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Reportaje:

Mar de fondo en Perú

Fujimori pierde popularidad mientras arrecian las protestas sindicales contra las privatizaciones

Juan Jesús Aznárez

Años atrás, en un gimnasio de Lima, una madraza criolla compartía su alegría con dos señoras españolas ante el inminente arribo de su esposo con una cholita para desbravar al niño. Llegaba el papá de la sierra peruana con la doncella pobre en su equipaje: el niño había cumplido los 18 y reclamaba hembra. "Pero, por Dios, estamos en el siglo XX", se espantaba una ibérica. "¿Qué quieres, una prostituta? A la cholita la revisó un médico y está sana. La instalaremos en la buhardilla". En el Perú de la apertura y los contratos petroleros, la cholada, la clase de abajo, desflora señoritos, se domicilia aún en los sótanos, labra en el Cuzco, instala tenderetes en el centro histórico de la capital o vive a salto de mata, ajena a las protestas callejeras contra las privatizaciones del presidente Alberto Fujimori. Mayormente, el cholo no es funcionario.Por primera vez desde 1990, el maltrecho movimiento sindical parece resucitar y sus dirigentes estudian un paro general contra el liberalismo del Gobierno, al considerarlo culpable de salarios y pensiones de hambre, pérdida de derechos laborales, precariedad en el empleo y masivos despidos en las infladas plantillas de las empresas estatales. La cuantiosa entrada de inversiones -15.000 millones de dólares (1,9 billones de pesetas aproximadamente) cuando termine el proceso de privatizaciones según los voluntaristas y discutidos cálculos de la Comisión de Promoción de Inversión Privada- no garantiza la creación del empleo necesario en una nación de 24 millones de habitantes, con el 80% de su población activa excluida de las plantillas a tiempo completo.

El pasado viernes, junto con otros empleados municipales en huelga desde hace casi dos meses, doña Clotilde se manifestó en la plaza de Armas en sujetador y braga alta, pues era definitiva la concesión de la limpieza pública a un consorcio privado. Todos temen por su puesto de trabajo, y quien más lo demostraba era la fondona limeña de los pantalones en los tobillos. La tuvieron que parar al insistir en los cueros para llamar la atención de las autoridades. "La pobreza no se privatiza", se gritó en aquella concentración, dispersada con agua a presión y gases lacrimógenos. "Nos está fregando el chino [Fujimori]", protestaban.

Al autoritario presidente no parece preocuparle de momento el descenso de su popularidad en las encuestas de opinión porque aquélla todavía supera el 50%. Acomete ahora las decisiones más duras pretendiendo llegar a los comicios de 1988 con resultados positivos: un Perú andino rugiendo en paralelo con los tigres asiáticos, anticipa el jefe de Gobierno, cuyos más acérrimos enemigos debieron reconocer su acierto al abatir la hiperinflación heredada de la funesta administración de Alan García y capturar al iluminado jefe de Sendero Luminoso, Abimael Guzmán, cuyas bombas estallaban en Lima y colocaron al Estado al borde de la desintegración. Los dos problemas más importantes del país quedaron bajo control, y con ellos el grueso del electorado.

El descrédito de partidos y judicatura, y el alivio por la estabilidad de los precios, le permitieron la ley marcial y el autogolpe del 5 de abril de 1992, medidas económicas de choque y un abrumador triunfo en las últimas elecciones generales. Pero más del 50% de los peruanos vive todavía en la pobreza. Según advierte Julio Franco Pérez, abogado de la Asociación Laboral para el Desarrollo, las protestas violentas irán a más porque el grueso de los trabajadores llegó a un alto grado de desesperación.

La reducción y modernización de las estructuras del Estado, que incluyen la privatización de algunos apartados en educación y salud, no son metas fáciles en países sin apenas amortiguadores sociales y con una entrada de más de 1.000 millones de dólares (128.000 millones de pesetas) en el sistema financiero procedente del narcotráfico. Por otra parte, los índices macroeconómicos crecen. Este año, en torno a los tres puntos, y pese al actual enfriamiento, el aumento promedio del PIB ha sido espectacular (13% en 1994 y 7% en 1995), debido en buena parte a que se partía casi de cero: en octubre de 1994 alcanzó un asombroso 51,7%.

Cierto es que se avanza en la prestación de algunos servicios: es un hecho la ampliación de las redes de agua potable y electrificación, por ejemplo. Son mejoras importantes en un país aquejado por un secular inventario de necesidades y penurias: entre otros, la elevada desnutrición y mortalidad infantiles, la educación deficiente o la corrupción. "Ha entrado mucha plata, pero hay que ver cómo se administra", indica un comentarista. Una buena parte sufragará el servicio de una deuda externa del orden de los 10.000 millones de dólares (1,2 billones de pesetas), acogida a la reestructuración del Plan Brady desde la pasada semana. Los pagos pendientes son serios. El país importa mucho y exporta poco porque la mayoría de sus empresas son escasamente competitivas o adolecen de experiencia comercial. Resultado, un déficit en la balanza por cuenta corriente superior a los 2.000 millones de dólares (256.000 millones de pesetas). De no arbitrarse medidas, al agotarse el dinero de las privatizaciones surgirán problemas serios.

En el flanco político, Fujimori disfruta y dicta. El Congreso, dominado por la oficial Nueva Mayoría-Cambio 90, refrenda todas las iniciativas del Ejecutivo y abrió el camino a un próximo acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI). Se avecina un ajuste importante para reducir el gasto fiscal y aumentar el ahorro interno, y en el programado apretón los presupuestos de obras públicas y contra la pobreza pueden sufrir un recorte próximo a los 500 millones de dólares. La bancada del Gobierno en el Congreso no se opondrá. Uno de sus legisladores, Jorge Trelles, declara: "Las mejores gentes están cada vez más en el Ejecutivo o en la sociedad civil, y los que van al Parlamento son, desgraciadamente, los políticos que están siendo rechazados en Perú y en el mundo".

Y quienes sufren las drásticas transformaciones o esperaban beneficios rápidos del liberalismo se quejan al percatarse de su condición de víctimas. El ministro de Economía, Jorde Camet, lo admite: "Los momentos más difíciles para el país han sido superados con esfuerzo y sacrificio". Otros trances parecen inevitables. Obreros de. la construcción, maestros, mineros o estibadores se suman a las violentas movilizaciones, y el secretario de la Confederación General de Trabajadores de Perú, Juan José Gorriti, denuncia además que los incumplimientos de acuerdos sobre inversión en empresas privatizadas agravan el panorama: "Desde 1990 han sido despedidos 750.000 trabajadores; de ellos, 500.000 corresponden al sector público y 250.000 al privado".

Como ocurre en otros países de América Latina con aperturas similares, buena parte de los despedidos compraron un vehículo con las indemnizaciones y lo habilitaron como taxi, oficio para el que únicamente se requiere un letrero en el parabrisas anunciando el servicio. Otra protesta sindical es el alza de precios, la disminución de la capacidad adquisitiva y su ausencia en las cifras oficiales de inflación. "Pero en Perú puede haber desnutrición y muchas desgracias, pero hambre no hay. La gente puede comer muy barato", dice el abogado español Miguel González del Río, quien llegó a la capital peruana con sus padres a los nueve años.

Pero millones de peruanos quisieran pasar alguna vez de la mazorca de maíz al langostino. "Como sigan las cosas así, las próximas elecciones las gana el comunismo, como en Rusia. El Gobierno da demasiadas facilidades a los grandes empresarios", advierte el minorista José Andrade. "Los teléfonos funcionan mucho mejor; se lo digo porque usted es español. El país se mueve, pero lo poco que hemos avanzado lo vamos a perder con una explosión social si no hay un capitalismo más humano". Andrade destaca como positivo la construcción de carreteras o pistas en parajes antes abandonados. "Pero nos falta llegar a la selva, porque allí se pierden las cosechas, sobre todo de frutas, porque no pueden transportarse", sentencia el tendero.

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