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El pintor y su paisaje natural

Reunir 85 cuadros de 17 artistas bajo el común rótulo de la llamada Escuela de La Haya, que floreció hacia el último tercio del pasado siglo, constituye una excelente excusa para ofrecernos un panorama de la pintura holandesa de ese periodo, incluso al margen de la relación que tal conjunto de artistas tuviera con los primeros pasos de Vincent van Gogh, el cual, en efecto, residió en la capital holandesa entre 1869 y 1873.Por otra parte, si, entre ellos, algunos nombres nos resultan más o menos familiares, como el excelente Josef IsraëIs (1824-1911), Anton Mauve (1838-1888) y Van Rappard (1858-1892), este último, claro, sobre todo, por haber sido corresponsal de Van Gogh (las cartas cruzadas entre ambos han sido recientemente traducidas al castellano), del resto apenas sabía nada el público español, por no decir que la obra de todos ellos nunca había podido ser contemplada en directo aquí.

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El primer Van Gogh comparte una muestra con la pintura realista holandesa

Lo que hacen estos artistas holandeses tiene que ver estilísticamente con el realismo y la resurrección del mito artístico nacional, que suponía recrear a los grandes maestros holandeses de la segunda mitad del siglo XVII. Por lo demás, su relación con Van Gogh no está forzada, ya que éste participó en las inquietudes naturalistas y de la vivencia del paisaje que caracterizaron a los miembros de esta Escuela de La Haya. De hecho, hay algunos detalles, incluso en la forma de pintar, que nos resultan familiares precisamente por su supervivencia en Van Gogh.

De este último se exhiben nueve obras, entre las que destacan la muy impresionante titulada Nidos, cuya fuerza atraviesa el meollo de oscuridad en el que está inserta, o Pelando patatas, así como su contundente Autorretrato, de hacia 1884-1885.

Es verdad que, lo pongas donde lo pongas, Van Gogh no se alinea nunca con nadie, pero, en este caso, el gesto y el tono parecen como mejor arropados, dentro de, nunca mejor dicho, su natural paisaje. Pero, insisto, incluso sin la poderosa impronta de éste, la muestra seguiría siendo un magnífico punto de observación para conocimiento del arte holandés de la segunda mitad del XIX, lo que tiene su importancia, porque no olvidemos que de ese mismo campo de cultivo, aunque un poco después, también surgiría otro pintor de la potencia de Piet Mondrian.

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