del Caribe donde perecemos sentimentalmente atraídos por sus cantos de sirena. De manera que depositan sus huevos (2.000 por náufraga) en el interior de la tele y cuando salen las larvas sólo se pueden alimentar de radiaciones, de ahí que los gusanos que vemos luego en el sofá sean tan enormes. Y las saunas son islas también, aunque forman parte de un archipiélago distinto en el que, aun a riesgo de que irrumpa la policía, la gente va en busca de ese Viernes que promete la literatura al náufrago trabajador y honesto que durante la jornada ha ordeñado a las cabras y ha sembrado tomates. Pero así como entendemos el disfraz de neón en el archipiélago caribeño de Madrid, no logramos comprender el decorado de la sauna. ¿Qué hay de atractivo en ese ingenio sudador? ¿No acudirían igual los viernes y buscadores a establecimientos disfrazados de despensa, biblioteca, tienda de antigüedades o café teatro?De donde se deduce que la lógica de las islas nada tiene que ver con la del continente. Lo sabemos porque hemos recorrido muchos archipiélagos, pero también porque cada uno de nosotros es finalmente un islote, una piedra en medio del océano en cuyas ásperas paredes se alimentan los moluscos de nuestros sueños de regresar a casa. Y eso es lo paradójico del náufrago sea de neón o de sauna, de biblioteca o prostíbulo, de periferia o centro, que lo que busca en las islas es lo único que ellas no tienen: continente. De manera que si, víctima de un naufragio existencial o práctico, das a las tres de la mañana con una isla artificial en los bajíos de la M-30 o de la Castellana, no te detengas, al menos que desees encontrarte en el rostro y en los adjetivos de los otros para vagar luego ignorando quién eres hasta que Paco Lobatón te rescate en el invierno de ti mismo.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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