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FERIA DE SAN ISIDRO

Peleas con luz de luna

Los toros de lidia suelen reñir por las noches en la Venta del Batán

Saca la mano por la abertura del burladero y traza un ademán espantadizo. Los seis toros, que fingían un sueño de estatuas zaínas, respingan y corren a ampararse en la blanca seguridad de la pared del corral. Sale el hombre de su cobijo de madera y deja un brazado de forraje en un cacharro de latón. Ha llegado la pitanza de los astados, servida por la mano fiable de su mayoral.Centinelas del resuello, avizores del mugido, vigías del trajín a la luz de la luna. Son los mayorales de las ganaderías, cuidadores de las reses que aguardan en los corrales la fatídica fecha del holocausto en la plaza de Las Ventas. Su misión es la de estar pendiente de ellos, tanto por el día como durante la noche. Se vigila hasta su respiración.

En las instalaciones del Batán hay un pequeño pabellón, a guisa de cortijada, destinado a darles albergue. Apenas se cruza el umbral, uno se topa con un grupo de ellos, sentados en torno a una mesa. En este lugar charlan, bromean y juegan a las cartas. Pero, sobre todo, se aburren. Lo dice Andrés Tirado, de 31 años, mayoral de la ganadería de Victoriano del Río: "Aquí no se está tan mal. Lo que pasa es que nos aburrimos mucho."

Alguien cantó que hubo un toro enamorado de la luna. Tal vez, por eso, los toros, celosos entre ellos, se pelean durante la noche. Entonces, los mayorales salen de su aburrimiento. Hay que estar muy pendiente de

tas escaramuzas, para evitar que alguno sufra una cornada. "Rara es la noche en la que no tenemos que salir a poner paz en una reyerta".

Durante el día, los toros están tranquilos. Un capullo se medio vuelca hacia el interior del corral y llama la atención de un berrendo, agitando una prenda. "¡Jé, toro!". "Siempre hay algún patoso que hace eso", dice Carmelo Clemente, de 37 años, al servicio de Samuel Flores. "En los primeros días de estancia, cuando todavía no se han acostumbrado a la novedad del lugar, es peligroso llamarles la atención, porque pueden derrotar contra las tapias y dañarse los pitones".

Domingo González, de 39 años, cuidador de los de Baltasar Ibán, define el perfil de los visitantes de la Venta. "El público que acude aquí no es, en una gran mayoría, el mismo que va a ir a la plaza". ¿Y los toreros que componen el cartel?. "Esos no aparecen nunca por aquí. Ni siquiera van a verlos al campo. Sí vienen, en cambio, las cuadrillas y los apoderados".

"Aquí viene mucha gente por simple curiosidad. Y hay mucha ignorancia sobre el toro y sus cosas, a juzgar por los comentarios que se oyen". Entre los comentarios, hay algunos muy chocantes. "A más de uno hemos oído decir que los azulejos que hay en la pared del patio de mayorales dedicados a recordar los toros premiados en la feria son el nicho en el que están enterrados".

Salta una chispa en los ojos de Domingo al recordarlo. Hay como un lustre de alegría en el corrillo tedioso de los mayorales. Cuando cerrado el catálogo de corridas, toros y cuidadores abandonen este balneario de reposo, la Venta volverá a dormirse en soledad y algún visitante rezagado tornará la cabeza para ver, conmovido, la lápida de la hornacina donde piensa que se disuelve en la nada un toro bravo.

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