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Mujeres gordas y 'pornos' nobles

Hoy se presentan en Valencia tres películas eróticas que constituyen un documento social y cultural

Tres películas pornográficas, rodadas hacia 1925 y destinadas al consumo de personas de gran relevancia política y social de la época, podrán ser adquiridas en forma de vídeo a partir del próximo lunes. Su historia, entremezclada con leyendas de todo tipo, es un ejemplo de lo que la vida erótica, más o menos clandestina, ha dado de sí en este país.En 1925, el operador de cine Ramón Baños atravesaba un mal momento. Cuatro años antes, en 1921, había realizado con su hermano Ricardo -para la productora Royal Films, propiedad de ambos- una versión filmada de Don Juan Tenorio. Desde entonces, poca cosa habían hecho, aunque corre la leyenda de que, de manera clandestina, habían rodado uno de los primeros pornos del cine español, titulado Los polvos de la madre Celestina, hoy desaparecido y buscado afanosamente por todos los coleccionistas del género.

En esta situación -contaría él mismo unos años más tarde-, recibió el en cargo de personas importantes de Madrid -el propio rey Alfonso, XIII, según él- para hacer varias películas pornográficas. Le pagaron al contado la suculenta cantidad de 6.000 pesetas por cinta, y lo resolvió en un par de días echando mano de algunos amigos que quisieron prestarse al asunto y de algunas damas peripatéticas del barrio chino de Barcelona.

Baños dijo que el encargo le vino, muy en secreto, del propio conde de Romanones, brazo derecho del Rey, y afirmó que su destreza en la fabricación de erotismo filmado le llegó a Romanones a través de algunos nobles, como el marqués de Sotelo, el alcalde de Valencia y del propio dictador Miguel Primo de Rivera, marqués de Estella, que habían visto algunas de sus creaciones anteriores en un famoso prostíbulo de, Valencia llamado Casa Rosita -el palacete aún existe hoy- ,que ambos frecuentaban con prodigalidad y al que también asistían, entre otros, el novelista Vicente Blasco Ibáñez y el torero Manuel Granero.

A mediados de los anos veinte, la pornografía en el cine era un género prohibido para el Público, aunque había una cierta tolerancia para que se pasara en las elegantes casas de prostitución, donde los caballeros de la época pasaban sus horas mejores o al menos las más divertidas.

Ramón Baños hizo para este fin tres películas -tituladas El ministro, El confesor o la bendición del cura y Consultorio de señoras -de una cierta extensión, ya que la más breve, El ministro, dura 20 minutos, y la más larga, Consultorio de señoras, llega casi a una hora. Merece la pena detenerse siquiera brevemente en los argumentos de estas películas.

El ministro cuenta, entre bromas y veras, un flagrante caso de corrupción y estupro. La esposa de un funcionario destituido acude a ver a un ministro para que le reponga en el cargo, ya que el hombre ha intentado incluso suicidarse. El ministro accede, inmediatamente a firmar.

En la segunda película, El confesor..., un cura, tras excitarse con su sirvienta, convence a sus penitentes de que sólo pueden obtener el perdón de sus pecados si se someten a sus deseos. Por último, Consultorio de señoras es la historia de un médico que se aprovecha de su situación para gozar de las pacientes. Más allá, de sus significados eróticos, es sorprendente la carga crítica que llevan consigo estos tres pornos elementales. Sorprende todavía más que los vieran y se, divirtieran con ellos personajes de la corte que habían sido ministros ellos mismos y que se supone que debían respetar al clero. El propio Alfonso XIII, entre sus innumerables títulos civiles, militares y religiosos, era canónigo honorario de la catedral de Toledo, canónigo honorario y hereditario de la Santa Iglesia Catedral de León, de la de Barcelona y de la de San Juan de Letrán (Roma), además de caballero de San Juan de Jerusalén y de la Orden del Santo Sepulcro.

Hay, sin embargo, un testimonio. El del operador barcelonés Albert Gasset, que afirma que cuando acompañó "al Rey y a varios miembros de la nobleza en una partida de caza y al ponerse a llover" fue enviado a Madrid para que se trajera las películas porno para proyectarlas en la finca "para el Rey y sus acompañantes".

Quedan, desde luego, muchas preguntas sin respuesta. Por ejemplo, no está claro que los pornos que el Rey y los aristócratas vieron eran precisamente los que nos ocupan. En todo caso, lo que parece probado es que, corno dice el historiador Joan Francesc de Lasa, "el cine porno estaba muy en boga en aquella época entre las gentes de linaje aristocrático, y no sólo en España". Es decir, es más que probable que el rey Alfonso XIII, el general Primo de Rivera y muchos nobles y buenos burgueses disfrutaran con los pornos.

El gusto por las mujeres gordas fue uno de los temas más debatidos a mediados de los años veinte. Se dilucidaba nada menos que la tradición contra el modernismo. Los caballeros más progresistas de la época renunciaban incluso a sus sueños eróticos para abogar por las delgadas -relativamente- y por lo que se denominaba la línea H. Los buenos y recios españoles, en cambio, tronaban contra las nuevas costumbres y recordaban con nostalgia la línea S.

Julio Camba escribió un relato, Sobre las mujeres gordas, en el que dos amigos defienden una y otra postura y en el que pueden leerse frases como éstas: "No veo que haya incompatibilidad alguna entre los derechos de la mujer y la opulencia de las carnes. Es más, creo que la opulencia de las carnes constituye uno de sus derechos". Y responde el interlocutor: "No. Las carnes de la mujer, de constituir un derecho para alguien, lo constituyen únicamente para el hombre

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