La otra parte

Pertenezco a la ONG de mí mismo. Considero que una parte de mi cuerpo y de mi espíritu está bombardeada. En ella soy idéntico a cualquier individuo humillado del Tercer Mundo. La ayuda urgente que necesito sólo puedo prestármela yo: la otra parte saludable que resta de mi propio organismo. La solidaridad internacional se ha convertido hoy en una aventura, incluso en una moda de verano. Por este tiempo innumerables bandadas de jóvenes blancos bien alimentados sienten el corazón inflamado de amor a los pobres y vuelan con la mochila repleta de medicinas hacia los lugares más deprimidos de la Tierra. En los centros de ayuda de Naciones Unidas a estos seres generosos se les llama con cierta ironía los buenaondas. Constituyen una plaga. Su entusiasmo puro sin más no hace sino entorpecer la labor de los médicos, los logistas y los técnicos especialistas que necesita la caridad planetaria. La solidaridad internacional tiene un carácter individualista. En la práctica, sólo es un método de salvación personal. Debido a esta estética, participo con algún donativo en varias ONG y así mi conciencia queda a salvo sin salir de casa, pero si me analizo por dentro descubro que también yo soy un refugiado de mí mismo. Parte de mi ser está escarnecida por el terror, la devastación física y el odio. Soy mi propio campamento bajo el bombardeo, y esta destrucción excita en mí otra mitad, que es todavía alegre e incontaminada; la urgencia de socorrerme, de vacunarme con toda clase de placeres. De este modo hoy mismo pienso llevar en camilla a mi parte destruida a un buen restaurante y después iré con ella a navegar a una maravillosa bahía, luego pediré que le den un masaje japonés y finalmente, a la caída de la tarde, le haré escuchar a Ella Fitzgerald mientras le leo los versos más ebrios de Dylan Thomas. Sin moverme de casa puede que a las tres de la madrugada obligue a mi parte deteriorada a soñar con que se encuentra en el interior de un cuerpo espléndido que la ama. Así seré la ONG de mí mismo.
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